20 de enero
Mi querido Castor
Me falta una de sus cartas: la de ayer. La que recibí hoy me ha divertido mucho. Su pequeña Sorokine parece un ser encantador. Me gusta cuando siente odio al tener que marcharse y después, por la tarde, le trae un bocado para que la perdone. Por lo que a mí respecta, estoy embarcado en una metafísica. Es trabajosa y difícil pero compensa. Concuerda con la moral, naturalmente, de modo que estos cuadernos serán todo un pequeño tratado filosófico. He trabajado la tarde entera, no sin éxito, sobre el MitSein. Esta mañana en la novela, con gusto. Y después comencé Classe 22 de Glaeser en alemán. Fue todo por hoy, con tres sondeos. Pero ha sido un día agradable porque tiene un porvenir muy próximo y encantador. Dentro de diez días la veré, me pasearé con usted de lo más tranquilo. Hay que salvar aún unos pequeños escollos y luego, ahí estaremos. ¿Se pregunta por qué quiero ir al Relais de la Belle Aurore? No lo sé, amor mío. Verá usted, repaso un poco mentalmente los sitios en los que hemos estado juntos y una veces me tienta éste y otras aquél. Entonces, cuando le escribo, digo el que se me está cruzando por la cabeza. Era el barrio lo que me gustaba, y también los entremeses. Pero el Louis XIV, ah, éste es obligado, es otra cosa. Y Ducottet, por supuesto. Y quizá, ¿quién sabe?, Pierre, ¿eh? ¿Qué le parecería? Y también Lipp, para ir de todos modos a SaintGermain.
La quiero, pequeña mía; qué grato será levantarse bien temprano e irse de paseo. ¿Sabe lo que he pensado? Que si nos levantamos a las seis de la mañana podríamos ir sin mayor temor a tomar una copa al Dome. Me gustaría tanto ir con usted. Antes no le he explicado bien lo que este intento de hacer una metafísica tiene de extraño. En definitiva, lo que hacíamos hasta ahora, como pequeños y aplicados fenomenólogos, era una ontología. Buscábamos las esencias de la conciencia con Husserl o el ser de los existentes con Heidegger. Pero la metafísica es una «óntica». Ahora ponemos las manos en la masa, ya no consideramos las esencias (lo que engendra una eidétida —ciencias de los posibles— o una ontología), sino directamente las existencias concretas y dadas, y nos preguntamos por qué son así las cosas. Así procedían, en suma, los filósofos griegos —hay un sol, ¿por qué hay un sol? En lugar de: «Cuál es la esencia de todos los soles posibles, la esencia solar», o bien: «¿Qué es el sersol?». Es más bárbaro pero más divertido. Aron no podría menos que aprobarme, pues siempre me animó a que hiciera metafísica. Esto es todo por hoy, pequeña mía, T. me envía unas cartas delirantes (siendo ella) de amor. Esta curiosa criaturita, por miedo a ponerse un poco triste, se atranca y se olvida de uno mientras no existe la posibilidad de verlo y, si surge la ocasión, bruscamente se acuerda de que uno le importa. Siento simpatía por ella en este momento, creo que cuando la vea me mostraré muy amable y sin esfuerzo. Es una buena chica, un tanto embustera, un tanto puta pero con clase. A su manera. Le queda todo más corto y redondo que a su hermana pero a la postre percibe su situación en el mundo, oscuramente pero con intensidad.
Querido amor mío, cuánto la quiero y qué ganas tengo de verla. Somos una sola persona, pequeño encantatodo.
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