22 de febrero
Mi querido Castor
He aquí una magnífica noticia: Pieter sale con permiso mañana por la noche. No me atrevía a esperar tanto. Como la vez pasada me marché un mes después de su regreso, día con día, de esta manera tendría que marcharme más o menos el 10 de abril, es decir, dentro de un mes y medio. Se están apresurando a dar los permisos por montones de razones. (No se olvide, si alguna vez lo comenta con Z., de encontrar natural que yo llegue hacia el 10 de abril —y previsto—. ¿Acaso no dije que volvería dos meses después de marcharme? Repetiremos la ficción de los cinco días. Sólo que esta vez, como hará buen tiempo y para evitarle el sospechoso viaje para ver a Poupette, veré a mis padres por la noche —o al menos algunas noches—; nos veremos el día entero, usted saldrá con Z. hasta las once, como de costumbre, y después se reunirá conmigo en el pequeño Hotel Mistral.) ¿No le parece bien
montado? Aparte, para que todo quede bien aclarado, tiene que telefonear a Pieter (Almacén «Chez Gastón» 255 rué des Pyrénées — MEN. 6359) o ir a verlo. Pero si se pone su mujer o si la ve cuando vaya a su casa, él le pide que haga como que no lo conoce, porque ha ocultado a su mujer nuestra calaverada de noviembre. Cuando reciba esta carta Pieter estará en su casa. Por otra parte, no es que tenga nada urgentísimo que transmitirle, sólo algunas precisiones.
Mi dulce pequeña, qué encanto son sus cartas y qué placenteras me resultan. Si está muellemente quejumbrosa, como dice, el suyo es exactamente el estado debido. Es un pequeño sabio, también usted. Oh mi pequeño sabio, me ha infundido nuevas fuerzas la idea de que en apenas un mes y medio la veré otra vez. Y además hará buen tiempo, deslizará usted su bracito bajo el mío y nos iremos a pasear. Como el Poulpiquer y la Poulpiquette, ¿se acuerda? Amor mío, desde entonces no he dejado de sentirme más y más ligado a usted.
En cuanto a los cien francos, cariño mío, no se moleste, Pieter me los prestará antes de marcharse. No los mande. Cuando cobre nuestros sueldos me enviará usted 1.000 francos por giro telegráfico. ¿Qué he hecho hoy? He leído los poemas de Heine en alemán y me distrajeron mucho. Un poco del Fausto de Goethe, el final de Le Siège de Paris que le devuelvo con Pieter, y las máximas de Chamfort. He escrito trabajosa pero correctamente sobre el Porvenir. Empiezo así a entender con toda claridad la teoría de Heidegger sobre la existencia del porvenir, al mismo tiempo que voy haciendo otra que tiene la ventaja de dar una realidad al porvenir sin despojar a la conciencia de su translucidez. Finalmente, esta teoría de la Nada es más fructífera, la creo acertada. Por ejemplo (montones de cosas se edifican sobre ella, pero le doy la idea simple): ¿es posible concebir el deseo de otro modo que como basado en una falta? Pero para que a la realidadhumana le falte algo, es preciso que sea de un carácter tal que por principio algo pueda faltarle. Ahora bien, ni la psicología de los estados, ni Husserl, ni siquiera Heidegger dan razón de esta verdad evidente. Si es preciso que algo pueda faltarle a la conciencia en general, la naturaleza existencia! de la conciencia tiene que ser la de
una falta. Piénselo, es imposible concebir el deseo de otro modo que partiendo de esto. Usted dirá lo que opina.
También he apuntado las confidencias de Pieter sobre sus «cacerías», y quería contárselas, pero, pensándolo bien, ya hay 14 páginas de cuaderno sobre esto, será mejor que las lea directamente. En este momento hay aquí y allá en el café militares jugando tranquilamente a las cartas; Pieter, vacunado contra la tifoidea pero curado por la perspectiva de marcharse, los mira con amenidad, y yo le escribo. Son las ocho y media, aún debo escribir a T., a mi madre. ¿Le ha contestado usted a Cavaillés? Yo lo haré por mi lado.
Mi dulce pequeña, la quiero, es usted mi pequeño todo. Beso sus mejillitas y sus
ojitos.
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