13 de septiembre de 2013

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

29 de enero
Mi querido Castor

Fue una jornada agradable pero hueca. De aquellas que no se recuerdan. He hecho sondeos, he terminado Classe 22, he escrito perezosamente sobre Gilles en mi cuaderno y trabajado un poco en mi novela. Entre tanto he almorzado en el local de Charlotte y hablado un poco esta noche con Mistler. Mi influencia sobre él es tan grande —a consecuencia de su debilidad— que desde anteayer no se atreve a mear de noche en su orinal. Yo le había dicho que era una cosa infecta y él se excusó gravemente, alegando ser un hombre de edad, pero no acepté sus excusas. Anteayer comenzó a mear por la ventana y me lo contó muy orgulloso. Y, desde entonces, todas las mañanas hay flores amarillas en la nieve bajo su ventana, Paul las contempla cada día con repugnancia. Sin embargo, a causa de esta docilidad, ya no me gusta, ni me divierte. 

Ya no puedo hablarle de frente. Toma, lo apuntaré en mi cuaderno. No soy un lagarto, y miro a las personas de frente. Inútilmente, además, porque con mi ojo que bizquea, creen que les estoy mirando la oreja. Pero cuando un tipo me produce un cierto asco nauseoso, apruebo neciamente todo lo que dice rehuyendo su mirada. Esta noche, no podía mirarlo, literalmente. Por momentos me forzaba a ello y mi vista se desviaba sola. Ahora se ha marchado, todo está tranquilo. Keller duerme sobre un libro y Pieter hace su colada con Persil en una palangana, hay una espumita que chisporrotea y él restrega sus pañuelos dentro. Paul está acostado, se acuesta puntualmente a las nueve, su necesidad de sueño es tan grande como su necesidad de comer. Está el gato, también, el «Escribiente», como dice Keller. Todo está silencioso y acogedor, pero esto se produce todos los días. Adopto el punto de vista del individuo que seré dentro de un año, dentro de dos años, y que releerá estas cartas con usted, que querrá recobrar a través de cada carta una suerte de matiz del día en que fue escrita, pues bien, hoy mismo no puedo ayudar a ese individuo, no puedo encontrar una cosa que distinga a esta jornada, que la convierta en algo particular, está destinada a sumarse a montones de otras y a constituir una masa indiferenciada que llamaré mi época de guerra. Sin duda es que comienza mi permiso, estoy más distraído para todo lo de aquí. En efecto, amor mío, bien pudiera ser que cuando reciba usted esta carta sea la víspera de mi partida y la antevíspera de mi llegada. Qué felices seremos los dos... Mire, elegiremos un día de carne e iremos al Dagorneaux de La Villette, donde parece que es tan buena. Y otra vez iremos a Ménilmontant y a Belleville. He pensado que llegando tan tarde ganaba una cosa: los cafés permanecerán abiertos hasta medianoche, en suma nuestras veladas serán tan largas como en tiempos de paz. La quiero, mi pequeña flor.

Hasta mañana, tengo aún dos cartas que escribirle y luego me tendrá con usted.

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