28 de septiembre de 2013

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

Mi Castor

Aquí tiene el borrador de la carta para Bourdin.

Si te gusta guardar culto a mi memoria, es inútil que procures compartirlo con otros, querida Martine. Sobre todo es inútil soltar nuestra historia a los cuatro vientos corregida y aumentada. Tu indiscreción, que ha llegado a mis oídos, me fuerza a decirte lo que pienso exactamente de nuestra relación, a fin de que puedas, si no consigues evitarlo, contarla como es debido. Jamás te he amado, me has parecido físicamente agradable aunque vulgar, sólo que adolezco de cierto sadismo que tu propia vulgaridad estimulaba. Jamás —y esto desde el primer día— pretendí tener contigo otra cosa que una breve aventura. Has montado en tu novelera cabeza toda una bella comedia de amor compartido pero, ay, vedado por un juramento anterior, y yo dejé que lo hicieras porque pensaba que así la separación te resultaría menos dura. Pero la realidad es mucho más simple. En septiembre me aburría ya un poco contigo, y recordarás cuan a menudo te quejabas durante el día de que fuese a ver a mis padres o amigos. Es que no me divertía mucho contigo. Mis cartas, ejercicios de literatura pasional que nos hicieron reír con ganas al Castor y a mí, por ese entonces no te engañaban del todo. En el fondo sabías que no te quería. Y cuando llegaba tarde a una cita, pensabas que no iba a aparecer, que te había abandonado. 

Esta historia debía terminar el 1.° de octubre. Como las amenazas de guerra hicieron que el Castor regresara a París, dejé de verte unos ocho días antes y, por una estúpida idea de compensación, lo confieso, te ofrecí verte cuatro o cinco veces en octubre, cosa que hice. Era molesto, te ponías a mi lado, parecías deseosa de reanudar relaciones físicas conmigo, te echabas sobre mí y después me rechazabas bruscamente y pretendías que estaba faltando a mi palabra, que yo quería comenzar de nuevo unas relaciones que habíamos decidido acabar. Yo era demasiado cortés para contrariarte, pero esto me exasperaba. Fui cada vez a menos, olvide escribirte, me enviaste una amarga carta de ruptura, no dejé escapar la ocasión. He aquí una historia, pensé, que tal vez no haya sido siempre decorosa pero que ha terminado decorosamente. 

Te confesaré que la atracción que durante unos días me había inspirado tu persona estaba liquidada, el sadismo y la vulgaridad cansan. Para colmo, había que soportar tu noble parloteo, tu revoltijo filosófico, yo estaba con la cabeza hecha añicos. Particularmente, debo confesarlo, cuando me hablabas del teatro. Por último, estuvimos varios meses sin vernos y te tenía completamente olvidada cuando en junio me escribiste una carta, parecías desdichada y el Castor me aconsejó que te viera. Estuve dos horas contigo, me pareciste completamente loca, fijamos una segunda cita y no acudí.  Después consideraste oportuno escribirme numerosas cartas a las que yo no contesté salvo una vez, impulsado por la curiosidad, pues parecías haber pasado por unas historias bastante divertidas. De manera que contesté a esa carta pero dando a entender que la cosa estaba terminada. En la tuya me decías: «Sartre, Sartre, ¿así que no quieres que te vuelva a besar?». Y yo respondí: «Pues por qué no, no es desagradable besarte». De esta carta resueltamente grosera dijiste que la había escrito «en broma», y a partir de ese momento comprendiste, aunque me hayas escrito aún dos veces más. De modo que si vuelves a contar aquella historia, no digas que aún manteníamos relaciones. Di más bien que te he olvidado profundamente. Y si, no teniendo nada mejor que hacer, encuentras algún placer en evocar entre amigos nuestras relaciones físicas de septiembre, es cosa tuya, aunque yo lo encuentre profundamente repugnante. Procura, en todo caso, no inventar las tres cuartas partes de lo que cuentas, me darás una satisfacción enorme.

Así que ya sabes cómo tienes que contar la historia. A todo esto, la última vez me escribías: «¿Por qué te parezco vil?». Pues bien, ahora lo sabes: porque cuentas historias obscenas, infames e inventadas que tú combinas con un sentimentalismo de romanza.

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