30 de agosto de 2013

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

18 de enero
Mi querido Castor

Qué cartita encantadora me ha enviado usted, parecía usted tan deseosa de verme que se me estrujó el corazón, hasta soltó una lagrimita y después, ¿de qué se enteraba al otro día? De que los permisos estaban suspendidos. Pero escuche, dulce pequeña mía, hoy mismo se han reanudado y con un porcentaje mayor. Mañana Paul hablará con el capitán Munier sobre mi caso .y conoceré la fecha exacta de mi partida: será a más tardar el 1.° de febrero. Amor mío, cuando reciba esta carta estaré a diez días de usted. Sólo que esto no arreglará la triste jornada que debió de pasar cuando le escribí que los permisos estaban suspendidos, es demasiado tarde. Esto es lo que me hacía dudar en decírselo, créame, pensaba que probablemente no tendría mucha importancia (aunque el otro día me resultó muy desagradable) pero que las palabras lo agrandaban todo. El primer día sólo dije: hay un ligero retraso, sin decir qué. Y después, al siguiente, me sentí muy molesto cuando le escribí porque no le había dicho la verdad, era insoportable y lo dije, fingiendo por otra parte una seguridad que no tenía del todo. Pero al otro día todo se arregló y entonces lamenté la pequeña conmoción que debí de haberle producido. Es un fastidio decir la verdad por carta, pues al poco se va corrigiendo mientras que la carta es un ínfimo instante coagulado que se lanza hacia el destinatario y amenaza caerle como una teja sobre la cabeza: al fin y al cabo, si no le hubiese dicho nada, usted no se hubiese percatado de nada. Sí, pero entonces nuestras relaciones habrían sido falseadas por unos días. Siempre estas historias de falsa seguridad: la suya hubiese quedado intacta pero sería falsa. Además, ¿y si la cosa resultaba seria? ¿Y si suspendían los permisos por un mes? Amor mío, no tema, le diré siempre la verdad (a lo sumo con 24 horas de retraso, como esta vez, el tiempo de plantear el problema de conciencia) sólo que es un disgusto pensar que usted ha recibido hoy mi carta del martes, y que ésta no la recibirá hasta el sábado. En cualquier caso, la de ayer era ya muy tranquilizadora y además los periódicos la habrán informado.

Al margen de esto, mi dulce pequeña, no me doy cuenta cómo: la noche me coge sin haber hecho casi nada. Hoy tenía que hacer tres sondeos y encima, esta mañana, el fuego no prendía y afuera estábamos a —23°, imagínese. Castañeamos los dientes hasta las 10 y media, en nuestro local estábamos a 3° o 4° y en eso, de golpe, el fuego prendió y en poco tiempo transformó la habitación en un horno. Naturalmente, no pude trabajar, tenía las manos heladas por el sondeo: dos agujeros en la punta de los brazos. Verá usted, el verdadero frío es una cosa sorprendente, es un poco terrible pero un poco voluptuoso. Yo sigo saliendo sin capote para tomar esos pérfidos baños, no conozco nada que lo penetre a uno más profundamente. El calor, en cambio, permanece exterior a uno. Pero se acordará usted de esos condenados del presidio de Kafka que leen sus condenas con su cuerpo, a través de la carne. Pues bien, uno tiene esa misma impresión, parece que hay algo exterior que uno aprende a conocer con los intestinos, el hígado, el bazo, etc. Y después, al volver del sondeo y entrar en una habitación no demasiado caldeada, es asombroso también cómo tiene uno la impresión de ser una pequeña dinamo fabricando su propio frío, el frío parece propagarse desde uno ondulando hacia el centro de la habitación y cada escalofrío tiene algo de metafísico. Para decirlo de una vez, me gusta. Ahora son las nueve de la noche, fuera hace —20°, mañana temprano hará —25°. Pero todo esto era para contarle que hasta las diez y media no hice nada. Entonces me puse a apuntar en mi cuaderno unas cositas sobre la inocencia. Luego de nuevo el sondeo y luego fuimos con Pieter a almorzar al restaurante de la estación, que ha vuelto a abrir. Por la tarde leí un poco Classe 22 de Glaeser en alemán. (Ayer entró un tipo sin llamar y tendiéndome un libro me dijo abruptamente: «Toma, te devuelvo esto». Y se marchó.) Y era Classe 22 en alemán, que, desde luego, en ningún momento le presté; después trabajé en «la inocencia» y en mi novela. Después sondeo y otra vez trabajo y después cena y Mistler se presentó con una botella de vino blanco (es el nuevo ritual, cada noche uno de nosotros paga la ronda de un litro de blanco) y ahora aquí estoy escribiéndole. Mañana no tengo nada que hacer y trabajaré más. Debo darme un poco de prisa si quiero que el capítulo esté terminado cuando se lo lleve.

He aquí mi vida, dulce pequeña. Siempre feliz, por supuesto, pero me muero de ganas de verla. Esta vez es seguro, puedo decírmelo y empezar a contar los días. En no mucho más de una semana, estaré con usted. Pero veamos, ¿cómo van las cosas? ¿Le llevará mi madre mi ropa civil? Persona muy avisada, es ella. Si por casualidad no lo hiciera tendría que reclamársela, porque no quiero pasearme por París vestido de payaso, ni siquiera la primera noche.

La quiero, mi dulce pequeña. Algo está concluyendo en estos días, nuestra primera separación larga. La veré con toda tranquilidad. Beso su querida carita.

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