21 de enero
Mi querido Castor
Una pequeña catástrofe: he roto mis gafas. Por suerte, sólo la montura. Fue hace un rato, al ir a buscar el rancho. Se entra en un camaranchón caldeado y lleno de vapor donde en una gran marmita negra está la carne cociéndose. Antes de entrar meto mis gafas en el bolsillo porque si no, al pasar de —10° a +20°, del frío seco a la humedad tupida y caliente, se cubren de vaho y me quedo sin ver. Pero hoy, al cocinero se le volcó la escudilla por descuido, me agaché para recogerla, mis gafas quedaron cogidas entre la cadera y el muslo y se partieron en dos. Esta noche el buen Pieter envolvió la parte rota de la montura con la goma de un globosonda, hizo una ligadura y ando con eso en la nariz. Me raspa la piel y me lastima los ojos, pero aguantaré así hasta el jueves. El jueves iré «a la ciudad» a buscar tubos de hidrógeno, daré un rodeo por una ciudad más importante y conseguiré una montura nueva. Fue el suceso del día. Otro suceso es que no ha habido ninguna carta. El tren sufrió diez horas de retraso, en consecuencia mañana tendremos dos correos, uno por la mañana a las nueve y otro por la tarde. Todas estas noches he dormido en el «local», en un colchón, porque estaba caldeado y también por el placer de dejar a Pieter bien arrebujado en su saco de dormir y solo. A Keller le disgusta un poco, su increíble sentido de la propiedad le hace quedarse aquí, reventado de sueño, hasta medianoche, por celos de amante, para no dejar una conciencia tras él entre estas paredes. De modo que esta noche he dormido aquí, muy bien, tan es así que por la mañana oí a Paul rugiéndome desde el pasillo: eran las siete y media y me había olvidado completamente de despertarme. Me tocaba el servicio del café. Consiste en llevar las cartas al correo y en ir a buscar el café a la cocina ambulante. Las cartas las dejé a tiempo, pero me quedé sin café y tuve que correr a la panadería a comprar chocolate. Era delicioso, tenía que seguir un sendero abierto en la nieve, igual que en los deportes de invierno. Y al final el cocinero del coronel nos preparó un excelente café. Tras lo cual hice metafísica hasta el mediodía. Creo que es realmente interesante y novedoso, lo que estoy haciendo, ya no tiene nada de filosofía husserliana, ni de Heidegger ni de nada. Se parecería más bien a todas mis viejas ideas sobre la percepción y la existencia, ideas muertas antes de nacer, por falta de técnica, pero que actualmente puedo tratar con toda la técnica fenomenológica y existencialista. Estoy ávido por mostrárselo. Es curiosísimo cómo la guerra y la sensación de hallarme, a pesar de todo, un tanto «perdido», me han procurado audacia, o sea que me han permitido seguir adelante sin preocuparme en ningún momento por saber si estaba o no de acuerdo con mis ideas anteriores; ni siquiera si estaba de acuerdo conmigo mismo de un día para el otro. Es muy rentable esta manera de pensar, finalmente, igual se descubre uno acorde consigo mismo y tiene el mérito de no ser una cosa forzada. Almorcé en el local de Charlotte con Paul y Pieter. Luego volvimos aquí. Respecto de mi permiso hay unas pequeñas dificultades con el C.G., pero el capitán Munier me ha prometido, en un tono que no prestaba a la menor duda, que partiré para el 1.° de febrero y pienso que se le puede tener plena confianza. Por lo demás, las dificultades son de pura inercia: en resumen, los absurdos planes del C.G. equivaldrían a hacerme partir el 10, al mismo tiempo que Paul. Pero esto es lo que el capitán no puede aceptar, porque implicaría la ausencia simultánea de dos sondeadores sobre cuatro y ante el menor inconveniente (enfermedad de uno de los restantes o cualquier cosa similar) se correría el riesgo de suprimir por completo el servicio de sondeo. No hay, pues, otra solución que hacerme marchar antes de mi turno, para que esté de regreso el 15 de febrero y Paul pueda salir en esa fecha. No hay otra solución porque los permisos han de acabar todos el 1.° de marzo, es decir que los últimos en marcharse tienen que hacerlo el 15.
Además, el capitán tiene derecho a disponer esto porque las notas relativas a los permisos dicen expresamente que el orden se puede modificar en cualquier momento por razones de servicio —cosa que han hecho aquí como cien veces. Sólo que el C.G. se vería obligado a efectuar ligeras modificaciones en sus listas, y no se imagina usted lo que es la fuerza de inercia de una administración militar. Pero el derecho saldrá vencedor porque, por encima de todo, el capitán Munier es capitán de estado mayor y, en consecuencia, puede hacer lo que se le antoje. La informo de todo esto por escrúpulos, mi dulce pequeña, y asegurándole al mismo tiempo que el 1.° de febrero a las 5, o a lo sumo el 2, que es viernes, si salgo el 1.°, me verá llegar de militar a la Gare de l’Est. Mi dulce pequeña, qué felices seremos los dos.
Siento un poco la falta de su carta hoy. Mañana tendrían que llegarme 3. La del 17, que sigo sin recibir, la del 19, que tenía que recibir hoy, y la del 20, que normalmente tendría que llegar mañana. No sé más nada de usted.
Esta tarde trabajé en la novela y por la noche vino Mistler y le hablé de la guerra de España. Ahora ya es cosa convenida: por la noche traemos un litro de vino blanco, ellos se instalan, yo peroro y ellos me escuchan. Después pongo en la pared un cartelito que Pieter me ha preparado: «Se ruega no joderme». Les inspiro un terror atroz, como a los de Berlín. Es curioso cómo mis relaciones con los tipos (Escuela Normal —Berlín— aquí) se reproducen idénticamente a través de las diferencias de edad y de comunidades, Mistler cumpliendo el papel de Brunschvick y Paul el de Klee. Sobre éstos ejerzo actualmente el tipo de dominación que deseaba, que no es un imperialismo pero que me permite disfrutar de una paz de reyes, cosa apreciable.
Soy real y absolutamente dueño de mí mismo, como en la vida civil. He tenido suerte.
Hasta mañana, dulce pequeña. Recibirá esta carta el 23 y no nos separarán más que ocho días. Por otra parte, es probable que no nos quedemos aquí mucho tiempo más.
La quiero con todas mis fuerzas, mi pequeña flor.
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