23 de enero
Mi querido Castor
Hoy no ha habido carta suya. Esto se debe a un accidente de ferrocarril que costó la vida a 7 militares con permiso y dejó heridos a otros 40. Después de esto, nos alegramos prudentemente de marcharnos con permiso. Como decía el sargento: «¿Se iban de permiso o volvían?». «Volvían.» «¡Oh, caramba!» Realmente preferiría que me sucediera a la vuelta, si tuviera que sucederme. En cualquier caso, los horarios del correo se han alterado, las cartas llegan por la mañana (con veinticuatro horas de retraso en origen) y sorprende, después queda el día por delante, vacío y tonto. Por ejemplo, son las cuatro y media y le escribo para tener un pequeño contacto con usted, ya que en todo el día de hoy no leeré sus queridas patitas de mosca. Ponían un ritmo. He recibido una graciosa carta de Tania y también estás líneas, como mínimo sorprendentes, de Marianne (firmadas por André Roubaud). Sr. Sartre —Puesto de sondeo— Sector 108 (esto en el sobrescrito) y en la hoja debajo del membrete: Señor, Seria grato para nosotros contar con la posibilidad de su colaboración eventual. Tenga usted la gentileza de ponerse en contacto conmigo en los próximos días, a fin de acordar una cita. Le saluda con..., etc.
Esta carta me confirma en la opinión de que, en esta insólita guerra, a los movilizados no se los toma nada en serio. Se lo tienen merecido, además. Pero en fin, curiosa opinión tienen en la retaguardia de lo que significa estar en sector. ¿Qué he hecho hoy? Primero, anoche me acosté muy tarde (a la una) y el frío me sorprendió de golpe (esta noche ha hecho —25°, es decir, 6° o 7° en nuestros dormitorios). Estuve dos horas sin poder dormirme, y esta mañana amanecí con una llaguecita de frío en el labio, me dio pánico pensar que me vería usted con un lupus igual al que tuve al volver de Grecia. Pero esta tarde se secó. Fui a buscar el café un poco atontado pero ahora ya me siento bien y he escrito la mañana entera sobre aquella idea de totalidad y de moral sin mérito, de la que hemos hablado. Pieter y yo fuimos a almorzar al restaurante de la estación y a un militar que teníamos al lado se le ocurrió decir (sin fundamento) que nos marchábamos, y entonces Charlotte dijo, mirándome: «Así que no veré más a los guapos aviadores».
Si eso no era una ironía, ella es fácil de contentar, no se imagina usted lo roñoso que estoy con mi barba, mis patillas y la cuerdecita que sostiene mis gafas sobre la nariz. Hoy el capitán le decía a Paul: «¿Se cortará la barba para el permiso?». «Dicen», contestó Paul. Y capitán y teniente elevaron sus brazos al cielo: «Sería una verdadera lástima. Con su traje y sus gafas, el conjunto es perfecto». No tema, de todas maneras me la cortaré, mi madre me escribe que se han puesto de acuerdo para presionarme al respecto. Otra cosa, no estoy dispuesto a deambular por París toda una tarde Vestido de militar. Así que dele un telefonazo a mi madre para que deje la ropa en la portería y usted la recogerá con un taxi. O como se le antoje. Recójala unos días antes para que no se note demasiado. Recibirá un telegrama, porque el asunto se confirmará oficialmente el 30 o 31. Por su lado, envíeme la dirección del café vecino a la estación en el que me piensa esperar. Envíela en cuanto reciba esta carta, porque le llegará el 25 o el 26 y yo tendré la contestación el 29 o el 30. Si en el telegrama pongo: «Llego tal fecha convenido café X», espéreme ahí, pero si el telegrama no menciona
ningún café es que no he recibido la carta y, en tal caso, espéreme en Les Trois Mousquetaires (si está cerrado, en el Rallye). Por último, otra cosa, hay que desconfiar de los telegramas. Escribiré, pues, hasta el último día. Si no recibe ningún telegrama, guíese por lo que diga en mi última carta.
Amor mío, aquí tiene unas cartas de los más agitadas que huelen a llegada, ¿no es cierto? Me divierte tanto ir a París. Qué felices seremos los dos, mi querido, adorable Castor. La quiero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario