15 de enero
Mi querido Castor
Otro día estudioso. Pieter y Keller fueron a buscar el hidrógeno, era su turno, y yo me quedé sin mi mañanita poética. Pero no tuvo mayor importancia y he trabajado bien. Filosofía, ay, ni teatro ni novela. No importa, tenía que ser. Esta mañana releí la conferencia de Heidegger ¿Qué es la metafísica?, y durante el día me dediqué a «tomar posición» con respecto a él sobre la cuestión de la Nada. Yo tenía una teoría de la Nada. Aún no estaba redondeada y de repente lo está. La verá cuando llegue a París.
Tal vez encontrará usted que mis cuadernos se están volviendo demasiado filosóficos, mi pequeño juez. Pero también es necesario hacer filosofía, y precisamente escribía hoy en mi cuaderno que la que hago ha de ser un tanto emocionante para otros, porque es interesada. Cumple un papel en mi vida, el de protegerme contra las melancolías, desazones y tristezas de la guerra, y además a estas alturas no procuro proteger mi vida a posteriori a través de mi filosofía, lo cual sería canallesco, ni acomodar mi vida a mi filosofía, lo cual sería pedante, sino que de veras vida y filosofía son una misma cosa. Al respecto he leído una bella frase de Heidegger que podría aplicarse a mí: «La metafísica de la realidadhumana no es solamente una metafísica sobre la realidadhumana;
es la metafísica viniendo... a producirse en cuanto realidadhumana». Lo cual nos impide que el «público culto» topará con pasajes plúmbeos. Pero, en cambio, comienzan a aparecer uno o dos sabrosos: uno sobre los agujeros en general y otro específicamente sobre el ano y el amor a la italiana. Esto compensará aquello.
Aparte, durante la tarde me obsequié con una pequeña distracción, leí El náufrago del Titanic. Me divirtió enormemente, ¿sabe? Sólo que a las cincuenta páginas me asaltó la estúpida impaciencia de mirar el final, y al enterarme de quién era el culpable ya no pude continuar. Al respecto, dulce pequeña, en cuanto reciba esta carta tiene que enviarme libros, no me queda nada. Y si no ha leído los de Romains, envíelos igual, se lo ruego. Los devolveré con el mayor escrúpulo. De manera que se ha enterado, pobre pequeña, de que han suspendido los permisos. No han dicho por qué pero no es difícil adivinar: hay nuevas amenazas contra Bélgica y Holanda. Lo supe anoche, poco antes de escribirle, y fue un golpe bastante duro. Yo que el día anterior le hablaba de los paseos que haríamos juntos y de las tortillas que iba a comer. Y sobre todo con las ganas que tengo de verla, querida pequeña. Pero mire, es sólo un minúsculo retraso. Una vez más, estas amenazas quedarán en nada y dentro de cuatro o cinco días los permisos reemprenderán su curso. Y, como es preciso que acaben, el ritmo se acelerará. De manera que me verá casi el día anunciado. Además, esta tarde han dicho por la radio que la tensión germanoholandesa está decreciendo. Pero anoche no se sabía nada de nada. Por mi parte, «asumí» y digerí el golpe de una manera que me honra. Esta mañana me hallaba perfectamente animoso. En cambio, sí estaban bastante alicaídos los pobres tres o cuatro tipos que tenían que marcharse ayer y que se quedaron. También le tocaba marcharse al coronel, que por esa causa sigue aquí. No tiene que preocuparse. Estoy seguro de que iré de aquí a unos quince días: es sólo un pequeño contratiempo desprovisto de gravedad. Ayer fue un golpe porque no se sabía absolutamente nada.
Hoy no ha habido correo. De nadie. Por lo tanto, mañana recibiré seis cartas, será un buen día. Aquí está. He comenzado mi noveno cuaderno. Es el segundo color azul noche que usted me mandó. Cuando llegue, le traeré seguramente siete, nunca habrá leído tanto al mismo tiempo. Y además nos redactaremos uno pequeño confidencial para nosotros dos acerca del permiso, no se lo mostraremos a nadie, ni siquiera a los íntimos, sobre la estancia en París.
La quiero tanto, pequeña mía. Ayer sentí hondamente cuánto necesitaba verla. Usted me escribe que me siente al «alcance de la mano», y es un deleite, sí, amor mío, estoy exactamente bajo su patita y la beso con todo mi corazón.
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