Desperté con el sentir de la lluvia sobre mi cuerpo. Las gotas de agua dulce recorrían cada parte de mi ser y enjuagaban la sangre que emanaba de mis heridas; yo podía sentirla brotar de mi interior, de mi boca, de mis manos; podía olerla. No veía más que oscuridad y aún así podía sentir que era sangre; mi sangre.
Inconscientemente mi mente se concentró en el único recuerdo latente, no sabía que era un recuerdo. No podía abrir los ojos por temor a que esa sucesión de imágenes de pronto representaran la realidad. No me atreví a abrir los ojos. Gritos, muchos gritos se escuchaban y sólo un resplandor rojizo se alzaba frente a mi, luego, nuevamente la oscuridad. Así era siempre, o al menos eso creía.
Volví a despertar y no llovía; sólo se escuchaba el trinar de los pájaros pero no estaba segura de que realmente fuera aquel el sonido, porque ¿desde cuándo podía asegurar que había escuchado cantar a las aves?, bien podía tratarse del sonido de la muerte viniendo al fin a recogerme, eso si es que ya no estaba muerta. Al fin de cuentas, ni siquiera el sonido de mi voz podía recordar.
No estaba segura de nada y por alguna extraña razón no podía estarlo.
Abrí mis ojos y observé a mí alrededor; la vegetación abundaba y todo era completamente verde; allí me encontraba sin recuerdos y sin memoria sobre quién y qué era. Alcé mis manos y pude observarlas. Un pánico inexplicable se inundó en mi cuerpo. Estaba temblando con tan sólo observar mis manos como si de pronto ellas fueran portadoras de una horrible verdad, por eso las dejé caer a mi lado. Entonces, por primera vez desde que podía recordar yo era consciente de mi cuerpo, consciente de que tenía extremidades, de que mi cuerpo a penas y respondía debido a lo cansada que me encontraba. Era consciente del cansancio.
Era consciente de todo, y a la vez de nada.
A penas logré ponerme en pie. Mis ropas estaban rasgadas y sucias a causa de la humedad y el barro del suelo y no podía explicar el porqué parecía haber salido de una especie de campo de batalla. La tela negra se apegaba a mi piel aferrándose como si fuera su ultima oportunidad de sobrevivir, aún así no era consciente de hacía cuanto tiempo portaba esas prendas; debía de ser hacía mucho, porque el vestido ya no lo parecía, poco quedaba de lo que seguramente había sido en su momento. Inspeccioné todo lo que además portada, un anillo con una extraña inscripción; no era capaz de saber lo que allí decía. También llevaba conmigo un cuchillo con una empañadura de oro. Lo guardé en la bota y caminé.
Mi mente era un completo caos y yo sentía una considerable confusión emocional. Comenzaba a desesperarme por no comprender qué había ocurrido y entonces sentía que una furia se apoderaba de mí y no podía evitarlo, sucumbía en mi cabeza un instinto desesperado por tranquilizarme y dejar de sentir esa despreciable ignorancia y debilidad; luego la oscuridad volvía y yo ya no sabía qué había ocurrido pues al despertar me encontraba aún más lastimada y más confusa.
Esos fueron los primeros recuerdos que albergó mi mente, los lapsos en que yo parecía despertar de un trance que mi mente no era capaz de comprender.
El tiempo transcurrió y lo cierto es que nunca comprendí como pude controlar esa furia interna, yo era una criatura errante en un mundo de criaturas mágicas, una criatura que por más que intentaba averiguar algo de sí misma no lograba asimilarse a ninguna otra raza existente. Viaje por muchos lugares sola, perfeccionando mi supervivencia, mis fuerzas y las habilidades que yacían inherentes en mi persona, descubrí que después de semanas sin alimentarme, los trances volvían a ocurrir y al despertar me sentía saciada, pero agotada y malherida; no necesitaba dormir, pero sí pasaba a veces, semanas completas refugiada en alguna cueva solitaria intentando controlar la impotencia que se albergaba en mi por no saber siquiera como alimentarme o cómo controlar esas lagunas mentales que me dejaban inconsciente quien sabe por cuanto tiempo.
Todo cambió cuando después de despertar un día de mi habitual inconsciencia. Le vi frente a mí observándome con curiosidad. Mi cuerpo se tensó ante su presencia y mi posición de alerta no pasó desapercibida por él, tardamos interminables minutos en comprender que éramos inofensivos, ambos estábamos gravemente heridos.
Su nombre era Talbot Conwell, un vampiro aristócrata al cual yo había atacado en mi momento de frenesí; me dijo que yo era un híbrido, seres que nacen de la unión de dos razas pero que sin embargo, era la criatura más extraña que él había visto hasta entonces; dijo que jamás había presenciado ni escuchado sobre un mitad elfo mitad vampiro, que prácticamente era inconcebible.
Así lo explico él y yo no supe si creerle o no, pero consiguió que me quedara a su lado por mucho tiempo.
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