14 de enero
Mi querido Castor
He estado todo el día divagando sobre un tema teatral. Al final me sumí en el hastío más absoluto. Lo consideré todo y no me quedé con nada, desde Prometeo hasta aquel famoso barco lleno de judíos cuya historia me había tentado una vez. Y después nada. Nada de nada.
Escribí una escena de Prometeo y la rompí; usted sabe lo molesto que me pongo con los demás y conmigo mismo en estos períodos de alumbramiento. Para colmo, decidí releer un pasaje de mi novela por encontrarme de una vez con algo acabado y más o menos consistente, y me pareció execrable. Entonces me armé de todo mi valor y lo rehice, pero no creo que esté bien tampoco. A causa de esto, casi no trabajé en el cuaderno. Tal ha sido mi jornada, puro vacío caviloso. Preciso es decir que hace aquí una temperatura de sueño. 25° a 30°, como para dormir la vida entera, es un tanto atroz, uno siente el cuerpo entero en la cabeza. Es el maldito coque: o no arde, o arde demasiado. No cabe duda que la antracita es mejor.
Habrá un pequeño retraso en los permisos, dulce pequeña. No gran cosa, tal vez cinco o seis días, pero creo que será prudente no esperarme para antes del 1.° de febrero. Haga uso, dulce pequeña, de esa paciencia que es un don de guerra. Pero no se alarme. No es que le esté anunciando precavidamente que me quedaré sin permiso. Es nada más que lo que le digo. Recibí una carta suya con una posdata muy injusta. Me acusa de no haber enviado los libros a Bost y me llama: pequeño malvado. Pero resulta que hace como una semana que le envié doce. Seguramente los ha recibido ya. A propósito, a mí no me queda gran cosa, mándeme pronto los de Romains y ese Gilles que tanto la aburre. Pienso que leeré, si no escribo. No sé bien qué hacer conmigo. T. me ha escrito juiciosamente una larga epístola, pero me crispa, no sé por qué. Tengo la impresión de haberme obcecado gratuitamente en la idea de que seis meses de ausencia eran demasiado para una cabeza tan chiquita, y de que en consecuencia le guardo cierto rencor por haberme olvidado. Pero sin acceso pasional, caramba.
Tiene toda la razón, dulce pequeña, al decirme que soy tan sensible como usted a las incongruencias. No creo dejarlas escapar. Pero debo decir que en las primeras épocas soy sumamente indulgente con las de las mujeres.
Esto es todo por hoy, querida pequeña, adorable Castor. La quiero con todas mis
fuerzas, es usted mi pequeña flor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario