Un día volví del colegio y ella estaba sentada en una silla en el recibidor de casa. Mis padres también
estaban allí sentados, y mi madre estaba llorando. Cuando mi madre me vio, se levantó y vino corriendo hacia mí, me abrazó. Me llevó al dormitorio y me sentó en la cama.
—Henry, ¿quieres a tu madre?
Yo la verdad es que no la quería, pero la vi tan triste que le dije que sí. Ella me volvió a sacar al recibidor.
—Tu padre dice que quiere a esta mujer —me dijo.
—¡Os quiero a las dos! ¡Y llévate a este niño de aquí!
Sentí que mi padre estaba haciendo muy desgraciada a mi madre.
—Te mataré —le dije a mi padre.
—¡Saca a este niño de aquí!
—¿Cómo puedes amar a esa mujer? —le dije a mi padre—. Mira su nariz.
¡Tiene una nariz como la de un elefante!
—¡Cristo! —dijo la mujer—. ¡No tengo por qué aguantar esto! —Miró a mi padre—. ¡Elige, Henry! ¡O una, u otra! ¡Ahora!
—¡Pero no puedo! ¡Os quiero a las dos!
—¡Te mataré! —volví a decirle a mi padre.
Él vino y me dio una bofetada en la oreja, tirándome al suelo. La mujer se levantó y salió corriendo de la casa. Mi padre salió detrás suyo. La mujer subió de un salto en el coche de mi padre, lo puso en marcha y se fue calle abajo. Ocurrió todo muy deprisa. Mi padre bajó corriendo por la calle detrás
del coche:
—¡EDNA! ¡EDNA, VUELVE!
Mi padre llegó a alcanzar el coche, metió el brazo por la ventanilla y agarró el bolso de Edna. Entonces el coche aceleró y mi padre se quedó con el bolso.
—Sabía que estaba ocurriendo algo —me dijo mi madre—, así que me escondí en la camioneta y los pillé juntos. Tu padre me trajo aquí de vuelta con esa mujer horrible. Ahora ella se ha llevado su coche. Mi padre regresó con el bolso de Edna.
—¡Todo el mundo dentro de casa!
Entramos dentro, mi padre me encerró en mi cuarto y los dos se pusieron a discutir. Era a voz en grito y muy desagradable. Entonces mi padre empezó a pegar a mi madre. Ella gritaba y él no dejaba de pegarla. Yo salí por la ventana e intenté entrar por la puerta principal. Estaba cerrada. Lo intenté por la puerta trasera, por las ventanas. Todo estaba cerrado. Me quedé en el patio de atrás y escuché los gritos y los golpes. Entonces hubo silencio y todo lo que pude oír fue a mi madre sollozando. Lloró durante un buen rato. Gradualmente fue a menos hasta que cesó.
12. La senda del Perdedor. Extracto. Charles Bukowski.
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