29 de enero
Mi querido Castor
La quiero esta noche con todas mis fuerzas pero voy a escribirle sólo unas palabritas porque Mistler ha venido a las nueve y media con chocolate y coñac. Soy tan duro con él, ahora, que cuando viene trae presentes. Yo había examinado retrospectivamente mi conducta, me taché de caprichoso y decidí ser amable, cosa que hice, hablando dos horas sin parar de teatro y cine. Y hete aquí que es
medianoche.
¿Qué otra cosa he hecho? Me entretengo bastante; he observado que justo al comienzo de esta guerra aparecieron dos libros que condenaban igualmente al surrealismo y por razones diferentes: el de Romains y el de Drieu, y me aboqué a la tarea de explicar lo que le debía yo al surrealismo. Aún no he acabado pero es muy divertido.
Mi permiso me tiene un poco contrariado, todavía no sé nada concreto. Habían prometido, ahora gimotean, dicen que es bastante difícil, quieren ganar dos o tres días. Naturalmente, siempre será en los primeros días de febrero, quizá incluso el 1.°, pero no sé nada concreto. Me irrita por usted, pequeña flor, porque sé que no le gusta arquear el lomo y esperar. Yo por mí lo hago, pero si supiera, pequeña mía, cuánto quisiera estar junto a usted con su bracito bajo el mío. La quiero tanto. ¿Sabe una cosa? Dos días sin cartas suyas. Si no fuera a verla antes de una semana estaría de lo más triste, pero sé que veré su querida carita de Castor y puedo soportar perfectamente un pequeño retraso de las cartas.
Hasta mañana, amor mío, la quiero todo cuanto se puede querer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario