Cuando le vi la primera vez no me llamó en lo absoluto la atención, como cuando alguien te habla y no te interesa en lo más mínimo. La segunda vez sí, y así comenzó a importarme ya para la tercera vez el querer estar en su compañía. No era querer estar en su compañía porque me gustara o por esas cosas cursis que siempre mi tonta mente piensa, pero si me llamaba la atención. Luego se fue; yo me pregunté sin mucha preocupación si volvería. No volvió. Lo cierto es que sólo hasta unos días se presentó la oportunidad de contactarlo y lo hice, más que nada en un plan de cordialidad, creo que no tenía ni una intención oculta al respecto. Y así es como todo, absolutamente todo se gira en mi contra, porque ahora pienso mucho en él y me la paso el día preguntándome qué estará haciendo o si va a volver a enviar un mensaje por el whatssap. Y es que odio ser tan enamoradiza, porque cuando la sonrisa estúpida en el rostro se hace presente en mi persona, todo se va al carajo. Yo no iba a ilusionarme, y resulta que en algún segundo comencé a hacerlo y sé que esto simplemente pasará y que él y yo volveremos a convertirnos en dos extraños. Y lo cierto es que no quiero que suceda.
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