22 de julio de 2013

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

11 de enero
Mi querido Castor

Acabo de dar un cursillo de literatura norteamericana para Mistler, cosa de hablar un poco. Y ahora aquí está, a mi lado, leyendo el Diario de Stendhal y riéndose como un bendito con esta placidez interior que lo caracteriza, cercana al atontamiento. Hace mucho calor en nuestra sala, pero es el último día. No queda una sola briqueta de carbón en todo el contorno, ignoro cómo nos arreglaremos pues afuera hace —12° o —13°. Con todo es más bien excitante, para un candidato universitario a la reciedumbre. Sólo que hay un detalle, y es que dejaré de escribir. Primero que un cuerpo aterido es poco propicio a las ideas, segundo que mi mano congelada no podrá sostener la pluma. En fin, ya veremos. Sin embargo estoy en vena, aunque desconfío mucho de lo que hago. Cuando le hablaba de Faulkner a Mistler, me sentía como una valkiria caída con el librito satírico que estoy escribiendo ahora, y todas sus historias de sangre y crímenes me parecían la única literatura seria. Después de todo no está mal probar unos veinte días. Al cabo de estos veinte días, usted juzgará. He aquí lo que se me ha ocurrido. Se trataría de un pequeño volumen de crítica literaria en el que expondría las leyes de los diversos géneros. Habría, naturalmente, diálogo, discusión sobre géneros y, finalmente, la historia, para ilustrar: 1.º un cuento de hadas (para distinguir el cuento de hadas alegoría —Maeterlinck— del auténtico cuento de hadas popular); 2.° el relato; 3.° el cuento; 4.° el capítulo de novela. Exposición del género y después historia narrada. Empiezo justificándome por escribir obscenidades y explicando lo que es una obra literaria en general, todo esto en forma de paradojas en broma que a todas luces amenazan con poner los nervios de punta. Usted verá y juzgará. En cualquier caso, al escribir este diálogo me pruebo que tengo materia para un excelente diálogo teatral. Tengo el sentido de ese diálogo. Sólo falta que se me ocurra un tema. Lo he dejado para cuando acabe Histoires de l’oncle Jules. Dígame no obstante si a priori desconfía o si me alienta. Es de un bello estilo simple. Pero es increíble lo fácil que resulta escribir en bello estilo simple. Diez veces más fácil que escribir en el estilo rudo y farfullante de La edad de la razón. Ahora comprendo por qué yo soy un sufridor y los otros no. Es que he adoptado para mis novelas un estilo que tal vez no sea mejor ni peor que los demás pero que, sencillamente, es más difícil. Esto por la inteligencia. Desde luego, he dejado de trabajar en el cuaderno, no tengo tiempo. De todas formas, tendré que poner una o dos cositas más, lo haré mañana. Por poco que la guerra continúe, volveré con cincuenta volúmenes y tendré que dedicarme a descansar el resto de mis días.

En cuanto a la vida aquí, no fue mucho más que un largo baño de calor, interrumpido por fugaces relampagueos de cólera que hacen decir a Pieter: «la convivencia es difícil» y atravesado por glaciales lenguas de frío (sondeos o bien cuando vamos a buscar la comida) pero no desagradables. Por hacerle caso a Pieter, a mediodía nos pusimos en marcha hacia el Café de la Gare, pero estaba cerrado y tuvimos que desandar lo andando en medio de un frío que nos perforaba los oídos. Para que vea la ociosidad de comadres en que se ha sumido toda esta gente, sepa usted que la frustrada tentativa fue la comidilla de todo el día. Quienes nos vieron partir querían saber a dónde íbamos o bien, si lo sabían, soltaban sus pequeños comentarios. En síntesis, he comido pan y chocolate y cenado lo mismo, porque el rancho era un desastre. Hace tres días que vivo a pan y chocolate, si no vuelvo hecho un alambre es que no hay Dios. Tranquilícese: de noche el restaurante está abierto y si tuviese hambre podría darme una vuelta. 

Pero son mis mejores horas de trabajo y en definitiva me gusta más quedarme aquí.

Esto es todo, mi dulce pequeña, todo. Si supiera las ganas que tengo de verla. Todo este tiempo se me aparece como un epílogo un tanto verboso antecediendo a mi viaje a París. Además confundo vagamente el Permiso con la Paz, al no ver más allá de esos diez días. No es tanto que imagine que durarán indefinidamente, sino más bien que no imagino mi vida continuando después de ellos. Acaban en un límite definitivo y un tanto trágico que podría ser tanto mi muerte como mi vuelta al sector. Pero ¡qué hermosos y gratos resultan de lejos! ¡Qué mujer más amable es mi madre!, se la ve de lo más tranquila; parece muy decidida a dejarme llevar mi ropa clara. Así que por ese lado todo marcha bien. Y usted, pequeña mía, la veré y hablaré largo y tendido con usted y sacudiré su bracito. Nos acostaremos temprano, pues a las once nos echarían de todos lados, pero nos levantaremos a lo militar a las siete de la mañana e iremos a correr por todas partes. Cuánto la quiero.

La quiero, dulce pequeña, la quiero con todo el corazón.

Bost es un valiente y un excelente muchacho.

16 de julio de 2013

Elijan la vida

Elijan la vida. Elijan un trabajo. Elijan una carrera. Elijan una familia. Elijan una televisión grande como la mierda, elijan lavarropas, autos, reproductores de CD y abrelatas eléctricos. Elijan tener buena salud, bajo colesterol, y cobertura odontológica. Elijan reprogramar la hipoteca a tasa fija. Elijan una casa para empezar. Elijan a los amigos. Elijan ropa de descanso y equipaje al tono. Elijan un traje de tres piezas pagado a plazos, dentro de una gama de telas de mierda. Elijan por los "hágalo-usted-mismo" y pregúntense quién carajo es uno el domingo a la mañana. Elijan sentarse en ese sofá mirando programas de televisión que obnubilan la mente y aplastan el alma, metiéndose comida rápida de mierda en la boca. Elijan terminar pudriéndose al final de todo, meándose encima en una casa miserable, una carga para los egoístas hijos de puta que uno ha engendrado para reemplazarnos. Elijan el futuro. Elijan la vida…

¿Pero porqué voy a querer hacer una cosa como esa?

14 de julio de 2013

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

10 de enero
Mi querido Castor

Ayer le escribí una cartita muy modesta. Hoy no queda nada de eso. No estoy, ciertamente, delirante de orgullo, pero he recobrado los sentimientos adecuados, es decir que hago lo que debo hacer sin pensar en mí para nada. Hoy hacía un viento descomunal (60 km por hora) y encima hacía —12°. Imagínese los sondeos que se realizan, como tiene que ser, en campo abierto, y esas trombas de aire helado que se nos echaban encima y se nos filtraban hasta el estómago. Era absolutamente extraño, bajo el cielo perfectamente puro de un persistente color rosa, toda esa tierra prohibida en torno a la casa, mordiendo, arañando y picando en cuanto uno salía. A estas horas sigue maullando aún en nuestras ventanas, y un arroyito de frío se cuela por el intersticio de una de ellas. Esta mañana, a las ocho, volví de sondear con el brazo congelado hasta el codo. Después, al sacudirlo, me producía esas sensaciones de fuego artificial seco que se sienten al golpearse «el hueso de la música» contra el brazo de un sillón. Pero créame que todo esto es divertido, da impresión de lucha y sobre todo de escenario natural en pleno. Agréguele la helada, que nos hace andar pisando huevos. No obstante sigo negándome a ponerme el capote, es una cuestión de honor. Pero entonces, dicen los demás, ¿cómo puede ser que afuera disfrute tanto del frío y dentro no lo soporte?, cómo es que su habitación siempre tiene que estar a 18° o 20o? Conozco la razón, la he escrito en mi cuaderno. La leerá usted. He aquí el cuadro de la jornada. Y mis únicas salidas, pues el restaurante sigue cerrado. 

Como estos días resulta que la comida del regimiento está infame, almuerzo y ceno un trozo de pan. Unido a mi régimen, cuando llegue a París estaré hecho un alambre. Se acerca, amor mío, el ritmo de los permisos se está acelerando; quedan unos escasos quince días y ya está. Casi no pienso en otra cosa. Esta mañana terminé la novela. Pero terminé del todo, no volveremos a hablar de ella hasta París. Y esta tarde medité largamente sobre una obra de teatro. Pensaba en una ciudad sitiada, en pogroms, qué sé yo. El tema propiamente dicho no aparecía. Pero de golpe comencé, ¿a que no sabe qué? Los cuentos para el tío Jules. Primero con una especie de remordimiento, por su frivolidad. Pero después se me ocurrió meter un montón de cosas en forma jocosa y al final me divierte mucho y me tiene un tanto excitado. Le doy el la, empieza así:
«Mi tío Jules entró aquella mañana en mi habitación y me dijo: "Sobrino, tu dinero es robado"». He pensado escribir esto entre los dos permisos (si el género la complace, lo que me dirá dentro de quince días), resultará un curioso librito gratuito, finalmente, en la línea de Er l’Arménien y Légende de la Vérité, pero justamente, como ya no tengo ninguno de los defectos que hacían insoportable este género (simbolismo, manierismo, etc.), me pregunto qué irá a salir. Éste ha sido el suceso del día. Y aparte, lecturas: el Diario de Stendhal (IV) que vuelve a estar de lo más encantador, y también una inepta NRF de enero, sin mi artículo, que me han enviado con un largo e insípido poema de Mauriac, un Cocteau alicaído, un Aragón que sólo he hojeado y que parece pésimo. Eso es todo. Una larga carta de mi adorable Castor, nada de T., quien sin embargo ayer me escribía: «Te quiero con generosidad (no te rías)».

Esto es todo, mi queridísima pequeña, mi tierno Castor, cuánto, cuánto la quiero, es usted mi querido corazoncito. Dentro de quince o veinte días la veo. Cuando envíe los libros, tendrá usted la bondad de incluir dos blocs de papel igual a éste.

10 de julio de 2013

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

9 de enero
Mi querido Castor

Hoy he recibido una carta suya. Pero una sola. Una sola de T. Las de ayer faltan, parece. Puede que las reciba mañana. En fin, sé lo que está haciendo. Así que ha visto a MerleauPonty, me divirtió lo que me cuenta de él porque prueba que en Francia se practican los mismos métodos que los periódicos censuran tanto cuando son alemanes. Parece hallarse usted bien de salud y de humor, y su alegría me satisface. Sí, querida pequeña, pronto nos veremos; tengo tantas ganas. Pero fíjese que hoy estoy pasando por una pequeña crisis de duda sobre mí mismo. El hecho no es tan frecuente que no merezca la pena de ser contado. Se debe a una multitud de pequeñas causas. Acabo de terminar La edad de la razón, hoy. Quedan diez líneas por corregir, será una hora de trabajo mañana y me siento un poco aturullado. Me digo: sólo era esto, y lo encuentro limitado, muy limitado. Es posible que el libro haya sufrido un poco, no directamente de la guerra, sino de mis cambios de opinión sobre todas las cosas. Todo este tiempo me sentía un tanto seco a su respecto y, cosa curiosa, en particular desde que usted leyó las 150 páginas de noviembre. Aunque me dijo que le gustaba. No sé bien lo que me sucedió. ¿Será que tengo que cambiar la personalidad de Marcelle? En fin, es eso, me disgusta, hubiera deseado que estuviese bien y que fuese sincero. Entiéndame, sé perfectamente que en una novela se miente todo el tiempo. Pero al menos se miente para ser veraz. Y tengo la impresión de que toda mi novela tiene algo de mentira gratuita. Ah, y encima hace un año y medio que estoy en ella, hay motivos para sentirse un poco saturado. Entonces volví a leer mis cinco cuadernos y no me dieron la buena impresión que tenía por segura. Me parecieron desdibujados, llenos de formulismos, y que las ideas más claras eran repeticiones de Heidegger, y que en el fondo desde septiembre, con el asuntillo de «mi» guerra, etc., no había hecho más que darle largas a lo que él dice de la historicidad en diez páginas. A todo esto sigo leyendo la vida de Heine, que me atrapa tanto como a usted. Pero ahora que soy un tipo «maduro», las lecturas de biografías ya no me producen aquella excitación gozosa y directa que sentía diez años atrás. En realidad me deprimió un poco. Me juzgué más bien fútil ante este tipo que ha hecho muchas cochinadas y que adolecía de una gran debilidad de carácter, pero que vivió, como decía usted, tan formidablemente en situación. En cuanto a mí, bien sé que necesité la guerra para descifrar un poco mi situación, y advierto también que no tengo gran talento para eso: no es que me falte buena voluntad, pero también me haría falta ese sentido histórico que él poseía. En fin, esta noche estoy pequeño y modesto, amor mío. Supongo que mañana ya no lo estaré y que la carta en que se esforzará usted por demostrarme que soy un tipo estupendo, en modo alguno tan despreciable, me encontrará en el pináculo de mí mismo, y que las pizquitas de restricciones que podrá sugerir más bien me ofenderán un poco. Me pregunto qué voy a escribir ahora. Sería sensato continuar, en un sentido. Pero si me repele, en otro sentido, no es muy razonable. ¿Y qué puedo escribir? Lo estoy pensando.

No se preocupe mucho por esta crisis de modestia: apenas sí supera el nivel del ir y venir cotidiano. Al margen de esto, nada nuevo, siempre haciendo de monje. Hoy hubo helada, de modo que sólo salí para ir a buscar el rancho. Se hubiese reído de verme por los caminos con escudilla, botellón y linterna, caminando a pasitos de vieja. La auténtica alegría del día ha sido su carta. Más fuerte que de costumbre porque ayer no había tenido nada suyo. Cuánto la quiero, pequeña mía.

La beso con todas mis fuerzas, amor mío.

8 de julio de 2013

Comienzo

Veintiuno de marzo, día lunes. El clima era tenso, poco a poco el viento se volvía más tibio haciendo que los vellos del brazo de Raúl se erizaran ante el roce. Caminaba a paso ligero buscando una excusa para mitigar su horario de llegada, su madre no lo sabía pero hacía algunas semanas había adoptado la manía de fumar cigarrillos, poco antes de que su padre falleciera y había estado haciendo aquello exactamente durante toda la tarde; recordando, reflexionando, junto al humo del tabaco. No le gustaba en su totalidad aquel sabor amargo que suponía el humo al entrar en sus pulmones, pero si sabía que se sentía más osado, rebelde y grande con aquella manía; de seguro se acostumbraría luego al sabor amargo pensaba él. 

El hecho de qué se encontrase así mismo reflexionando sobre la vida, le supuso ser algo demasiado extraño para venir de su persona. Raúl nunca dejaba que sus pensamientos, reflexiones y su sentido común tomaran el control de su mente. A medida que avanzaba, más frío sentía a pesar de la calidez del viento. Llevaba la cabeza gacha y cubierta por una capucha de su jersey, por lo que no vio venir a la persona con quien se había topado. Cerró los ojos por un segundo a causa del leve y fugaz impacto y cuando los abrió, se sorprendió al fijarse en quién era y qué ocurría. Frente a él se encontraban dos de la misma edad suya, buscándola a ella, quien se escondía tras su espalda. El silencio se apoderó de la escena por unos segundos, y la espera a la reacción de alguien fue eterna. Raúl conocía muy bien a aquellos chiquillos, se había topado en más de un conflicto adolescente con ellos y no le parecía muy agradable encontrarse en una nueva situación similar a las anteriores.

— ¿Qué está pasando? —Preguntó con un tono alerta al ver que nadie cedía — ¿Por qué la están molestando? —. Su mirada no dejaba de posarse en los ojos desafiantes de sus supuestos enemigos, no sabía que estaba ocurriendo, ni mucho menos en lo que se estaba involucrando. 

—No la defiendas Raúl —amenazó uno de los dos jóvenes, el más alto y gordo, moreno y de dientes chuecos, no tenía más de dieciséis años. Dicho aquello, el segundo de ellos se aproximó unos pasos hacía Raúl y la muchacha. 

—Quédate detrás de mí, los conozco —susurró con convicción y firmeza él. Raúl podía sentir cómo Mónica Godoy, su nueva compañera de asiento, sentía el pánico; ella cerraba los ojos intentando no tener miedo, él sentía los latidos de su corazón en su espalda, su aliento agitado y la fuerza con que se afirmaba de su chaqueta. 

Él retrocedió, dando a entender que no dejaría a la muchacha sola. Sólo faltaba que uno de los dos mococientos muchachos se decidieran en iniciar una riña, para que allí se formase un escándalo y si tenían suerte, que los vecinos no llamasen a la policía informando de la pelea y lo encerrarán por unas cuantas horas en un retén hasta que su madre lo fuese a buscar, todo eso por ayudar a alguien a quien ni siquiera le agradaba lo suficiente. Jamás se había sentido un defensor de la justicia, es más, si aquella tarde su sentido común no hubiera estado tan presente, él simplemente habría hecho el loco en aquella situación. No le incumbía ni le interesaba la situación, ni la víctima. No obstante, se quedó allí, sin saber muy bien que iba a hacer cuando aquellos críos decidiesen darle una golpiza. Lo mejor de aquello fue que nada de lo que se estaba recreando en la imaginación de Raúl ocurrió, y tanto él como Mónica agradecieron para sí mismos que no sucediera. 

—Ya sé que no nos conviene pelear ahora… Cualquier día de estos —amenazó el mayor, luego de que su compañero le dijera al oído que lo mejor era marcharse de allí. Ambos se fueron, dejando el lugar tan solitario como antes, Mónica no pudo más con la impresión y cayó al suelo arrodillada y suspirando de alivio, sus ojos estaban húmedos, ella no quería llorar pero Raúl percibió al instante que era cosa de segundos para que lo hiciera. Se arrodilló frente a ella y con su mano derecha removió los cabellos que tapaban su cara. 

— ¿Estás bien? ¿Te hicieron algo? —preguntó en tono comprensivo. Al fin y al cabo, un poco de cortesía no le bajaría su orgullo. Ella no pudo más que asentir con la cabeza, luego se sentaron en uno de los bancos de la plaza que quedaba en frente del condominio de la casa de Raúl y aguardaron callados; habían olvidado el frío que hacía en aquellos momentos e intentando hacer caso omiso al silencio que se hacía presente entre los dos, él sacó su quinto cigarrillo del día — ¿Fumas? —preguntó acercando la cajetilla en frente de Mónica. 

—No, gracias —contestó ella de manera tímida. Se sentía avergonzada, toda su vida se había proclamado como una muchacha fuerte e independiente y resultaba que ahora, a menos de una semana en aquel lugar, no había sido capaz de sobrellevar las burlas de esos muchachos, sólo se había echado a correr, asustada y ellos la habían perseguido notando a la fácil víctima que habían encontrado. —Es bastante cómico que nos encontremos en esta situación —agregó con la mirada perdida, como si no supiera que decir ¡y es que realmente no lo sabía! Eso siempre la colocaba muy incomoda, sus manos se desesperaban y no hacían más que jugar con las hojas de una ligustrina que estaba a su lado. 

— ¿Por qué lo dices? —Musitó él después de liberar el humo del tabaco junto con sus palabras —, no es cómico que hayan querido hacerte daño. 

—No me refería exactamente a eso, si no más bien al ahora, no hemos simpatizado mucho desde que nos conocemos, parece una broma que justamente hubieras sido tú quien apareciera. Además, cualquiera se habría marchado después de que esos chicos se fueran. 

—Ah, te refieres a esto… Simple cortesía, ya me devolverás el favor —dijo con una sutil sonrisa en su rostro, porque ahora tenía una excusa sobre su horario de llegada. Ninguno de los dos creyó entonces que a partir de ese instante se convertirían en tan buenos amigos, ni mucho menos, que todos llegarían a pensar que terminarían una vida juntos, porque ambos supieron desde aquel instante que sus destinos estarían entrelazados e influirían mucho en el otro. 

Entonces, el holocausto se transformó radicalmente en un cautiverio feliz, la personalidad opuesta del uno para con el otro formaban un dúo perfecto transformándose, de manera espontánea y no después de mucho tiempo, cada uno en la confidencialidad del otro; con ciertas diferencias y con las respectivas confusiones sentimentales que acarrea la adolescencia, porque ambos necesitaban del otro para subsistir y se necesitaron siempre.

7 de julio de 2013

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

8 de enero
Mi querido Castor

Hoy todo marcha mejor que ayer, hemos integrado a Pieter, está atontado y ya no habla. Pero antes le dio por roncar la noche entera, este tipo es una auténtica máquina de hacer ruido. Silbé, pero en vano, entonces cogí la mesa por una pata y me puse a dar golpazos contra el parqué. Pieter gemía como un cervatillo y un instante después el ronquido salía en busca de sí mismo y entonces, cuando se encontraba, se reavivaba de nuevo. Yo volvía a golpear y la escena se reproducía. Por último, hice cabalgar la mesa tan fuerte que él se incorporó de un salto, cogió su linterna, la encendió y la clavó en mí, enloquecido, mientras yo cerraba los ojos y simulaba dormir como un ángel. Se volvió a dormir inmediatamente pero ya no soltó más que unos débiles gañidos suavísimos y arrulladores. Logré conciliar el sueño a las cuatro de la mañana y me levanté a las seis y media, ahí tiene por qué me apresuro a escribirle, aunque aún no sean las ocho, tengo miedo de quedarme dormido. Se habrá reído mucho, el otro día, con los graves elogios que concedí a Heine por su fidelidad israelita, usted que sabía que un año después se bautizó para lograr un despacho de abogado. Pero no importa, esta renegación en balde tiene su interés, pues fue realmente una cochinada gratuita. El libro es de veras fascinante, tiene usted razón, aunque quizá se deja un poco de lado la persona de Heine por su situación. De todos modos uno lo ve, se da cuenta cómo era, en líneas generales. Lo que faltan son los detalles. A mí me resulta muy judío y parecido al Rosenthal de La conspiración (un poco), y me hizo cobrarle aprecio a Nizan. Y desear leer las Obras completas de Heine en alemán, pero esto será para la paz. A propósito de la paz, una buena noticia: es seguro que en un plazo de 2 a 3 meses llamarán al interior a todos los mayores de 30 años. El papeleo ha comenzado aquí mismo hoy. Nosotros estamos aparte, la cosa la hará el ONM, pero en fin, ve usted que estamos en buen camino. Por tanto, concluido el S.P. y todo lo que le sigue. Sin duda aprecia usted las ventajas, dulce pequeña. Creo que puede empezar a celebrarlo, con, naturalmente, toda la prudencia que se impone tratándose de decisiones militares. 

Hoy no hubo carta de usted, ni de T. Supongo que es otro atasco; sólo una cartita de mi madre. Fíjese que ahora los restaurantes están cerrados hasta las 5 de la tarde, de manera que ya no puedo almorzar fuera. He comido judías blancas aquí, sin melancolía. Sólo fui a tomar un café al Correo, clandestinamente. Porque el correo se ha instalado en un pequeño hotel malva situado entre la ciudad y nuestro hotel. La sala de la derecha está ocupada, abajo, por los encargados, la de la izquierda sigue expendiendo café. Uno pasa entonces por la primera, pregunta al descuido por las cartas, gana la puerta del fondo y se introduce en el café, que está con el cerrojo puesto y las persianas cerradas pero lleno de clientes que juegan a las cartas y se emborrachan apaciblemente en la penumbra. Se fueron marchando poco a poco y yo me quedé solo, escribiendo mi cuaderno, con otros cuatro delincuentes que eran los tipos de la guardia de ayer. Anoche, en su condición de soldados de guardia, entraron en este mismo café para echar a los delincuentes, pero al otro día, liberados de sus obligaciones, delinquieron ellos. Escribí, como usted sabe, sobre Francia. La teoría está lista y bien lista, pero tranquilícese, no me he vuelto fascista ni mucho menos. He visto claro y creo que pensará usted como yo. Además siempre se trata de lo mismo: historicidad, serenelmundo, mi guerra, etc. Ya he llenado la mitad de un cuaderno azul noche pero aún tengo para rato, pues me queda uno grande y encima el otro día compré cuatro pequeños. Le llevaré seguramente seis y tal vez siete u ocho, no le faltarán lecturas. Sabe usted quizá que también tengo una teoría de la conciencia/nada; pero no está a punto. Total, que estaba escribiendo sobre la patria cuando golpearon sonoramente a la puerta del café e intentaron abrirla varias veces.

Los cuatro delincuentes se irguieron, mascullando: «¡Los polis, los polis!». Eran, en efecto, los gendarmes haciendo su ronda de inspección. Tuvieron que pasar por la puerta de atrás, y entretanto nosotros trepábamos al primer piso del edificio con los vasos de cerveza y el aguardiente y las tazas de café y entrábamos en una oficina del servicio sanitario ante el estupor del tipo. Como los gendarmes no se iban nunca, acabé bajando de nuevo tranquilamente y pasando otra vez por el correo, pero en el barullo perdí un guante, pues justo lo estaba buscando cuando llegaron los gendarmes y la patrona me empujó hacia la escalera por el hombro sin darme tiempo a encontrarlo. También he acabado el último capítulo de La edad de la razón, volveré un poco sobre el precedente y después escribiré un pequeño monólogo de Boris que va mucho antes y será el momento de partir con permiso. Hasta la vista, mi adorable pequeña, amor mío querido. Haga sus planes para que veamos todo lo que hay que ver y seamos felices. La quiero.

5 de julio de 2013

Sobre el maldito genio de Jerry y de cómo los barbitúricos entraron en nuestra vida.

Jerry era tan bizarro como nosotros, la diferencia radicaba en algo fundamental que consistía en apariencias. Jerry guardaba la compostura y su sentido común e intuición hacían que jamás lo pillaran rompiendo las reglas. Con ese par degusté  mis primeras borracheras tránsfugas dentro del internado, conocí la heroína, los porros y las demás hierbas con las que nos drogábamos durante las noches y que Samuel conseguía de antiguos contactos antes de internarse; ellos se los enviaban mensualmente mientras que él les hacía entrega del dinero en una cuenta de ahorros después de recibir el paquete. Todo era cosa de confianza. Después de un tiempo, gracias a mi conocimiento del lugar, Samuel era capaz de fugarse durante algunas horas y volver cargado de mierda para fumar. No éramos adictos en ese entonces, tal vez Samuel lo era, pero recuerdo nuestros tiempos de crisis, en los que los contactos de Samuel no aparecían la fecha acordada o en aquellos en que no administrábamos nuestras dosis para completar el mes y entonces nos quedábamos sin reservas. Así poco a poco nos convertimos en unos imbéciles dependientes del hachís. Fueron esas ocasiones las que nos llevaron al consumo de los barbitúricos y todo gracias a la notable idea de Jerry, Jerry fue quien nos sugirió tal hazaña para acabar con nuestra agonía. Lo recuerdo como si hubiera sido ayer, lo recuerdo porque jamás creí haberme ido tan lejos a causa de una droga. Estábamos necesitados, completamente necesitados de consumir alguna mierda, llevábamos limpios más de dos semanas, y limpios al completo, sin siquiera una gota de alcohol dentro de nuestro ya dañado organismo, tenía diecisiete años, y entonces nuestra conducta anormal estaba sobresaliendo más de lo habitual, parecíamos completos drogadictos en proceso de rehabilitación, y los proveedores de Samuel habían acordado llegar el día anterior con las provisiones, pero ningún paquete en recepción, ni un mensaje, nos había llegado. Era la hora de la comida, y ninguno de los dos teníamos los ánimos de ir al comedor, de hecho recuerdo que ninguno fue, entonces Jerry apareció de improviso en nuestro cuarto, con una mueca no muy amigable y su mirada de lastima hacía nosotros.

—Sois bastante patéticos chicos.

—Oh, nos encanta escucharlo Jerry, porque no te largas ¿eh?

—Déjalo Sam. Tal vez tiene algo importante que decir.

— ¿Sabes de dónde sacar un maldito porro?         

—Claro que no idiota. Pero les tengo algo mejor, ya va siendo hora de que asumas que tus mierdas de proveedores deben de estar pasando unas vacaciones en la cárcel. 

—Qué tienes para nosotros Jerry —le dije con los ojos saltones, como si se tratase de un gran descubrimiento, entonces el pequeño Jerry, saco de su bolsillo su mano empuñada, la colocó frente a nosotros y la extendió dejando a la vista los barbitúricos, al menos un veintenar de pastillas en su mano, de diferentes colores, reconocí de inmediato una serie de tranquilizantes y antidepresivos.  Así fue como nos dimos cuenta que no pararíamos hasta tocar fondo.  Y creo que lo hicimos, aunque no ese día por supuesto.



Baúl de los Recuerdos

Santiago, Octubre de 2012

A IOF. 

Ya no recuerdo cuantas veces has preguntado sobre qué ocurre conmigo, tampoco recuerdo cuantas veces te he contestado diciendo que nada sucede y trato de poner mi mejor cara de que todo está perfectamente bien; lo que en verdad se aleja mucho de la realidad porque ocurre mucho y a la vez nada. Creí que si en este tiempo no fui capaz de decírtelo en persona podría intentar escribirlo, ya sabes, desahogarme de alguna manera u otra, haciendo eco de esa nostalgia inherente en mi persona y de la cual casi todo el mundo se queja porque la sobre valoran.
Hoy he comenzado varias cartas como esta, por tanto no te sientas tan halagado de recibir este papel mecanografiado; quizás sólo un poco. 
Recuerdo que un día tuvimos una charla en la que mencioné que había que dejar de pensar tanto las cosas, que había dejado de pensarlas por mi parte y que quizás tu debías de hacer lo mismo. Supongo que te mentí, sobretodo cuando dije que estaba dando resultado. Lo único que conseguí en todo este tiempo fue confusión, más de la propia a la que estaba costumbrada mi cabeza. Lo intenté, es cierto que lo intenté pero nada de eso resultó jamás. Pienso, pienso todo el maldito día, a cada instante escapándose de mis manos en diversas ocasiones y creo que me comprenderás cuando te digo que eso me enfurece. Súmale todas esas cosas banales e insignificantes que hacen que nuestra existencia sea menos llevadera. 
No es que me queje de la vida, no me malinterpretes puesto que ya pase por esa etapa en que todo el mundo me parece que fuesen nada y en que creo que la vida no es más que una mierda y que soy la persona más infeliz del universo. Todo ello ya lo supere hace mucho tiempo; aunque algunos no lo crean, no es que considere que la vida es injusta ni mucho menos, porque hace tiempo que he aceptado la posible existencia del azar y yo creo que de verdad me he dejado ganar por él. La cosa es que creo que de todas las veces que  me has preguntado si estoy bien o qué es lo que me ocurre, siento que sinceramente he querido contestarte más que un simple "nada", ya sabes, no es algo que vas comentando con cualquiera, no le dices a quien sea por qué lloras sin motivos aparentes ni le dices por qué en varios momentos del día tu mente se queda en blanco debido a la gran cantidad de pensamientos que chocan entre si justo en ese preciso instante sin conseguir que ninguno se materialice. 
Yo creo que tu eres una de esas personas a las que podría contarle todo esto y al mismo tiempo algo me impide hacerlo. No es un problema de confianza, creo que eres una persona maravillosa, pero hay algo más allá de lo que puedo llegar a suponer que me dice que  tu no eres a quien yo debo recurrir. Así que supongo que es ese pequeño presentimiento, por esa inexplicable razón que te miento mirando a los ojos y te digo que todo esta bien.  
Porque tampoco es que esté mal, escandalosamente mal. 
Creo que más bien, todo está igual. Sin respuestas, sin explicaciones, con bastante angustia a ciertas horas y casi sin esperanza o más bien, sin visualización del futuro. 
Si te soy sincera, pienso que lo anterior es en verdad parte de mi vida, nos ería yo si no tuviese estas constantes turbulencias. Es parte de mi esenia y siempre ha sido así, al menos desde que me convertí en un ser humano independiente de pensamiento; ahora pregúntame si he aprendido a vivir  con ello, supongo que ese es el problema. 
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Hace meses escribí esto y lo encontré por ahí. Ha llamado mucho mi atención porque es una carta inconclusa y sé muy bien el motivo por el cual la estaba escribiendo. No obstante, al momento de encontrarla sólo una frase iluminó rápidamente mi cabeza y se quedó dando vueltas durante un buen rato. 

Encontrar cartas del año pasado que escribiste y jamás entregaste. Darte cuenta que fue mejor no haberlo hecho. 

Muy pocas veces, por seguir mis instintos negativos, mi actuar termina siendo el correcto. En este caso, deje que mi orgullo, cobardía y vergüenza se apoderaran de mi y no fui capaz de abrirme con esta persona, de confiar o simplemente entregarle la carta. Fue mejor que no ocurriese, porque después de todo ese presentimiento se hizo realidad, no era alguien de esos que se quedan para toda la vida o gran parte de ella, con sus letras como deben ser, no era verdaderamente un amigo, si no sólo un capitulo el cual ya cerré o eso al menos espero. 

4 de julio de 2013

DESTINO



La existencia de la realidad es la cosa más misteriosa, más sublime y más surrealista que se dé.
Salvador Dalí.

La historia es la siguiente. En 1945 Walt Disney y Salvador Dalí se unieron para crear un corto animado el cual tendría como nombre "Destino", pero éste no se logró terminar pese a los esfuerzos puestos en el proyecto, principalmente por dos razones: la económica estaba declinando por efecto de la segunda guerra mundial y adicional a ello el corto no era de carácter comercial, razón por la cual decidieron abandonar el proyecto.

En 1999, a diez años de la muerte de Dalí, fueron redescubiertas las piezas que se habían adelantado de este corto por el nieto de Walt “Roy Disney”. Con la ayuda de 25 animadores se logró levantar gran parte de los dibujos y conceptos de Dalí y John Hench, pero no fue hasta mediados del 2003 que por fin lograron terminar la animación.

Como resultado del “Destino” una obra de arte en movimiento, cada cuadro merece la pena mirarla detenidamente debido a sus detalles y efectos visuales que cuentan una historia de amor imposible entre el dios Cronos y una esquiva bailarina.

Galardonado con el premio Oscar a mejor corto animado y a un número de participaciones importantes en muchos festivales alrededor del mundo, podemos decir con todas sus letras que esto es una verdadera obra de arte hecha animación. 

3 de julio de 2013

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

7 de enero
Mi querido Castor

Se acabó la risa, Pieter ha vuelto. No para de hablar desde las dos de la tarde. Todo agitado, se levantaba cada «cinco minutos». «¿No crees que debería ir a saludar a los secretarios?» «¿No crees que debería ir a saludar a los radiotelegrafistas?» En cada ocasión le exhorté vivamente a que lo hiciera: mientras estaba allí, no estaba aquí. Ebrio de palabras, no tuvo más que un momento de desazón —es típico—, cuando se ausentó cinco minutos para llevar sus morrales al dormitorio: «Estaba oscuro —dijo—, no había nadie, me dio impresión». Sé a ciencia cierta que yo, cuando vuelva, sólo en mi habitación cerrada me sentiré cómodo y que serán sus jetas las que me amargarán. He aquí su tinta, dulce pequeña. ¿La reconoce? Es del azul de los mares del Sur. Pero tan deleitosa sin duda que el papel se la bebe un poco. Pero es un detalle. Figúrese usted que con esta tinta y a pesar de Pieter, desde ayer a la mañana he escrito 81 páginas del primer cuaderno azul noche. Azul de los mares del Sur, sobre azul noche. Figúrese si era hermoso. Las 39 páginas de hoy tratan de mis relaciones con Francia. Sólo una crónica, el género que a usted le gusta. Todavía estoy en la crónica pero mañana haré la teoría. Aunque temo un poco que la llegada de Pieter me haga perder tiempo. Por ejemplo, en este momento son cuatro en esta pequeña habitación, Mistler, Pieter, Keller, Paul. Paul y Keller no dicen nada, como de costumbre, pero Pieter le está hablando a Mistler y vaya que hace falta concentración para escribir sin oírle. Solamente he escrito en el cuaderno, no he trabajado en la novela ni he leído nada. Desde mañana pondré orden en todo esto, aun a riesgo de ser grosero. Por hoy, vaya y pase: era el regreso.

Aparte de esto, día tranquilo pero sin el mérito de ser estudioso. No me gusta, estoy un tanto irritado ahora. Recibí una carta suya, amable pequeña... (Tuve que parar de hablarle para increpar a Pieter que no dejó de hablar en media hora. Mistler se había marchado, Keller y Paul leían, y yo escribía y este animal se las ingeniaba para hacer preguntas del siguiente estilo: «A propósito, y la comunicación del ONM sobre los 95 francos, ¿el capitán Munier la contestó? etc.». Yo le dije: «Pieter, ¿quieres un libro?». Cabreado por su vuelta del permiso, él: «No estoy hablando contigo, Sartre, hablo con Paul». «Es que estás fastidiando a Paul, Pieter, ves perfectamente que está leyendo.» «Paul es bastante mayorcito para decirme si lo estoy fastidiando.

Te ruego, Sartre, que no te metas más que en las relaciones que nos conciernen directamente a ti y a mí.» «Es que yo hablo en nombre de todo el mundo, Pieter, si supieras lo tranquilos que estábamos cuando estabas fuera.» «Yo hago lo que se me antoja, Sartre —repitió él diez veces con la obcecación de un carnero rabioso—, hago lo que se me antoja. Bien que se te antoja a ti dejar tirados tus mugrientos pañuelos sobre la mesa de noche.» «Vale, está bien, hagamos un pacto, Pieter, yo quitaré mis pañuelos pero tú cerrarás el pico.» «Yo no hago pactos.» «Porque no eres capaz de cumplirlos.» El altercado paró de golpe, en ese preciso momento, ignoro por qué: hay paros bruscos así. Como si se le hubieran acabado las fuerzas. Los otros no dijeron ni pío. Keller, que lo detesta, se habrá sentido ladinamente contento de que lo pusiera como un trapo. En cualquier caso, desde ese momento, es decir, desde hace diez minutos, hay un silencio total, algo es algo. Debe ser triste para él recibir una bronca apenas vuelto del permiso, pero había demasiado contraste entre mi absoluta tranquilidad de ayer y este ruido de chicharra de hoy. Mala suerte.) Así que cierro el paréntesis. Lo cierro con una conclusión pesimista, además, porque se estará tranquilo hasta que nos acostemos pero mañana empezará a piar de nuevo, es un pájaro. Recibo una divertida carta de Tania sobre la mujer lunar, que «aspira a ser una leona de esta posguerra como Youki lo fue de la del 19» y que lo intenta de antemano, como puede usted ver. Quiere plantar a Blondinet por el pintor argentino y ruega a Tania que lo vea una que otra vez y que cuando estén a solas le hable bien de ella. Me parece una ingenuidad. Parece que en casa del pintor estaban esas dos piernas saliendo del gramófono que vimos en la exposición surrealista. Así ha sido la jornada, pequeña mía. Lamento no haber podido leer más de la vida de Heine, está bien escrita.

Mi pequeña, mi querida pequeña. Sin embargo algo me pasó con la vuelta de Pieter. Me hizo ver París muy próximo, primero a través de él y segundo porque pronto iré yo también. Usted comprende, como él ha vuelto, al parecer ya no hay razón válida para que yo siga aquí (de hecho la hay, el orden de los permisos, pero es que tengo la ilusión afectiva de que salgo después de Pieter), por tanto nada más que un vacío amorfo me separa de usted, es deprimente y excitante a la vez y al final por eso traté mal a Pieter, creo. La quiero tanto, pequeña mía, tengo tantos deseos de llevar su bracito bajo el mío y de pasearme con usted. La beso con todas mis fuerzas.

1 de julio de 2013

Primera impresión

Los gritos en el aula de clases eran ensordecedores, chiquillos corriendo por el salón, gritando extasiados a la vista que ningún profesor interrumpiese la dicha que poseían en aquel momento; las niñas cuchicheaban atesoradas en los pupitres comentando aún sobre los chismes del verano que estaba a punto de culminar; tal vez sólo una persona se encontraba ausente de aquella escena; tenía los ojos sumergidos en un libro, era como si sólo su cuerpo estuviese allí porque el libro no era más que una simple pantalla. Así fue como lo percibió Raúl cuando entró por primera vez a aquella sala de clases y la vio, sin prestarle demasiada importancia a lo que había notado ya que habían cosas más importantes que hace en ese momento, como saludar a quienes se llamaban ser sus amigos. Luego de unos cuantos intercambios de palabras antes de que se instalara por completo, Raúl se percató de que el único puesto donde podría incorporarse era al lado de aquella niña; estaba claro que no sería una buena convivencia porque sin siquiera conocerla se había dado cuenta que no se trataba de alguien de su clase, de sus intereses. Tendría que conseguir cambiar de puesto con alguien, se repitió mentalmente un par de veces. Sin siquiera mirarla directamente se acercó y dejó sus cosas en el pupitre; el colegio era lo que menos le importaba en aquellos momentos y ciertamente, siempre había sido uno más del montón, su historial de pésimo comportamiento y su bajo estimulo de superación dejaban claro que él no era más que una causa perdida. 

Raúl no cruzó palabra alguna durante aquel día con la chiquilla baja, morena y de mirada perdida que ahora era su compañera de asiento, pero se enteraron de sus nombres por medio de la lista de asistencia que cada profesor hacía al comienzo de las clases y también supieron por medio de la vista que vivían algo cerca ya que bajaron en la misma estación del bus cuando regresaban a casa, cada uno por su lado; no se conocieron literalmente hasta el día siguiente, porque él estaba muy ocupado haciendo reír a los demás y ella muy concentrada en no llamar la atención.