21 de noviembre de 2013

Sólo te acepto viva, sólo te quiero Alejandra.


Mi querida, tu carta de julio me llega en septiembre, espero que entre tanto estás ya de regreso en tu casa. Hemos compartido hospitales, aunque por motivos diferentes; la mía es harto banal, un accidente de auto que estuvo a punto de. Pero vos, vos, ¿te das realmente cuenta de todo lo que me escribís? Sí, desde luego te das cuenta, y sin embargo no te acepto así, no te quiero así, yo te quiero viva, burra, y date cuenta que te estoy hablando del lenguaje mismo del cariño y la confianza –y todo eso, carajo, está del lado de la vida y no de la muerte. Quiero otra carta tuya, pronto, una carta tuya. Eso otro es también vos, lo sé, pero no es todo y además no es lo mejor de vos. Salir por esa puerta es falso en tu caso, lo siento como si se tratara de mí mismo. El poder poético es tuyo, lo sabés, lo sabemos todos los que te leemos; y ya no vivimos los tiempos en que ese poder era el antagonista frente a la vida, y ésta el verdugo del poeta. Los verdugos, hoy, matan otra cosa que poetas, ya no queda ni siquiera ese privilegio imperial, queridísima. Yo te reclamo, no humildad, no obsecuencia, sino enlace con esto que nos envuelve a todos, llámale la luz o César Vallejo o el cine japonés: un pulso sobre la tierra, alegre o triste, pero no un silencio de renuncia voluntaria. Sólo te acepto viva, sólo te quiero Alejandra.

Escribíme, coño, y perdoná el tono, pero con qué ganas te bajaría el slip (¿rosa o verde?) para darte una paliza de esas que dicen te quiero a cada chicotazo.

No, no voy a hacer una reseña al respecto. Sólo diré - escribiré - que yo quiero un Cortázar para mí. Muchas veces he pensado que lo tenía, y siempre he terminado dándome cuenta que no es así. 

19 de noviembre de 2013

Tristeza inedintificable

Una noticia cambio nuestras vidas y a pesar de que la noticia era lo más importante conllevaba una irremediable tristeza e impotencia de por medio.

Lloré.

Y creo que aún  no consigo identificar el verdadero motor de las lágrimas.

Resulta ser que pronto contaremos con un nuevo miembro en la familia y nadie desea o esperaba que eso ocurriese tan pronto.

Lloré porque no es lo optimo.
Llore porque será difícil.
Lloré porque, aunque sea un regalo, se ha cagado la vida.
Lloré porque mi madre lloraba.
Lloré porque sabía que el corazón de mi padre se rompería.
Lloré porque tenía miedo.

Lloré y luego mis ojos se secaron, recordé que no podía desmoronarme.
Lloré porque supe que entonces no podría llorar más respecto al tema.

7 de noviembre de 2013

Apariencias aparentemente reales.

Últimamente todas las palabras han sido cosa de parafrasear ¿dónde diantres te has metido inspiración? es que a caso se trata de la inspiración propiamente tal? Yo jamás he constado de una musa, y espero no tenerla jamás, no soy partidaria de la dependencia pues suficiente tengo con el cigarrillo. otros tienen la bebida y a veces pienso que en realidad si soy un alcohólico, me embriago a cada instante, me embriago de ilusiones, de deseos paupérrimos que no soy capaz de materializar, ni visualizar concretamente porque hace algún tiempo todo me resulta abstracto. Que analogía sentirme así. Sobre todo tratándose de mi.

¿Es que a caso ya no quedan sentimientos o emociones que plasmar con letras metálicas, con aplastamientos de teclas que engrasan cada vez más mis dedos rígidos? debería dejar de excusarme con la depresión, porque es parte de mi esencia, de hecho es absurdo que aun no haya conseguido convivir plenamente con ella. Lo odio, al igual que casi todas las cosas que me rodean, y es que siempre he sido una intolerante y amargada encubierta. Mi madre lo dice, no lo de encubierta sino lo de amargada y yo preciso en convencerme de que no es cierto, por que no lo es, ¿cómo podría serlo? no es cierto.

Y como no es cierto, así siento que me estoy secando.

Debería llorar, pero no puedo. No debo.

Un dolor de cabeza me invade y siento que es por mi culpa.  todo siempre lo ha sido. Al igual como siempre termino escribiendo de la pesadumbre que invade mi alma, y de mis dolores de cabeza. Tengo más de 50 años sobre mi espalda y corazón, tantas vivencias que no recuerdo, tantas cosas por las cuales quejarme. es la naturaleza.  Es que siempre he creído ser un anciano en cuerpo de joven, pues de niño e infante ya nada queda, me lo arrebató la vida o tal vez yo misma.

4 de noviembre de 2013

Sonatina

La princesa está triste... ¿Qué tendrá la princesa?

Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.

El jardín puebla el triunfo de los pavos-reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y, vestido de rojo, piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.

¿Piensa acaso en el príncipe de Golconda o de China,
o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?

¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de mayo,
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte;
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.


¡Pobrecita princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.

¡Oh, quien fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La princesa está triste. La princesa está pálida.)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe
(La princesa está pálida. La princesa esta triste.)
más brillante que el alba, más hermoso que abril!

"--Calla, calla, princesa -dice el hada madrina-;
en caballo con alas, hacia aquí se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con su beso de amor."

26 de octubre de 2013

"Si admitimos que

La vida humana puede ser gobernada por la razón, entonces toda posibilidad de vida es destruida.”

De "Guerra y Paz"

22 de octubre de 2013

¡Ay este Julio tan sabio!

"Creo que no te quiero, que solamente quiero la imposibilidad tan obvia de quererte. Como el guante izquierdo enamorado de la  mano derecha"

20 de octubre de 2013

Armonía

"Hay placer en los bosques sin senderos, hay un éxtasis en la orilla solitaria, no hay sociedad, donde se entromete su defecto, por las profundidades del mar, y la música en su rugido, No amo el hombre menos, pero más a la naturaleza"

Lord Byron. 
De "Into the Wild" Film. 

15 de octubre de 2013

Dios.

Ron Franz: Te voy a extrañar cuando te vayas.
Christoper McCandless: Yo también te voy a extrañar, pero estás equivocado si piensas que la alegría de la vida viene principalmente de la alegría de las relaciones humanas. El lugar de dios esta alrededor nuestro, está en todas las cosas y en todo lo que podemos experimentar. La gente sólo necesita cambiar la manera en que ve las cosas.
Ron Franz: Si. Voy a tomar nota de eso. Sabes que lo haré. Te quiero decir algo. De la cosas que me has dicho sobre tu familia, tu madre y tu padre... y sé que tienes problemas con la iglesia también...Pero hay alguna especie de cosa grande que todos podemos apreciar y me suena a que no te importa llamarlo dios. Y cuando amas, la luz de dios brilla a través de ti. 

Extracto Película "Into the Wild" Dialogo entre Alex y Ron. 

8 de octubre de 2013

Ya quisiera conseguirlo

“Lo mejor que puedo hacer con la muerte es tratar de aprovechar la vida.”

6 de octubre de 2013

Pido el silencio

... Canta lastimada mía. 
Cervantes. 

Aunque es tarde, es noche, 
y tu no puedes. 

canta como si no pasara nada.

Nada pasa. 

1 de octubre de 2013

Motor


Camina dos años por la tierra. Sin teléfono, sin piscina, sin mascotas, sin cigarrillos. Libertad absoluta. Un extremista. Un viajero de lo estético cuyo hogar es el camino. Y ahora después de dos años de caminata, llega la aventura final y más grande. La batalla culminante para matar al falso ser interno y concluir victorioso la revolución espiritual. Sin estar ya más envenenado por la civilización el huye, y camina solo por la tierra para perderse en la naturaleza.

Alexander Supertramp Mayo de 1992. 

30 de septiembre de 2013

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

25 de febrero
Mi querido Castor

Estoy de lo más contento: he recibido dos cartitas suyas. Todo va mucho mejor. Siempre va mejor cuando usted me escribe. Hoy me siento junto a usted y pienso que si es tan buena conmigo es que no debo de ser tan malvado como creía.

Figúrese que hoy he recibido, de un admirador epistolar llamado Alain Borne, un opúsculo de versos intitulado Cicatrices de songes. Los leí, me impacientó no poder entender la poesía y acto seguido me puse a escribir una «para probar». Aquí la tiene, se la doy por lo que vale, la consigné también en mi cuadernito, para mortificarme.

Fondus, les crissements de lumière sous les arbres morts.
En eau, les mille lumières d’eau qui cachaient leur nom
Fondu le sel pur de l’hiver, mes mains sèchent.
J’égoutte entre les maisons la douce étoupe grasse de l’air
Et le ciel est un jardin botanique qui sent la plante revenue.
Aux fenêtres des grandes halles désertes
Des fantômes poudrés voient couler dans les rues la lente colle noire
Fondues les aiguilles de joie blanche dans mon coeur
Mon coeur sent le poisson.
Printemps vénéneux qui commence
Ne me fais pas de mal
Mon coeur était si dur a la peine
Et voici qu’il s’écoeure de printemps
Printemps qui commence en mon coeur
Puissestu brûler comme une torche
Et que la pierre torride de l’été Touche et sèche les herbes souples.
Souffle embrasé j’ai glissé sur la pierre
Et les germes brûlaient, incendies per le vent
Souffle glacé sur la neige
J’ai glissé dur et transparent
Et le monde était de marbre et j’étais le vent
Mais voici revenu l’exil du printemps.

En su crítica puede ser todo lo ofensiva que quiera. Yo mismo no me siento orgulloso, contemplo con asombro este retoño, sorprendido de haber osado hablar de mi corazón y de tutear a la primavera, pero es que el género lo exige. Además no tiene precio, porque permite descubrir desde dentro lo que es el estado poético.

Fuera de esto, esta mañana un gendarme me despidió limpiamente del café y subí al primer piso de un sitio que en lo sucesivo será mi único refugio mientras esté aquí: el hogar del Soldado, organizado por el Ejército de Salvación. Se trata de un gran salón que como anteriormente se utilizaba para funciones de cine tiene la pared del fondo cubierta por una pantalla. Está montado con piadosa coquetería, largas mesas, manteles a cuadros sobre las mesas y ramos de flores, ¡imagínese!, sobre las mesas. Dentro hay cincuenta soldados silenciosos, leyendo, escribiendo, jugando a las cartas. Huele a club inglés, a asilo de ancianos y a biblioteca municipal. Por el medio de todo esto circula una vivaz ancianita de continente duro y malvado, que se desvive y vigila. No me compadezca, estoy mucho mejor aquí que en el A.D., y tan bien, en el fondo, como en el café. La vieja corretea y ni se la ve, los soldados hacen poco ruido, tienen ese no sé qué de apagado de los machos que van a la iglesia. Hay una radio tocando discretamente algunas melodías, esta mañana me sentí casi contento de estar aquí. El martes me vacunan por primera vez contra el tifus. A algunos los afecta un poco y a otros no. Si ese día no tiene carta, es que me ha chiflado. Me alegra bastante sacarme esto de encima de una vez. Alquilaré una habitación de aquí, como Pieter, y si me siento cansado me acostaré.

Amor mío, está usted preocupada por mi permiso: cómo esconder cinco días. Pero le digo: por ejemplo, verá usted a Z. tres tardes sobre cinco y yo las aprovecharé viendo a mis padres. A fin de cuentas, primero que dispondremos de todo el día para vernos, hasta las siete y media (usted comerá en el liceo) y después, cuando a eso de las once y media se haya separado de Z. (no se traslade todavía a su hotel, precisamente para poder dormir fuera con tranquilidad) aun tendremos toda la noche para nosotros. De este modo nos veremos más y más a gusto que en febrero, y podremos dar largos paseos. Por añadidura, también dispondremos de dos noches para nosotros, será novedoso y nos permitirá hacer algo de vida nocturna. Pero no encuentro esta vida tan agradable en París. ¿Es factible todo esto? Me parece que sí muy bien, pero con cierta cara. Además, quizá para entonces yo esté totalmente libre; las cosas parecen ir muy mal con T.: me ha escrito una carta loca de indignación en la que me pone peor que por los suelos, y después han pasado dos días y no me ha vuelto a escribir. Debe de guardarme un poco de rencor. Yo, por mi parte, le he escrito páginas y páginas con explicaciones, incluso le envié una carta de Bourdin que prueba claramente que ya no tengo relaciones con ella, pero no sé cómo lo tomará. Sé perfectamente que T. no puede tomar la iniciativa de la ruptura. Pero sí puede cometer una tremenda estupidez con su criollo o con el tipo de V. Brochard o cualquier otro y eso yo no lo podré tolerar.

Esto es todo respecto de mí, dulce pequeña. Imposible sentirme más unido a usted, sus cartas me han devuelto la alegría. La quiero con todas mis fuerzas. Cuídese mucho, pequeña mía que juega con su salud, descanse y trabaje bien.

Beso sus ojitos, adorable Castor.

Opúsculo de versos "para probar"

Derretidos, los crujidos de luz bajo los árboles muertos. / En agua, las mil luces de agua que ocultaban su nombre / derretida, la sal pura del invierno, secas quedan mis manos. / Escurro entre las casas la suave estopa del aire / y el cielo es un jardín botánico que huele a vegetal renacido. / En las ventanas de grandes salas desiertas / los espectros empolvados ven derramarse en las calles la lenta pez negra / derretidas, las blancas agujas de alegría en mi corazón / mi corazón huele a pescado. / Primavera venenosa que comienza / no me hagas daño / tanto se afanó mi corazón / se asqueó ahora de primaveras. / Primavera que en mi corazón comienza / ¡ojalá ardas como una antorcha! / Y que la tórrida piedra del verano / roce y seque las hierbas cimbreantes. / Soplo encendido me deslicé sobre la piedra / y los gérmenes ardían, abrasados por el viento / soplo helado sobre la nieve / me deslicé duro y transparente / y el mundo era mármol / yo era el viento / mas está de vuelta el exilio de la primavera.

Jean-Paul Sartre
Del 25 de Febrero de 1940. A Simone de Beauvoir. 
Cartas al castor y a algunos otros. 

29 de septiembre de 2013

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

25 de febrero
Mi querido Castor

Aquí tiene una lista de libros. Sea buena y cómpremelos en cuanto reciba su dinero del mes. Al menos una parte.
*
La Comuna Lissagaray
La Comuna. No sé de quién en Anatomie des révolutions, la misma colección del libro de Cassou sobre 48. ¿Lo encontrará?
Vida de Goethe —Ludwig
Guillermo II —Ludwig
Diario —Renard
El volumen del Diario de los Goncourt que trata del sitio de París y de la guerra del 70 (hace dos o tres años salió una edición bastante barata)
Don Quijote
Vida de Baudelaire —por Porche. Averigüe si no ha aparecido otra biografía del mismo en la colección Vies des Hommes illustres (Gallimard) en cuyo caso también tendría que comprarlo.

Gracias, pequeña. La quiero mucho.

* (Al margen). Son los que más me interesan en este momento.

Justo en el centro

Un día volví del colegio y ella estaba sentada en una silla en el recibidor de casa. Mis padres también
estaban allí sentados, y mi madre estaba llorando. Cuando mi madre me vio, se levantó y vino corriendo hacia mí, me abrazó. Me llevó al dormitorio y me sentó en la cama.

—Henry, ¿quieres a tu madre?

Yo la verdad es que no la quería, pero la vi tan triste que le dije que sí. Ella me volvió a sacar al recibidor.

—Tu padre dice que quiere a esta mujer —me dijo.

—¡Os quiero a las dos! ¡Y llévate a este niño de aquí! 

Sentí que mi padre estaba haciendo muy desgraciada a mi madre.

—Te mataré —le dije a mi padre.

—¡Saca a este niño de aquí!

—¿Cómo puedes amar a esa mujer? —le dije a mi padre—. Mira su nariz.

¡Tiene una nariz como la de un elefante!

—¡Cristo! —dijo la mujer—. ¡No tengo por qué aguantar esto! —Miró a mi padre—. ¡Elige, Henry! ¡O una, u otra! ¡Ahora!

—¡Pero no puedo! ¡Os quiero a las dos!

—¡Te mataré! —volví a decirle a mi padre.

Él vino y me dio una bofetada en la oreja, tirándome al suelo. La mujer se levantó y salió corriendo de la casa. Mi padre salió detrás suyo. La mujer subió de un salto en el coche de mi padre, lo puso en marcha y se fue calle abajo. Ocurrió todo muy deprisa. Mi padre bajó corriendo por la calle detrás
del coche:

—¡EDNA! ¡EDNA, VUELVE!

Mi padre llegó a alcanzar el coche, metió el brazo por la ventanilla y agarró el bolso de Edna. Entonces el coche aceleró y mi padre se quedó con el bolso.

—Sabía que estaba ocurriendo algo —me dijo mi madre—, así que me escondí en la camioneta y los pillé juntos. Tu padre me trajo aquí de vuelta con esa mujer horrible. Ahora ella se ha llevado su coche. Mi padre regresó con el bolso de Edna.

—¡Todo el mundo dentro de casa!

Entramos dentro, mi padre me encerró en mi cuarto y los dos se pusieron a discutir. Era a voz en grito y muy desagradable. Entonces mi padre empezó a pegar a mi madre. Ella gritaba y él no dejaba de pegarla. Yo salí por la ventana e intenté entrar por la puerta principal. Estaba cerrada. Lo intenté por la puerta trasera, por las ventanas. Todo estaba cerrado. Me quedé en el patio de atrás y escuché los gritos y los golpes. Entonces hubo silencio y todo lo que pude oír fue a mi madre sollozando. Lloró durante un buen rato. Gradualmente fue a menos hasta que cesó.

12. La senda del Perdedor. Extracto. Charles Bukowski. 

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

24 de febrero
Mi querido Castor

Qué contento estoy de escribirle, es un poco como si estuviese con usted. Cuánto querría tenerla aquí, su manita en la mía y hablarle del singular momento que atravieso. Porque estoy pasando un momento singular. No es tanto la circunstancia exterior, aunque sea bastante extraña dado que mis cosas con T. están particularmente en el aire. Pero no se trata de eso, aunque la idea de perder a T. me acongoja. Lo que pasa es que debido a todo eso me siento profundamente hastiado de mí mismo. Sabe usted que muy rara vez me sucede, e incluso en esos casos hay no obstante una falta de solidaridad hacia mí mismo que hace todavía soportable la situación, pero, en fin, mi pequeño juez, me importa mucho conocer su opinión. Voy a exponerle lo que pienso y, sobre todo, no le pido la absolución sino que reflexione. Y luego me dirá lo que piensa, sopesándolo bien todo, boquita de oro. Será un veredicto. Aquí tiene:

Yo opino como usted y es de lo más irritante que Tania se desvanezca de asco cuando lo que le cuentan ya lo sabía. Ella misma, me parece, ha pasado por demasiadas manos para escandalizarse tanto. Es verdad que sus historias no son obscenas, pero después de todo algunas no son mucho mejores. Luego, como personalidad no está en tela de juicio, pero diría que posee, lo mismo que su hermana, una suerte de facultad para juzgar y sacar a luz la fealdad que se podrá considerar con abstracción de ella. Pues bien, primeramente, si me observo a través de esta sensibilidad, mis relaciones con Martine Bourdin se me aparecen innobles. Ante todo, está más claro que el agua que esta historia no se imponía. Jamás me hice ilusiones sobre el valor de Bourdin y, si me las hubiese hecho, unas horas de conversación habrían bastado para abrirme los ojos a tiempo. Me cegué un poco
voluntariamente. ¿Qué necesidad tenía yo de esta chica? ¿Qué pretendía? ¿Hacer el Don Juan de pueblo? Y si me justifica usted por la sensualidad, digamos que ante todo no la tengo y que un ligero deseo a flor de piel no vale como excusa, y después que mis relaciones sexuales con ella han sido innobles. Aquí a quien estoy acusando no es tanto a mi comportamiento con ella como a mi personaje sexual en general; tengo la impresión de que hasta ahora, en las relaciones físicas con la gente, me he conducido como un niño vicioso. Conozco pocas mujeres a las que en este aspecto no haya puesto incómodas (salvo precisamente a T., es cómico). A usted misma, mi pequeño Castor, pese al respeto que siempre le he profesado, la hice sentir molesta con frecuencia, sobre todo en las primeras épocas, y en más de una ocasión le he parecido obsceno. No un macho cabrío, ciertamente. Eso estoy seguro de no serlo.

Obsceno, simplemente. Pienso que hay en mí, al respecto, algo muy deteriorado, venía sintiéndolo oscuramente de tiempo atrás, lo sabe, pues en nuestras relaciones físicas en París, durante mi permiso, notó que estaba cambiado. Quizá esto haga que las relaciones físicas pierdan cierto vigor, pero creo que ganan en pulcritud. En cualquier caso, con M. Bourdin, a quien no respetaba como a usted, a quien no cuidaba como a T., he sido realmente innoble. No vaya a pensar en bacanales, no hubo nada que no le haya dicho. Pero lo que hoy resucita es esa atmósfera de canallada sádica, y me repugna. De modo que lo que desde ayer siento hondamente es que, cualesquiera sean los errores de T. en este asunto, yo estoy pagando. Y no únicamente por M. Bourdin, sino por toda mi vida sexual pasada. Las cosas tendrán que cambiar. ¿Está usted de acuerdo, qué piensa? Me siento profundamente manchado por esta historia y encuentro que por sí misma no significa absolutamente nada. Además termina de una manera sórdida (un año y medio después de su final real) igual que empezó, con esos relatos complacientemente infames de Bourdin y con la carta que le he escrito, no menos infame.

Así que, primera acusación. Se le añade otra que me fastidia: ¿cómo parezco ser a través de mis cuadernos para haber chocado tanto a las hermanas Z.? ¡Oh!, es verdad, no me hago ilusiones sobre sus juicios. Y sin embargo... Al principio, T. estaba claramente predispuesta a mi favor, y no obstante, sobre la marcha, acabó indignada. ¿Qué piensa usted misma de esto? Es secundario, de todos modos. 

Y para terminar, adorable Castor, T. me escribió ayer una carta furiosa donde lo que especialmente la pone fuera de sí es que Bourdin hable de mi «misticismo» con usted. Hoy he escrito: «Bien sabes que pasaría por encima de todo el mundo (aun del Castor, a pesar de mi "misticismo") con tal de estar bien contigo». No ha de repararse en medios para lograr un fin, pero no me sentía orgulloso al escribirlo. Tanto por usted como por T. Conclusión: jamás he sabido llevar limpiamente mi vida sexual ni mi vida sentimental; me siento honda y sinceramente un canalla. Un canalla de escasa envergadura, para colmo, una especie de sádico universitario y de Don Juan funcionario que da asco. Esto tiene que cambiar. Tengo que renunciar a 1.° los asuntitos canallas: Lucile, Bourdin, etc. 2.° las historias que se agrandan a causa de mi ligereza. Si esto mejora conservaré a T. porque me importa. Pero si no mejora, se terminó, mi actividad de viejo verde habrá llegado a su final. Dígame lo que piensa de esto.

Lo cual no me ha impedido, mi dulce pequeña, escribir esta mañana varias páginas de mi novela y esta noche cantidades de páginas de mi cuaderno sobre un tema que me divierte: mi falta de sentido de la propiedad. Sólo que escribo sobre mí con pinzas, por así decirlo. Al leer mis cuadernos precedentes me reprochó usted una cierta complacencia. Le juro que no la tengo.

Nada más, pequeña mía. En apariencia estaba yo en un café escribiendo y leyendo y después en un restaurante leyendo y escribiendo, pero la obra se representaba en mi cabeza. Debo reconocer que es inédito aprender el pudor a los 34 años. Pequeña mía, querida pequeña, sólo con usted soy limpio y no se debe a mí, se debe a usted, pequeño parangón. La quiero tanto, mi dulce pequeña, cuánto quisiera apretar su bracito y cubrir de besos sus viejas mejillitas. No me vaya a creer aplastado, estoy más bien tranquilo. Pero con severidad. Mañana le enviaré una lista de libros para que me los compre cuando tenga dinero. El fondo de todo esto es que pensaba que nada podía ensuciarme, y me doy
cuenta de que no es verdad. No ha habido carta de T. hoy: lo esperaba. Pero tampoco de usted, y yo me quedo de lo más solo en la mierda.

28 de septiembre de 2013

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

Mi Castor

Aquí tiene el borrador de la carta para Bourdin.

Si te gusta guardar culto a mi memoria, es inútil que procures compartirlo con otros, querida Martine. Sobre todo es inútil soltar nuestra historia a los cuatro vientos corregida y aumentada. Tu indiscreción, que ha llegado a mis oídos, me fuerza a decirte lo que pienso exactamente de nuestra relación, a fin de que puedas, si no consigues evitarlo, contarla como es debido. Jamás te he amado, me has parecido físicamente agradable aunque vulgar, sólo que adolezco de cierto sadismo que tu propia vulgaridad estimulaba. Jamás —y esto desde el primer día— pretendí tener contigo otra cosa que una breve aventura. Has montado en tu novelera cabeza toda una bella comedia de amor compartido pero, ay, vedado por un juramento anterior, y yo dejé que lo hicieras porque pensaba que así la separación te resultaría menos dura. Pero la realidad es mucho más simple. En septiembre me aburría ya un poco contigo, y recordarás cuan a menudo te quejabas durante el día de que fuese a ver a mis padres o amigos. Es que no me divertía mucho contigo. Mis cartas, ejercicios de literatura pasional que nos hicieron reír con ganas al Castor y a mí, por ese entonces no te engañaban del todo. En el fondo sabías que no te quería. Y cuando llegaba tarde a una cita, pensabas que no iba a aparecer, que te había abandonado. 

Esta historia debía terminar el 1.° de octubre. Como las amenazas de guerra hicieron que el Castor regresara a París, dejé de verte unos ocho días antes y, por una estúpida idea de compensación, lo confieso, te ofrecí verte cuatro o cinco veces en octubre, cosa que hice. Era molesto, te ponías a mi lado, parecías deseosa de reanudar relaciones físicas conmigo, te echabas sobre mí y después me rechazabas bruscamente y pretendías que estaba faltando a mi palabra, que yo quería comenzar de nuevo unas relaciones que habíamos decidido acabar. Yo era demasiado cortés para contrariarte, pero esto me exasperaba. Fui cada vez a menos, olvide escribirte, me enviaste una amarga carta de ruptura, no dejé escapar la ocasión. He aquí una historia, pensé, que tal vez no haya sido siempre decorosa pero que ha terminado decorosamente. 

Te confesaré que la atracción que durante unos días me había inspirado tu persona estaba liquidada, el sadismo y la vulgaridad cansan. Para colmo, había que soportar tu noble parloteo, tu revoltijo filosófico, yo estaba con la cabeza hecha añicos. Particularmente, debo confesarlo, cuando me hablabas del teatro. Por último, estuvimos varios meses sin vernos y te tenía completamente olvidada cuando en junio me escribiste una carta, parecías desdichada y el Castor me aconsejó que te viera. Estuve dos horas contigo, me pareciste completamente loca, fijamos una segunda cita y no acudí.  Después consideraste oportuno escribirme numerosas cartas a las que yo no contesté salvo una vez, impulsado por la curiosidad, pues parecías haber pasado por unas historias bastante divertidas. De manera que contesté a esa carta pero dando a entender que la cosa estaba terminada. En la tuya me decías: «Sartre, Sartre, ¿así que no quieres que te vuelva a besar?». Y yo respondí: «Pues por qué no, no es desagradable besarte». De esta carta resueltamente grosera dijiste que la había escrito «en broma», y a partir de ese momento comprendiste, aunque me hayas escrito aún dos veces más. De modo que si vuelves a contar aquella historia, no digas que aún manteníamos relaciones. Di más bien que te he olvidado profundamente. Y si, no teniendo nada mejor que hacer, encuentras algún placer en evocar entre amigos nuestras relaciones físicas de septiembre, es cosa tuya, aunque yo lo encuentre profundamente repugnante. Procura, en todo caso, no inventar las tres cuartas partes de lo que cuentas, me darás una satisfacción enorme.

Así que ya sabes cómo tienes que contar la historia. A todo esto, la última vez me escribías: «¿Por qué te parezco vil?». Pues bien, ahora lo sabes: porque cuentas historias obscenas, infames e inventadas que tú combinas con un sentimentalismo de romanza.

Sábados

Afuera hay un ocaso, alhaja oscura 
engastada en el tiempo, 
y una honda ciudad ciega 
de hombres que no te vieron. 
La tarde calla o canta. 
Alguien descrucifica los anhelos 
clavados en el piano. 
Siempre, la multitud de tu hermosura. 
A despecho de tu desamor 
tu hermosura 
prodiga su milagro por el tiempo. 
Esta en ti la ventura 
como la primavera en la hoja nueva. 
Ya casi no soy nadie, 
soy tan solo ese anhelo 
que se pierde en la tarde. 
En ti esta la delicia 
como esta la crueldad en las espadas. 

Agravando la reja esta la noche. 
En la sala severa 
se buscan como ciegos nuestras dos soledades. 
Sobrevive a la tarde 
la blancura gloriosa de tu carne. 
En nuestro amor hay una pena 
que se parece al alma. 

Tú 
que ayer solo eras toda hermosura 
eres tambien todo amor, ahora.

27 de septiembre de 2013

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

23 de febrero
Mi querido Castor

Como usted había vaticinado, esta historia de Bourdin me ha puesto muy nervioso. Me cayó como una bomba, sabe Dios lo lejos que estaba de sospechar algo así. He leído cuatro páginas furibundas de Tania. Contestar se hace difícil porque existen cartas escritas por mí a Bourdin que ella le ha mostrado a Mouloudji y en las que juego a hacerme el macho, usted se acordará. En definitiva, también es cierto que, como ha dicho usted, Tania no se ha enterado de nada que no supiera ya. Por fortuna hay primeramente dos hechos falsos que he podido refutar: por lo que dijo Mouloudji, ella sospecha que mantengo aún ahora relaciones con Bourdin y cree que cuando me acosté con ella todavía me acostaba con Bourdin, lo cual es falso. 2.º Cree que yo le he contado a Bourdin que ella (Tania) estaba enamorada de mí y que nos acostábamos, lo cual también es falso, considerando que si alguna vez le he hablado de Tania a Bourdin yo no pensaba que estuviese enamorada de mí y no manteníamos ninguna relación física. Sobre estos dos puntos mi buena fe es absoluta. En cuanto a las relaciones físicas con Bourdin, niego terminantemente que fueran tumultuosas y que yo me haya hecho de macho cabrío: la cosa es simple, no hay pruebas. Ahora hago una auténtica maldad pero Bourdin se la merece, le envío a Tania una carta abierta a Bourdin que ella deberá despacharle, y en esa carta le cuento a Bourdin la historia con Bourdin tal como fue. Aquí tiene el borrador. La carta está mejor pero le dará una idea del tono. Ahora bien, ¿es una «trastada», en el sentido en que usted decía «seguirá usted haciendo trastadas» o un desastre? No lo sé. Si estuviese en París lo arreglaría todo, pero no estoy y Mouloudji tratará de sacar ventaja —por otro lado están los cuadernos—. Si se toman a mal, se sumirán en el hastío; cierto es que la carta de Tania procura evitar lo peor, pues termina así: Discúlpame, hago todo lo que puedo por no asquearme de la obscenidad como una melindrosa. Pero me es imposible evitar un terrible malestar físico, es como si me hubiesen puesto carne delante, y además pienso en esas mezclas de cuerpos en las que debí de participar sin saberlo. Hasta mañana, te quiero lo mismo pero estoy molesta, todo esto se tendrá que ir disipando. Tania y en la posdata añade: «Fíjate que lo he dicho todo y que me habría sido más fácil guardármelo. Pero creo que toda mi falsedad no hubiese bastado». Estas últimas líneas dan pie a bastante esperanza, porque ya se defiende de un broncazo posible (pues yo le había dicho que el año pasado en lugar de enloquecerse tendría que habérmelo dicho todo) reclamando los beneficios de la franqueza. ¿Qué piensa usted?

Usted, cariño, tendría que conducirse en la siguiente forma. A. Z. tiene que  decirle: 1.° Que yo nunca le conté a Bourdin más que cosas insignificantes, y que si le hablé de Tania fue sólo en forma evasiva y con otro nombre. Además es cierto. Que un día le conté a grandes rasgos la historia con Z. pero sin nombrarla. 2.° Que mis relaciones con Bourdin se terminaron el 1.º de octubre y que se prolongaron con cinco o seis visitas en octubre en las que no nos acostamos. Es cierto además. Que sólo la vi una vez más en junio y me pareció completamente loca. También es cierto. Que desde entonces me ha estado corriendo detrás pero yo me desentendí de ella por completo. También es cierto. 3.° En cuanto a los cuadernos, acuérdese bien de que usted todavía no ha leído la mayor parte. Incluso no estaría mal que los reclamase lo antes posible para leerlos y así de paso le impide a Tania caer en sombrías meditaciones sobre su contenido. 4.° Procura tenerme al corriente, haga hablar a Z. del asunto uno o dos días después de recibir esta carta para ver un poco si la cosa se calmó después de mis explicaciones. Y escríbame de inmediato lo que opina de la gravedad del asunto. Me parece que con las Z. nada es nunca demasiado grave pero que tampoco nada se perdona nunca.

En cuanto a mi estado personal, pues bien, es éste: la historia me afectó, naturalmente, porque albergo buenos sentimientos hacia T. y además he sido lo bastante canalla como para que me parezca una cosa injusta. Y de hecho la historia Bourdin está terminada. Y entonces me puse furioso y concebí la astucia de escribirle una carta a Bourdin que T. iba a leer. Una maldad para con Bourdin pero es extraño lo duro que me pongo con la gente. Estoy harto de las situaciones equívocas y quiero estar tranquilo, demasiado tiempo me he sentido refrenado y asqueado por una falsa sensibilidad. Al mismo tiempo, y por suerte, esto me endurecía hacia T., que ya no era el simpático personaje que había visto durante mi permiso. El caso es que aún estoy irritado y dándole la lata a usted con toda esta historia. Es que fuera de esto, mi dulce pequeña, no hay casi nada que decir. Esta mañana trabajé aplicadamente en mi novela, que ha progresado, también escribí unas cositas en el cuaderno y después trajiné mucho ayudando a Pieter a marcharse. Ah, pequeña mía, verlo partir me produce un no sé qué, bien quisiera estar en su lugar y encontrarla a usted en nuestro cafecito de la Gare de l’Est. Pequeño encanto, cuánto la quiero, me impresiona pensar en usted, qué permiso delicioso hemos tenido.

Pequeña mía, lo que una vez le dije sigue siendo cierto, usted es el optimismo de mi vida. Nada puede estar mal, si usted existe. Pero cuánto quisiera ver de nuevo su carita de carne y besarla.

Lo Fatal

Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo, 
y más la piedra dura porque esa ya no siente, 
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, 
ni mayor pesadumbre que la vida consciente. 

Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto, 
y el temor de haber sido y un futuro terror... 
Y el espanto seguro de estar mañana muerto, 
y sufrir por la vida y por la sombra y por 

lo que no conocemos y apenas sospechamos, 
y la carne que tienta con sus frescos racimos, 
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos, 

¡y no saber adónde vamos, 
ni de dónde venimos!...

26 de septiembre de 2013

Terminar de leer

Lista de lectura que se encuentra a medias entre la biblioteca, el velador y los pdfs del computador. 

Y que posiblemente acabaré en mil años debido a mi incapacidad actual de perseverar. 
Sí, sigo perdiendo mucho tiempo.
Sí, sigo leyendo a medias. 

- Werther
- Diarios de Pizarnik. 
- La Senda del perdedor. 
- El extranjero
- Romeo y Julieta. 
- Macbeth

25 de septiembre de 2013

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

22 de febrero
Mi querido Castor

He aquí una magnífica noticia: Pieter sale con permiso mañana por la noche. No me atrevía a esperar tanto. Como la vez pasada me marché un mes después de su regreso, día con día, de esta manera tendría que marcharme más o menos el 10 de abril, es decir, dentro de un mes y medio. Se están apresurando a dar los permisos por montones de razones. (No se olvide, si alguna vez lo comenta con Z., de encontrar natural que yo llegue hacia el 10 de abril —y previsto—. ¿Acaso no dije que volvería dos meses después de marcharme? Repetiremos la ficción de los cinco días. Sólo que esta vez, como hará buen tiempo y para evitarle el sospechoso viaje para ver a Poupette, veré a mis padres por la noche —o al menos algunas noches—; nos veremos el día entero, usted saldrá con Z. hasta las once, como de costumbre, y después se reunirá conmigo en el pequeño Hotel Mistral.) ¿No le parece bien
montado? Aparte, para que todo quede bien aclarado, tiene que telefonear a Pieter (Almacén «Chez Gastón» 255 rué des Pyrénées — MEN. 6359) o ir a verlo. Pero si se pone su mujer o si la ve cuando vaya a su casa, él le pide que haga como que no lo conoce, porque ha ocultado a su mujer nuestra calaverada de noviembre. Cuando reciba esta carta Pieter estará en su casa. Por otra parte, no es que tenga nada urgentísimo que transmitirle, sólo algunas precisiones.

Mi dulce pequeña, qué encanto son sus cartas y qué placenteras me resultan. Si está muellemente quejumbrosa, como dice, el suyo es exactamente el estado debido. Es un pequeño sabio, también usted. Oh mi pequeño sabio, me ha infundido nuevas fuerzas la idea de que en apenas un mes y medio la veré otra vez. Y además hará buen tiempo, deslizará usted su bracito bajo el mío y nos iremos a pasear. Como el Poulpiquer y la Poulpiquette, ¿se acuerda? Amor mío, desde entonces no he dejado de sentirme más y más ligado a usted.

En cuanto a los cien francos, cariño mío, no se moleste, Pieter me los prestará antes de marcharse. No los mande. Cuando cobre nuestros sueldos me enviará usted 1.000 francos por giro telegráfico. ¿Qué he hecho hoy? He leído los poemas de Heine en alemán y me distrajeron mucho. Un poco del Fausto de Goethe, el final de Le Siège de Paris que le devuelvo con Pieter, y las máximas de Chamfort. He escrito trabajosa pero correctamente sobre el Porvenir. Empiezo así a entender con toda claridad la teoría de Heidegger sobre la existencia del porvenir, al mismo tiempo que voy haciendo otra que tiene la ventaja de dar una realidad al porvenir sin despojar a la conciencia de su translucidez. Finalmente, esta teoría de la Nada es más fructífera, la creo acertada. Por ejemplo (montones de cosas se edifican sobre ella, pero le doy la idea simple): ¿es posible concebir el deseo de otro modo que como basado en una falta? Pero para que a la realidadhumana le falte algo, es preciso que sea de un carácter tal que por principio algo pueda faltarle. Ahora bien, ni la psicología de los estados, ni Husserl, ni siquiera Heidegger dan razón de esta verdad evidente. Si es preciso que algo pueda faltarle a la conciencia en general, la naturaleza existencia! de la conciencia tiene que ser la de
una falta. Piénselo, es imposible concebir el deseo de otro modo que partiendo de esto. Usted dirá lo que opina.

También he apuntado las confidencias de Pieter sobre sus «cacerías», y quería contárselas, pero, pensándolo bien, ya hay 14 páginas de cuaderno sobre esto, será mejor que las lea directamente. En este momento hay aquí y allá en el café militares jugando tranquilamente a las cartas; Pieter, vacunado contra la tifoidea pero curado por la perspectiva de marcharse, los mira con amenidad, y yo le escribo. Son las ocho y media, aún debo escribir a T., a mi madre. ¿Le ha contestado usted a Cavaillés? Yo lo haré por mi lado.

Mi dulce pequeña, la quiero, es usted mi pequeño todo. Beso sus mejillitas y sus
ojitos.

24 de septiembre de 2013

Yo también lo pensé. Ojalá y hubiese sido cierto.

Para cuando me llamaron a cenar, ya fui capaz de subirme los pantalones y caminar hasta la mesa de la cocina, donde comíamos siempre excepto los domingos. Encontré dos almohadones en mi silla. Me senté sobre ellos, pero todavía me ardían el culo y las piernas. Mi padre estaba hablando de su
trabajo, como siempre.

—Le dije a Sullivan que combinase tres rutas en dos para que quedase un hombre libre en cada reparto. No vale la pena cargar en tres rutas.

—Deberían hacerte caso, papá —dijo mi madre.

—Por favor —intervine yo—, por favor perdonadme, pero no me siento con ganas de comer...

—¡Te comerás tu COMIDA! —gritó mí padre—. ¡Esta comida la ha preparado tu madre!

—Sí —dijo mi madre—, roast beef con zanahorias y guisantes.

—Y puré de patatas con salsa —completó mi padre.

—No tengo hambre.

—¡Te comerás hasta la última cagarruta de tu plato! —dijo mi padre. Quería hacerse el gracioso. Esa era una de sus bromas favoritas.

—¡PAPÁ! —dijo mi madre con disgusto. 

Empecé a comer. Era terrible. Era como si me los estuviese comiendo a ellos, sus creencias, lo que ellos eran. No masticaba, sólo me lo tragaba para deshacerme de ello. Mientras tanto mi padre hablaba de lo bien que sabía todo, de la suerte que teníamos de comer buenos alimentos cuando la mayoría de la gente en el mundo, e incluso en América, se moría de hambre.

—¿Qué hay de postre, mamá? —preguntó mi padre.

Su cara era horrible, los .labios se le salían hacia fuera, grasientos y húmedos de placer. Actuaba como si nada hubiese ocurrido, como si no me hubiera pegado. Cuando regresé a mi cuarto pensé «esta gente no son mis padres, me han debido adoptar y no les gusta cómo he salido».

9. La Senda del perdedor. Charles Bukowski. 

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

20 de febrero
Mi querido Castor

Acabo de recibir de usted una carta conmovedora e intensa. Me estremeció pensar lo presente que he estado para los dos y la manera en que habló usted de mí. El pequeño Bost me resulta simpatiquísimo y encuentro que tiene usted razón al pensar que la posguerra tendremos que vivirla para él y que deberemos tratar de impedir, en cuanto nuestros recursos lo permitan, que tipos dé su edad acaben pareciéndose a unos Brice Parain.

Oh, pequeña mía, estoy aún de lo más conmovido por la temporadita que he pasado con usted; nunca, ni siquiera en Brumath, sentí con tal intensidad cuánto la amaba, pequeño parangón, mi dulce Castor. Verá usted, al principio no hablé de ello por coquetería, pero no soy nada insensible a los elogios que le ha inspirado el Sumatra. Me siento estimulado, como decía mi abuelo, y hoy mismo me pondré a trabajar de nuevo. Estaba convencido de que ese capítulo había salido bien. Revisaré el libro entero para que todo quede a su altura, estoy lleno de decididos propósitos.

Pequeña mía que sabe devolverme la alegría de vivir cuando la he perdido un poco. Gracias también por su bonita pipa, la fumo mientras le escribo, es buenísima y suave. Le he dado el Halva a Pieter, hizo algunos melindres pero lo reprendí. Ahora está comiendo un buen pedazo con satisfacción. En cuanto a la tinta y los sobres, todo perfecto, pero figúrese que el paquete llegó en pedazos. Pero no hubo daños. Está visto que ya ni salgo del Hotel du Soleil. Está prohibido a los militares pero nos dejan quedarnos todo el día. De cuando en cuando me doy una vuelta por el A.D. para ver si todo marcha bien y después vuelvo. Esta mañana he trabajado en el cuaderno y saqué partido de algunas pequeñas ideas que tuvimos en París, usted y yo, especialmente la de que el deseo de autenticidad, o bien era completamente inauténtico o bien era la autenticidad misma (por cierto, ¿se ha perdido el cuaderno que me enviaba o es que se olvidó usted de mandar uno? De todos modos aquí hay y tengo dos de reserva, no corre prisa). Esta tarde escribí mis cartas a los del Seguro sobre el accidente del puente Alexandre III. Hágalo, mala personita, si aún no lo ha hecho. Y también escribí a Brice Parain «sobre las generaciones». Ahora leeré un poco y luego volveré a empezar la novela. T. no me ha escrito hoy. Es un poco raro, a los dos días de haber estado tan amable, algo hay detrás; tal vez encuentre sospechosa la historia de que usted no durmió fuera de casa. Ayer y anteayer me crispaba un poco pero hoy me es indiferente, estoy de buen humor y trabajo mucho. Dígale al pequeño Bost —o, si no lo ve, escríbale— que siento una gran simpatía por él y que le escribiré.

Hasta mañana, mi dulce Castor, mi amor querido, la quiero con todas mis fuerzas. Beso sus viejas mejillas de viejo camino trillado con ternura «religiosa», pequeña mía.

Siempre hacia el oeste.

No debería negarse que la libertad siempre nos extasió. Es asociada en nuestras mentes con un escape, de la historia y opresión y leyes y fastidiosas obligaciones. Libertad absoluta. Y la carretera siempre condujo al oeste.

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

21 de febrero
Mi querido Castor

Un honesto desconocido me ha hecho llegar su cartita extraviada. En ella no hay nada que no supiera pero me agradó recibirla, desde el momento en que usted la había escrito —y luego me llegó otra grande que me conmovió mucho, mi dulce pequeña—. No tenga miedo, sí que es con la querida carita de la otra mañana que la recuerdo, mi pequeño Castor. No se borra rápidamente y es tanto lo que me gusta. Me quita un peso de encima, cariño, el que esté pensando con serenidad reanudar su trabajo. Yo me encuentro de excelente humor pero me hace falta trabajo. Este diálogo JacquesMathieu lo haré concienzudamente, pero vaya faena. He pensado en suprimirlo pero no puedo, lamento un poco no haber traído el manuscrito. Al menos dígale a Poupette que lo mecanografíe lo más rápido que pueda. He leído un libro apasionante y que coincide de maravilla con ideas mías: Plutarque a menti. Usted lo leyó, creo, en La Pouèze. Este Pierrefeu fue sumamente inteligente, es como una Crítica de la razón militar y contiene montones de cosas que yo había presentido en mis cuadernos. Acabo de terminarlo y también estoy leyendo Le Siège de Paris, de Duveau, que me llevé de su casa y es muy entretenido. Dígame si lo leyó y se lo enviaré. A los utopistas tipo Drieu e incluso Guille, que ponen la edad de oro en el pasado, Les enseña entre otras cosas que en el 70 al menos era igual que ahora. Cuando lo lea entenderá mejor lo que quiero decir. 

Estoy pues cautivo en este gran caférestaurante. Por la mañana acecho desde las ventanas de mi habitación el momento en que sus persianas se abren. Después cruzo la calle y entro. Aún está muy frío y desierto, hay una gran estufa de hierro colado que acaban de encender. Me pongo delante de la estufa, de pie, mientras una criada barre el largo salón rectangular. Se trata de un café de hotel, además, y eso se percibe por nimiedades —manteles multicolores sobre las mesas, por ejemplo, y por algo siniestro y oreado—. Leo a Goethe o a Schiller para ponerme en marcha, en alemán, siempre de pie, y tengo la impresión subcutánea de hallarme en el siglo XVII, en un despojado caserón jesuítico, mientras que en Morsbronn y Brumath era la Edad Media. Un sol racional sobre el deshielo, afuera, contribuye a persuadirme. Llega la  patrona —su marido está en el ejército, ella regenta el hotel con sus suegros—, después su crío, que tiene seis años y me da conversación. Desayuno: un vaso de café, tres panecillos como los de Brumath, y mantequilla. Después leo y trabajo.

Anoche y esta mañana he vuelto a la novela. Unos pocos militares. Luego llega Pieter y habla mientras desayuna. Me ha contado unas deliciosas historias del tiempo en que se dedicaba, como dice, a «la caza» de chicas. Se las contaré mañana porque preveo que habiendo agotado la descripción tipo de mis jornadas no tendré nada más que decirle. Lectura. Si quiere saberlo, estoy en una gran mesa del fondo cerca de la ventana y a dos pasos de la estufa. La ocupo todos los días. A mi alrededor hay multitudes de libros y de papeles, parece una oficina. Hacia mediodía nos vamos al restaurante. Es un restaurante «mixto» de civiles y militares. Efecto muy curioso porque, del lado civil, es tipo pensionistas. Están ahí en todas las comidas; están el caballero y la dama de cierta edad, vestidos de oscuro, decentes. También la misteriosa pareja formada por una muchacha atrozmente fea y un joven giboso, cojo, elegantemente vestido, no feo, de cara triste, que no se dirigen la palabra, entran y salen cada uno por una puerta y sin embargo almuerzan escrupulosamente todos los días en la misma mesita, con expresión de antiguo odio. Y también familias de paso, ruidosas y alegres como en tiempos de paz. Y, mezclados con esto, militares, no muchos, de continente adusto, semejantes a los que usted habrá visto en noviembre.

No es tan chocante como parecería, más bien se neutraliza. A la una y media echan a los militares, los civiles se dedican a sus ocupaciones y yo me quedo gracias a uno de esos extraños favores que desde que soy soldado he obtenido en todos los sitios por los que he pasado. Es algo que siempre me sorprende, porque a fin de cuentas Dios es testigo de que no tengo nada del tipo que consigue favores. Sin embargo, ahí están las pruebas. Permanezco sumido la tarde entera en esa curiosa atmósfera que usted conoce bien por haber visto más de una vez, a través de una ventana, un restaurantepensión de familia en Rúan, después del almuerzo, ya dispuesto para la cena. Tras un gran ventanal, veo pasar los soldados por la calle. Aquí escribo mis cartas por lo general o leo. A las cinco se pone el sol y automáticamente los militares tienen derecho a ir al café. Me traslado, pues, al café, que está lleno de soldados, bebo un café leyendo a Goethe y después trabajo en mi cuaderno en medio de la algazara, interrumpiéndome para mirar a los jugadores de billar, unas veces civiles, otras militares. A las siete como dos panecillos (no sé qué extraño pudor me hace escribir: dos. En realidad como tres). Y leo Le Siège de París. Después escribo un poco y, por último, a las 9, vuelvo al local de los secretarios, donde trabajo solitario y después me acuesto. Ya no es monacal como en Morsbronn, es menos intenso y menos poético — no es nada de nada o, si se quiere, se emparentaría con la vida del funcionario. Pero desde ayer ya está, todo esto ha adquirido una especie de cualidad íntima que me hace sentir que es «mío».

Una excelente noticia: la segunda serie de permisos comienza hoy. Cuento en firme con estar allí alrededor del 1.° de mayo y quizá un poco antes, a fines de abril. Esta vez ya no son sueños, floridos: la lista no fue modificada y había empezado el 20 de noviembre. Yo me marché el 3 de febrero. Por lo tanto, como se empieza el 22 de febrero, debo partir el 5 de mayo. Pero además los turnos van por servicio y Mistler y Keller, que estaban antes que yo, ya no forman parte del A.D. Lo cual me pone entonces poco más o menos en el 25 de abril. De veras que esta vez no resultará tan largo. Más cuando se sigue hablando de ir de descanso.

He recibido una carta de T. de lo más apasionada. «Te quiero como a una presencia, con entusiasmo... estoy toda penetrada de ti.» Por otra parte confiesa no haber escrito los días precedentes, «no te quería lo suficiente para eso». Encuentro extraña su manera de ser, pero en suma comprensible (lo que no significa: aceptable). 

A usted y a mí la partida nos lleva los sentimientos al paroxismo. Pero ellas se sumen en el sueño y en la sequedad tres o cuatro días para evitar el fugaz instante en que pudiera resultarles penoso. En fin, de todos modos le importo como es debido. Esto es lo que se llama una carta, ¿verdad? Ah, mi dulce pequeña, cuánto la quiero, cómo me gustaría tenerla en mis brazos. La quiero con toda el alma.

23 de septiembre de 2013

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

19 de febrero
Mi querido Castor

No ha habido carta suya, hoy. Sólo unas líneas de Tania. Y encima, ahora, al cartero repartidor se le ha metido en la cabeza distribuirlas personalmente, es un fastidio, llegan más tarde. Me hubiese gustado saber qué es de usted, mi dulce pequeña. Pero quizá no ha tenido tiempo de escribir, no se sienta molesta por eso, se lo ruego. Pero en cambio, no deje de escribirle al boxeador. ¿Contestó usted a la Cía de Seguros? Yo he recibido dos cartas y las contestaré esta noche. Haga otro tanto,
piense en el pobre chofer ruso, tan simpático, que me rechazó la propina.

Hoy paso el día en el salón comedor del Hotel du Soleil, el tiempo es demasiado largo a decir verdad. Estos permisos descomponen un poco a sus beneficiarios. Aquí hay tres que están tocados. Yo no, pero pienso de tarde en tarde que no volveré a verla en mucho tiempo y a mi pesar lo encuentro duro. Figúrese que echo un poco de menos mis sondeos, le daban un sentido a la jornada y además los momentitos de lectura y trabajo quedaban recogidos entre ellos, compactos y tupidos. Ahora todo
resulta amplio y suelto. Sobra tiempo. No obstante he comenzado una teoría del tiempo bastante buena, creo; me da trabajo pero responde. Aunque no está terminada. Sólo me estoy ocupando de mis cuadernitos pero creo que a partir de mañana volveré a trabajar en la novela. Hay dos cosas que aún puedo escribir: JacquesMathieu y el rabioso paseo de Daniel cuando acaba de dejar a Boris y va a casa de Marcelle. Será usted tan buena de apremiar a Poupette, aunque evidentemente ha de llevar bastante tiempo mecanografiar todo eso. Pero me gustaría tener trabajo concreto y agradable, sería un gran cambio para mí. Con respecto a los libros, es inútil enviarlos ahora, pero el 28, cuando le paguen, tendrá que abalanzarse y enviarme un cargamento. Mañana le mandaré una lista. Seguimos sin saber nada de nuestra partida eventual. Si en este momento no tiene ni una perra no envíe nada, pobrecita, no dé más de lo que puede.

Me arreglo muy bien con Pieter. Sólo que el 1.° de marzo tendrá que enviarme 1.000 francos. ¿Es mucho de golpe? Sepa que T. me dice (de buenas maneras) que algunos pasajes de mi cuaderno la han «chocado profundamente», y que está de lo más desconcertada porque yo tengo una «vida íntima» y ella creía que no la tenía.

Esto es todo, mi querida pequeña, carta bien vacía ésta pero, ¿qué otra cosa decirle? Para ser sincero, el que está vacío soy yo, supongo que cualquier otro día me hubiera explayado tranquilamente sobre este café, sobre el regreso de Hantziger, qué sé yo... Pero ni siquiera es que no tenga ganas: no pienso en ello. Pero mire, no se ponga celosa del cuaderno, no hay otra cosa en él, en el día de la fecha, que la teoría del tiempo. Y ni se le ocurra pensar que estoy deprimido, amor mío: se trata de una pequeña melancolía que pasará pronto, tiene que hacerse uno su agujero, eso es todo.

La quiero con toda el alma, pequeña mía. Querría que estuviese aquí; todo iría bien.

En realidad, si nos importa todo eso.

Había peleas continuamente. Las profesoras no parecían enterarse de nada. Y había siempre problemas cuando llovía. Cualquier niño que llevase a la escuela un paraguas o un impermeable era automáticamente marginado. La mayoría de nuestros padres eran demasiado pobres para comprarnos esas cosas, y cuando lo hacían, las escondíamos entre arbustos. Cualquiera que fuera visto con un paraguas o un impermeable era considerado un mariquita. Recibía palizas después de clase. La madre de David le hacía llevar paraguas en cuanto había el menor asomo de nubes.

En el recreo, los de primer grado se reunían en el campo de baseball y elegían los equipos. David y yo nos poníamos juntos. Siempre ocurría lo mismo. A mí me elegían el penúltimo y a David el último, así que siempre jugábamos en diferentes equipos. David era aún peor que yo. Con su bizquera ni siquiera podía ver la bola. Yo necesitaba mucha práctica. Nunca había jugado con los niños de mi barrio. No sabía cómo recoger una bola ni cómo lanzarla. Pero yo quería jugar, me gustaba. A David le daba miedo la bola, a mí no. Yo le daba fuerte al bate, le daba con más fuerza que nadie, pero nunca podía darle a la bola. Siempre fallaba. Una vez conseguí tocarla y que saliera desviada. Eso me supo a gloria. Conseguí llegar a primera base, y el chico de la primera me dijo: «Es la única forma en que puedes llegar hasta aquí.» Yo me quedé quieto mirándole. Mascaba chicle y le salían largos pelos negros de la nariz. Tenía el pelo pringoso de vaselina. No paraba de sonreír.

—¿Qué miras? —me preguntó.

Yo no supe qué decir. No estaba acostumbrado a conversar.

—Los muchachos dicen que estás loco —me dijo—, pero no me asustas. Te estaré esperando algún día después de clase.

Yo seguí mirándole. Tenía una cara horrible. Entonces el pitcher lanzó la bola y yo corrí hacia la segunda base. Corrí como un descosido y me tiré resbalando hasta la base. La bola llegó tarde. No habían podido eliminarme.

—¡Estás fuera! —gritó el chico al que le había tocado arbitrar. Yo me levanté, sin poder creérmelo.

—¡He dicho que ESTÁS FUERA! —gritó el arbitro.

Entonces supe que no me aceptaban. No me aceptaban ni a mí ni a David. Los otros me querían «fuera» porque se suponía que yo estaba «fuera». Sabían que David y yo éramos amigos. Era por culpa de David por lo que a mí no me aceptaban. Mientras salía fuera de la cancha vi a David jugando en tercera base con sus pantalones cortos. Sus calcetines de color azul y amarillo se le habían caído hasta los pies. ¿Por qué me había tenido que elegir a mí? Me había dejado marcado. Aquella tarde después de clase me fui a toda prisa y caminé solo hasta mi casa, sin David. No quería verle otra vez aguantando las palizas de los chicos del colegio o de su madre. No quería escuchar su triste violín. Pero al día siguiente a la hora del almuerzo, cuando se sentó a mi lado, comí de sus patatas fritas.

7. Extracto. La Senda del perdedor. Charles Bukowski.

22 de septiembre de 2013

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

18 de febrero
7 Personaje de La Invitada.
Mi querido Castor

Hace un rato recibí por fin su larga carta. Qué contento me puse, mi dulce pequeña, al ver que mi partida no la alteró demasiado. La vi marcharse tan despacio, con una soltura mecánica tan singular, que temí una emoción excesiva. Amor mío, estoy tan contento de ser para usted fuente de dicha y nunca, ni siquiera ahora, fuente de tristeza. Sí, cariño mío, me gustaría muchísimo besar sus viejas mejillas de camino trillado, que son lo que más me gusta en el mundo. La quiero. Verá usted, en todos estos días, por más que me dé tono con la autenticidad, montones de veces me flaquea vergonzosamente el ánimo por estar lejos de usted. No obstante soy un ex permisionario decoroso. Los otros, Hang y el ayudante, por ejemplo, están rendidos. Hang se ha vuelto derrotista. Y, en general, en el tren y en los campamentos he visto que los tipos que vuelven del permiso están terriblemente afectados, lo que justifica en cierto modo el atolondramiento de mi madre: «Dicen que no deberían darles permiso porque vuelven con la moral más baja». Entonces bien puedo permitirme unas mínimas muestras de fastidio. De todas maneras, ya está, mire, me he hecho mi agujero. Además, sobre todo un agujero intelectual. Tengo tela que cortar y me regocija: estoy avizorando una teoría del tiempo. Esta noche comencé a escribirla. Gracias a usted, ¿sabe? Gracias a esta obsesión de Françoise: la de que en la habitación de Xavière, cuando está Pierre, hay un objeto que existe él solo sin ninguna conciencia que lo vea. No sé bien si tendré paciencia de esperar a que alguien le lleve mis cuadernos para hacérsela conocer. A propósito, amor mío, no ha tenido usted tiempo de decirme lo que pensaba de mi teoría del contacto y de la ausencia. Dígamelo.

En cuanto a la jornada de hoy, aquí la tiene: ante todo, era domingo. Aquí, comienza a sentirse otra vez. Toda la mañana he estado trabajando y leyendo en el Hotel du Soleil; hacía más bien frío, dado que la sirvienta no conseguía encender la estufa. Estoy entusiasmado con la guerra de 1870. Usted me ha dado un libro de Duveau sobre el asunto (sé de él por Maheu, es un tristón, lleva un diario íntimo pero su libro es inteligente), aquí he encontrado un libro de Chuquet sobre la guerra y además tengo el Bismarck de Ludwig, es una buena documentación y muy interesante. A mediodía vinieron los cazadores amigos de Pieter y almorzamos juntos. Esta vez por milagro estuvieron interesantes, pero creo prudente reservar para el cuaderno lo que me dijeron. Unos cazadores que no conocía se mezclaron en la conversación y también estuvieron interesantes. Después fui a buscar el correo: una larga carta suya, una de Tania. La suya me trastornó todo, amor mío, pero la de T. me irritó. No sé por qué, me parecía menos agradable que las otras dos y sobre todo sospecho que la escribió al otro día y le puso la fecha de la víspera. Después de todo no es tan importante, pero esa especie de confianza que por pura estupidez le estaba prestando se fue repentinamente al trasto.

Para calmar mi berrinche salí a dar una vuelta y vi un espectáculo delicioso: soldados, muchachas y chiquillos bajando en trineo una calle empinada entre dos filas de espectadoressoldados
que les arrojaban bolas de nieve. Tras lo cual regresé, animoso y sereno, y trabajé sobre el tiempo hasta la cena en el café que, no habiendo nada mejor, me sirve de querencia. A propósito, no me queda ni un céntimo. Si no es mucha molestia para usted, envíeme cien francos, pequeña mía. Y no se olvide del paquete.

Esto es todo por hoy. En este momento estoy solo y animoso. Le escribo. La quiero tanto, tanto. Sí, amor mío, fue una velada muy rica la del pequeño O.K., volveremos, he pasado un permiso estupendo. (Pero no «precioso», me quejo discretamente de ello en mis cuadernos.) Aquí tiene una pequeña anécdota edificante: la mujer del soldado C., conocido mío, vino a verlo con los papeles en regla. Tiene auténticos primos en este sitio. Al bajar en una gran ciudad cercana, pidió a un tipo que le buscara un taxi. El tipo era de la Policía Militar y la hizo detener. La estuvieron interrogando tres horas. Al cabo de las cuales confesó y los otros tuvieron la exquisita gentileza de autorizarla a ver a su marido durante 24 horas (se había marchado para ocho días, trayéndose al gato porque no tenía a nadie que se ocupara de él). En otros casos han sido menos amables y castigaron al soldado a quien venían a visitar. Pero es que aún estamos muy cerca de las líneas. Si estuviésemos en la retaguardia, estas mujeres vendrían cuando se les antojara.

Querido amor mío, mi pequeño Castor, la quiero con todas mis fuerzas.

21 de septiembre de 2013

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

17 de febrero
Mi querido Castor

Hoy no ha habido cartas. Yo me había dicho juiciosamente que no las habría, que las cartas del 15 no podían llegar el 17, salvo si se las había echado al correo antes de las 14.30, lo que a usted le resultaba imposible. Así que no me decepcioné tanto, sólo que hasta que no reciba cartas no tendré la sensación de haber reanudado mi vida aquí. De momento estoy un poco desorientado, no me he hecho mi agujero. Todo es hueco pero qué extraña impresión, uno siente que las cosas huecas se van llenando lentamente ante sus ojos. Esta tarde, por ejemplo, sentí que el perfil de Naudin inclinado sobre su papel de cartas recobraba una especie de valor en mi vida, lo recobraba en medio de esta luz nueva y de esta habitación nueva. Es mi vida aquí lo que comienza a tomar forma. Van surgiendo pequeñas impresiones, distancias, que se van haciendo familiares (la del Hotel du Soleil, que Pieter llama nuestro P.C., al A.D.). Pero en conjunto esto no es demasiado simpático, le falta una querencia; qué simpática era nuestra pequeña y estrecha querencia de Morsbronn, en la que vivíamos los cuatro y que «apestaba», si hemos de creer a los secretarios, más que abundantemente. El pueblo no es antipático y disfrutamos de una paz fenomenal, estamos como reyes. Pero, ¿a dónde ir? Somos diez en un cuarto pequeñísimo,

Courcy da sentenciosos paseos de un lado a otro haciendo crujir pensativamente los talones y exclamando a veces: «¿Qué queréis que hiciese?» (corrupción de: «¿Qué queríais que hiciera la criada?». Yo lo había dejado en Morsbronn en, la fase Boniface, de tal suerte que corrupción y contracción permiten medir el paso del tiempo). El ayudante cuenta por décima vez sus historias, ahora quiere «cortarle los bigotes al padrecito Stalin» y sueña que nos envían en cuerpo expedicionario a Finlandia. Allí espicharía en seco, de todos modos, pues es friolero como una vieja. Para tranquilizarla me permito decirle, como delicadamente le repliqué a él, que no nos enviarían en cuerpo expedicionario a Finlandia a menos que previamente cumplimentaran la ligera e insignificante formalidad de declararle la guerra a Rusia.

Los otros no dicen gran cosa pero viven, y esto produce ruido. Por la mañana permanezco en un gran café triste donde me toleran aunque esté cerrado a la tropa. A mediodía voy a almorzar al restaurante contiguo. Bien. Por once francos. Me echan a la una y media. Entonces me resigno a ir a casa de los secretarios. Están instalados en la planta baja de una casita acomodada, confortable y desprovista de misterio que no tiene el encanto ruinoso de nuestro Hotel Bellevue. Esta casa, situada al borde de la «Calle Mayor», está alineada con otras siete todas iguales, pintadas de un gris azulado y fuertemente alemanas. El conjunto pertenecía en otro tiempo a un príncipe. Ahora están «burguesamente» habitadas y una de estas familias burguesas nos ha cedido la planta baja. Se la oye vivir encima de nuestras cabezas. Así que de 2 a 5 permanezco ahí, leo un poco —hoy he trabajado en mi cuaderno, donde hablé de sus «situaciones irrealizables»— usted sabe, lo que siente Elisabeth7 todo a su alrededor y he clasificado mi permiso entre estas situaciones. También he contado mi regreso (lo que le escribía ayer). A las cinco vuelvo al café, que está lleno de militares pero de militares que zumban entre ellos, que no me dedican sus ruidos a mí (en el A.D. lo terrible es que cada cual destina expresamente sus ruidos a todos los demás, son ruidos penetrantes. Los del café son ruidos espumosos) y puedo escribir mis cartas. Finalmente —igual que en noviembre— me ofrecí como voluntario para cuidar el A.D. por la noche, porque allí estoy solo. Y eso es todo. Añádale que esta mañana pasé la visita médica, como ha de hacerlo todo soldado al volver de su permiso, y que esta tarde llevé madera a serrar a la carpintería. De manera que no he podido hacer gran cosa. Quizá desde mañana vuelva a mi opúsculo, trabajaré el capítulo JacquesMathieu para no perder tiempo. No estoy triste, pequeña mía, pero necesito las cartas. Quisiera que de nuevo encerrase usted su personita en las cartas, como un genio en una botella; ahora está libre y vagabunda, y de tan lejos que está más de una vez me flaquea el ánimo. Es tanto lo que la quiero, pequeña mía, tanto, tanto, y como aquí no tengo absolutamente nada que hacer, ni el más pequeño sondeo, encuentro absurdo estar tan lejos de usted. La quiero con todas mis fuerzas.

Parece que Emma, sin saber muy bien lo que será de ella, de todas maneras, se está ocupando de preparar por si acaso su visita. Me ha escrito esta mañana. Amor mío, no se olvide de pedir a la dama una notita de recomendación para Tania dirigida a Tournay.

La embajada del Japón (servicio de propaganda) me anuncia que mi «volumen de cuentos El muro» ha sido traducido al japonés. Pero debe ser un error: sólo se trata del cuento de ese nombre. Jacques Chardonne me envía su último libro: Chronique privée, donde escribe: «Me atrevería a decir que Les plus beaux de nos jours de Marcel Arland, Noel Moláis de Henri Fauconnier, Milady de Paul Morand, La Chambre de J.P. Sartre... poseen en común la misteriosa e inalterable calidad de aquellas novelas de antaño que seguimos leyendo». Se me alzó un poco el copete. Me alegra que todo esto continúe latente a pesar de la guerra.

Y si dices la verdad, creen que no estás cooperando.

No tenía amigos en la escuela, tampoco los quería. Me sentía mejor yendo solo. Me sentaba en un banco y observaba a los otros mientras jugaban, al tiempo que ellos me miraban con burla. Un día durante el almuerzo se me acercó un niño nuevo. Llevaba pantalones cortos, era bizco y con cara de pájaro. No me gustaba su aspecto. Se sentó en un banco a mi lado.

—Hola, me llamo David.

Yo no contesté. Abrió la bolsa de su almuerzo.

—Tengo sandwiches de mantequilla de cacahuete —dijo—. ¿Tú qué tienes?

—Sandwiches de mantequilla de cacahuete.

—También tengo un plátano, y patatas fritas. ¿Quieres patatas fritas?

Cogí algunas. Tenía un montón, eran crujientes y saladas, el sol brillaba a través de ellas. Estaban buenas.

—¿Puedo coger algunas más?

—Bueno.

Cogí más. En sus sandwiches de mantequilla de cacahuete también tenía mermelada; se salía y le caía por los dedos. David no parecía darse cuenta.

—¿Dónde vives? —me preguntó.

—En Virginia Road.

—Yo vivo en Pickford. Podemos volver juntos después de clase. Coge más patatas. ¿A quién tienes de profesora?

—A la señora Columbine.

—Yo tengo a la señora Reed. Te veré después de clase, podemos volver a casa juntos.

¿Por qué llevaba esos pantalones cortos? ¿Qué era lo que quería? Realmente, no me gustaba nada. Cogí más patatas fritas.
Aquella tarde, después de clase, me encontró y empezó a caminar a mi lado.

—No me has dicho cómo te llamas —me dijo.

—Henry —respondí.

Mientras caminábamos, me di cuenta de que nos seguía toda una panda de chicos de primer grado. Al principio les sacábamos media manzana, pero se fueron acercando hasta ir a pocos metros detrás nuestro.

—¿Qué es lo que quieren? —le pregunté a David.

El no contestó, sólo siguió andando.

—¡Eh, cagón de pantalones cortos! —gritó uno de ellos—. ¿Tu madre te hace que cagues en los pantalones cortos?

—¡Cara de pájaro, jo, jo, cara de pájaro!

—¡Bizco! ¡Prepárate a morir!

Entonces nos rodearon.

—¿Quién es tu amigo? ¿Te besa el culo?

Uno de ellos cogió a David por el cuello. Lo tiró al césped. David se levantó. Un chico se colocó a cuatro patas detrás de él. El otro chico empujó a David y éste cayó hacia atrás. Otro chico se puso encima suyo y le frotó la cara contra la hierba. Entonces le dejaron. David se levantó de nuevo. No abrió la boca, pero las lágrimas le caían por la cara. El más grande de los chicos se le acercó:

—No te queremos en nuestra escuela, mariquita. ¡Lárgate de nuestra escuela!

Le pegó un puñetazo en el estómago. David se encogió hacia delante y en ese momento el chico le metió un rodillazo en plena cara. David cayó al suelo. Le sangraba la nariz. Entonces me rodearon a mí.

—¡Ahora te toca a ti!

Empezaron a dar vueltas a mi alrededor y yo también me giraba. Siempre había alguno detrás mío. Ahí estaba yo cargado de mierda y tenía que pelear. No entendía sus motivos. No paraban de dar vueltas ni yo tampoco. Estaba aterrorizado y tranquilo al mismo tiempo. La cosa siguió y siguió. Me gritaban cosas, pero yo no oía lo que decían. Finalmente lo dejaron y se fueron calle abajo. David me estaba esperando. Caminamos por la acera hacia su casa, en la calle Pickford. Llegamos a la altura de su casa.

—Aquí me quedo. Adiós.

—Adiós, David.

Entró y escuché la voz de su madre.

—¡David! ¡Mira tu camisa y tus pantalones! ¡Están todos manchados! ¡Todos los días lo mismo! Dime ¿por qué lo haces?

David no contestó.

—¡Te he hecho una pregunta! ¿Por qué haces esto con tu ropa?

—No puedo evitarlo, mamá...

—¿Que no puedes evitarlo? ¡Niño estúpido!

Oí cómo le pegaba. David empezó a llorar y ella le pegó más fuerte. Yo me quedé escuchando junto a la entrada. Después de un rato dejó de pegarle. Pude oír a David sollozando. Luego dejó de llorar.

—Ahora quiero que practiques tu lección de violín —oí que le dijo su madre. Me senté en el césped y aguardé. Entonces escuché el violín. Era un violín muy triste. No me gustaba la manera en que tocaba David. Seguí sentado escuchando durante un rato, pero la música no mejoró. La mierda se había endurecido en mi interior. Ya no tenía ganas de cagar. La luz de la tarde me hacía daño en los ojos. Tenía ganas de vomitar. Me levanté y me fui a casa.

6. La Senda del perdedor. Charles Bukowski. 

Todo se remonta a la infancia

Mi padre había empezado a no gustarme. Siempre estaba furioso por algo. Allá a donde fuéramos, siempre se metía en discusiones con alguien. Pero a la mayoría de la gente no parecía asustarla. A menudo simplemente se le quedaban mirando con calma, y él se ponía más furioso. Si comíamos fuera, lo cual ocurría raramente, siempre le encontraba algún defecto a la comida y a veces se negaba a pagar.

—¡Hay una caca de mosca en la nata! ¿Qué clase de lugar infecto es éste?

—Lo siento, señor, no necesita pagar. Sólo váyase.

—¡Me voy, claro que sí! ¡Pero volveré! ¡Prenderé fuego a este maldito sitio!

Una vez estábamos en una droguería y mi madre y yo estábamos en una esquina mientras mi padre le gritaba al empleado en la otra. Otro empleado le dijo a mi madre:

—¿Quién será ese tipo tan horrible? Cada vez que viene hay follón.

—Es mi marido —le dijo mi madre.

5. Extracto. La senda del Perdedor. Charles Bukowski.

20 de septiembre de 2013

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

16 de febrero
Mi querido Castor

6 Personajes principales de La invitada.
Aquí estoy, de vuelta. Qué extraño me resulta escribirle. Y sobre todo reanudar el diluvio de cartas cotidianas. En mi horizonte está usted querida pequeña, y esto es todo. Cuánto la quiero, mi dulce pequeña, qué joyita de permiso he pasado con usted.

Es posible que el 2 de marzo nos marchemos de descanso por 3 o 6 meses. Esto le gustaría, querida pequeña. Sepa que se habla mucho de ello. Le ahorro los indicios pero aquí no se habla de otra cosa y no se hablaba de otra cosa en el tren. El dato parece serio y además es exacto que después de seis meses de frente las divisiones parten a la retaguardia para un descanso largo. Alégrese, por muchas razones, entre otras la de que tendré permisos de 48 y 24 horas. Debo decirle que estas noticias, encontradas al llegar, no contribuyeron poco a consolidar un humor que me esforzaba en mantener impávido.

En cuanto a la historia de mi viaje, aquí la tiene: desde las 9.40 hasta alrededor de las 16, tren. No estaba triste (había unos tipos muy abatidos y todos estaban silenciosos. Hacia el final un tipo tocó el banjo. Fue una impresión bastante fuerte) sino trastornado. Era sobre todo ternura por usted; por breves relámpagos, hacia Tania —y también una gran extrañeza y pequeños hábitos adquiridos durante el permiso— hábitos de ver, inclusive, esquemas perceptivos que dibujaban su sonrisa, por ejemplo, y que terminaban deshaciéndose al chocar con esta nueva realidad. Pero repito que no se trataba de tristeza y hasta me sentía casi feliz, creo que se lo podría llamar, si hay un estado que merece este nombre, patetismo. Leí. Después bajé en unos campamentos profundamente siniestros y oscuros donde nos amontonaban como ganado. No había más que tipos descorazonados o gruñones. Pero percibí claramente que lo siniestro y la tristeza son cuestión de voluntad, porque era algo
que sentía delante de mí y yo no estaba dentro y no quería estarlo. Dios mío, mi dulce pequeña, cuando pienso que durante el servicio militar me permití sentirme deprimido porque regresaba por cinco días a SaintCyr.

¡Qué vergüenza! Había botellas de cerveza y bebí, cine permanente y estuve tentado a ir pero me pareció una especie de cobardía, una manera de escapar a la atmósfera negra de las barracas y volví a la mía que olía a madera húmeda y que acabó por parecerme formidablemente poética. Me puse a escribir mis cartas y después me acerqué a la estufa y me puse a calentarme nalga contra nalga con otros soldados, fumando y pensando en usted con deleite. De vez en cuando me acordaba también de Tania rodeándome con sus brazos y diciéndome: «Cariñito mío, cariñito mío» y también esto me estremecía. Pero es curioso: hoy los recuerdos de Tania se han agostado, sólo existe usted. Amor mío, si pudiese saber cuánto la he amado estos dos días, dejaría de preguntarme qué es eso de un sentimiento en mi cabeza y renunciaría para siempre a llamarme sepulcro blanqueado. Pero debo decir que sigo siendo reservado con mis sentimientos, siempre podrían exteriorizarse más. Sobre todo ayer, porque entonces hubiese caído en lo lastimoso. Tras lo cual a las 21.20 nos hicieron salir de las barracas y fuimos a apretujarnos en un tren oscuro y helado (las tuberías de la calefacción estaban congeladas). El tren partió, sumido en la negrura, mis vecinos empezaron a resoplar y maldecir porque tenían los pies congelados, por lo que les aconsejé bajar en la primer parada y subir en el vagón delantero, donde era más probable que las tuberías no estuviesen congeladas. Yo mismo tomé la iniciativa de bajar y de correr por la nieve a lo largo del tren. Y, en efecto, el primer coche estaba la mar de caldeado y dormí plácidamente hasta las siete de la mañana. Tras lo cual conversé un poco con mi vecino, quien me informó que su capitán era radiestesista y verificaba el emplazamiento de sus secciones sirviéndose de un péndulo. Cuando el péndulo le informaba que una sección no se hallaba en el lugar que él le había fijado, el capitán cogía el teléfono y le soltaba una bronca a la sección. El tipo me exponía todo esto con objetividad y sin permitirse juzgar. Pero cuando terminó, dijo: «Además es un jilipollas». A las siete y media descenso del tren, nuevos campamentos en los que bebí un vaso de café y conversé con tipos que seguían muy sombríos y después un autocar me trajo hasta aquí. Bajé solo, los demás habían bajado antes o bajaban después. Es una pequeña ciudad sinuosa y en descenso con montones de cuestas empinadas, lo que produce un cierto simpático movimiento. Bajé por una calle al azar y, al pie, me fui al suelo con todos mis trastos. Un soldado que pasaba me reconoció y me llevó al C.G. De ahí fui al A.D., donde se me recibió con la sonriente indiferencia que preveía. Salvo Pieter, que se apoderó de mí y me llevó de inmediato a la taberna para cotillear sobre uno y sobre otro. Paul está de permiso, Mistler se ha marchado al C.G. del Cuerpo de Ejército. En cuanto a la situación, mañana se la comentaré con más detalles, pero en líneas generales: buenos restaurantes, pueblecito agradable, absolutamente nada que hacer. Pero nosotros, los sondeadores, no tenemos local propio. Somos catorce en una habitación tan grande como su cuarto y es bastante incómodo. De modo que me pondré a buscar un local. Tengo algo en perspectiva. Hoy he vuelto a mi cuaderno. No estoy triste sino vacío: lo importante es adquirir nuevos hábitos o, como dice Mistler, «hacerme mi agujero». 

Pues, aquí estoy, cariño, aquellos diez días de tanta pasión están enterrados. Pero habrá otros y puede que muy pronto. Querido amor mío, tengo la impresión de que ya no está usted demasiado triste. Quisiera hacerle sentir cuánto la amo, pequeña mía, y cuan unido me siento a usted. Tengo la sensación, como usted en otro tiempo, de no haberle dicho lo suficiente cuánto la amaba.

Beso con todas mis fuerzas sus queridas mejillitas. No se olvide el Selbona las 2 cajas de Halva la tinta para estilográfica Y si es posible enviar algo de dinero, hágalo. (Pero claro está que no necesita mandar quinientos francos.) Sepa únicamente que el mes que viene tendrá que enviar el suplemento porque pediré un préstamo a Pieter.