18 de septiembre de 2013

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

15 de febrero
Mi pequeño Castor querido, amor mío

Aún no logro explicarle lo que es un sentimiento en mi cabeza, pero lo que puedo decir es que su carita de ojos inundados en lágrimas, que veía por sobre las espaldas de los soldados de mi compartimiento, me dejó trastornado de amor. Qué bello era aquel rostro, querido Castor, no conozco nada más bello en el mundo, y me impresionó y me llenó de humildad el pensar que era tan bello por mí. Amor mío, no estoy triste en absoluto sino inmerso en una curiosa ternura, y aún ahora no puedo pensar en su rostro sin que se me haga un nudo en la garganta. No quisiera que haya estado triste, amor mío. Imagino que el liceo la habrá calmado un poco, forzosamente. Pero existió sin duda esa penosa hora de intervalo (la vi girar lentamente sobre sí misma y marcharse) y fue un peso en mi corazón imaginarla triste y yo que no podía tomarla entre mis brazos y llenarla de besos. Ahora eso quedó atrás y es irremediable. Somos no obstante una sola persona, mi pequeña flor, una sola persona. La quiero más aún, si cabe, después del permiso que antes. No le diré que es usted perfecta porque esto la pone nerviosa y es realmente la clase de cosas que se pueden decir Xavière y Pierre6 con disimulada complicidad. Pero usted es lo mejor que conozco de todas formas, todo lo que amo usted lo tiene y lo tiene al máximo. La quiero con toda el alma. No son «signos» lo que estoy escribiendo.

Los tíos estaban un poco atontados y sombríos. Y, cerca del final, uno de ellos tocó el banjo y todos cantaron. No fue en absoluto desagradable. Leí la novela policíaca (mediocre), dormí, comí, empecé Bismarck, todo ello en un estado de tierna confusión que por momentos lindaba con el remordimiento. Tenía miedo de no haber sido suficientemente bueno durante mi permiso. Amor mío, acabé encontrando una razón de remordimiento: le he dado su navajita a Tania. Verá usted, cariño, mientras estaba aquí adoraba esa navajita. Sólo que ya no cortaba nada y sobre todo ya no contaba, porque yo no estaba en la guerra, estaba en París. Pero hice mal y empiezo a echarla de menos, a echar de menos esa pierna pequeñita y ese piececito dorado. Mi adorable pequeña, está resultando muy incómodo escribirle. Aún tengo otro pequeño tema de remordimiento pero de éste le hablaré mañana. Estoy en un campamento semejante a los que le he descrito y escribo sobre mi cantimplora en medio de un ir y venir infernal. Llegué a las cuatro, son las cinco (usted está con Bien, sin duda) y vuelvo a partir esta noche a las nueve. Llegaré a la «estación de embarque» a las 4 de la madrugada y supongo que arribaré a destino a las 8.

Amor mío, la quiero con todas las fuerzas de mi corazón, quisiera tenerla aquí. Beso sus mejillitas.

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