9 de septiembre de 2013

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

26 de enero
Amor mío, mi querido Castor

He recibido con un día de atraso una deliciosa cartita suya donde ya no parece nada indiferente a mi llegada. Está nerviosa, mi dulce pequeña, y rezonga, un poco temerosa de que le impida trabajar. ¡Ah, con lo felices que seremos! A decir verdad, no he recibido ni confirmación ni anulación, todo sigue igual, el capitán habla bondadosamente de esta barba que me cortaré antes del 1.° de febrero y que será realmente una lástima. Pero de precisiones, nada. Pero no se alarme, en la profesión militar es un buen signo. En ella los espíritus son lentos y reflexivos, y las ideas maduran largamente antes de manifestarse.

Hoy he estado un poco perezoso, he leído Gilles, que me indigna y divierte. Lo encuentro muy injusto con Bretón (Caël), hasta admito que en la vida de Bretón hay escándalos lamentables y vagamente policiales, como el asunto de Paul Morel, pero de todas maneras es demasiado fácil considerarlo únicamente por este lamentable gusto por el escándalo. El surrealismo ha sido otra cosa, y Drieu no dice más que imbecilidades acerca de lo que fue —no Bretón o Aragón— sino el surrealismo. Y además los tipos que se quejan de su época me repugnan. Me hace una gracia tremenda cuando, hablando de sus contemporáneos, escribe: «Me he dejado robar el alma por ellos». En su lugar, yo sentiría vergüenza, porque al fin y al cabo no tenía ninguna obligación. Tanta vergüenza me daría que ni pensaría en acusar a mis contemporáneos, me acusaría a mí mismo. De veras que es un perfecto canalla. 

Condena al comunismo, pues muy bien. Pero qué grotesco que vaya a buscarlo en los salones de la IV República; parece olvidar por completo que también había obreros que eran comunistas. Todo eso huele a oficina de espíritu que da miedo. Desde el punto de vista de la novela, a veces no está tan mal (cuando Paul Morel entra en crisis y Galland va a verlo), pero es una facha, está hecho deprisa y corriendo. Hay escenas fundamentales que no desarrolla (las relaciones de Galland con el policía),
personajes fundamentales construidos en un dos por tres (el policía, precisamente) y repeticiones inútiles y falta de ilación. Pero hay situaciones: por ejemplo, la pequeña judía arribista que llega a París de lo más asombrada y corre por todas partes tras su amante loco.

Escribí un poco de novela, un poco también de cuaderno y aquí estoy; por lo demás: tres sondeos. Buenos días de monje estoy pasando. Mañana iré a buscar un tubo de hidrógeno. Pasaré por una gran ciudad en la que me haré cortar el pelo y reemplazaré la montura de mis gafas. Sepa que La imaginación saldrá en la primera quincena de febrero, y que me ruegan, si estoy de paso por París, atender a la prensa.

Lo haré en los horarios que usted esté en el liceo; me divertirá mucho dedicar todos estos libros, yo el soldado. Hay una revista japonesa que quiere mi colaboración pero he respondido cortésmente que no, porque los japoneses están con los malos. No ha habido cartas de París hoy, la suya fue la que tenía que haber recibido ayer. Y esto es todo, amor mío. También ésta es una carta muy cotidiana. Pero usted sabe, estoy metido por entero en la alegría de partir y de volver a encontrarme con usted. Hasta mañana, mi querida pequeña, mi dulce pequeña flor. Cuando reciba esta carta estará a 4 días de verme. La beso, dulce carita de viejo camino trillado.

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