17 de enero
Mi querido Castor
Figúrese que acabo de escribirle a la dama. Hace tiempo que deseaba hacerlo. Y también a Martine Bourdin, que me había enviado una larga carta brumosa típica de ella, con un único elemento sólido en esta nebulosa: su dirección. Se quejaba amargamente de que no le escribiera. Pero, ¿a dónde lo hubiese hecho? No le envío su carta porque carece de interés. Respondí en el estilo «amante» que usted conoce.
Recibí dos cartitas suyas, de lo más bonitas, una del 13 y una del 15, ayer había recibido la del 14. Ah, mi buena pequeña, no me tiene que hablar de nuestros recuerdos. Seguro que no, que no estoy seco con ellos ni con todo lo que me vuelve de nuestros lindos viajecitos. Aparte, los que usted me cita me han dejado frío, ignoro por qué, tal vez por espíritu de contradicción, pero aquí tiene el que despertaron y que me conmueve hasta las lágrimas de amor por usted: cuando volvíamos del centro de Nápoles (del Museo, por ejemplo) en tranvía, el tranvía paraba en una plaza al lado de una iglesia, era su parada final. Unos niños jugaban en esta plaza y nosotros volvíamos al hotel Umberto, del brazo, su manita en la mía.
¿Lo está viendo? Era una placita encantadora. ¿Recuperaremos eso, mi amor? No lo sé. No enseguida después de la Paz, en cualquier caso: supongo que estaremos muy pobres. Aquello era un lujo y yo sólo pido mis dos meses anuales de completa soledad con usted. Reiniciaremos nuestro viaje en los Pirineos, volveremos a los Causses, haremos muchas cosas, ya verá, y aún viviremos montones de pequeñas aventuras.
Hela ahora, pues, un tanto prendada de su pequeña Sorokine, ¿verdad, amor mío? No vaya a dejarla plantada, ¿no? ¿De qué se trata? ¡Vaya que se enreda usted en amores e historias, chiquita encantadora!
En cuanto a mí, he trabajado cumplidamente. He escrito sobre la guerra y la nueva concepción de las alianzas. También trabajé en mi novela. Lo que estoy haciendo (el pequeño Boris) me entretiene mucho. Me he deleitado describiendo la avenida Orléans: era la mar de poético y reencontré el tipo de emoción que el año pasado me inspiraban mis personajes, imaginando simplemente la esquina de la rue d’Alésia con la avenida Orléans una bella noche de junio. Al margen de esto, ayer Paul le protestó al capitán Munier porque no había suficiente comida. A mí me importaba un bledo, yo como pan tostado (lo tostamos sobre el carbón de nuestra estufa), y a partir de mañana el restaurante vuelve a abrir a mediodía, iré. De todas maneras, el capitán Munier mandó a un teniente a que le protestara al capitán Lemort. Y esta mañana, ¿quién recibió una buena bronca en la cantina?: yo. «Usted nunca viene a pelar patatas, por eso hay pocas en la comida», dijo el capitán Lemort. «Mi capitán, tenemos una dispensa del coronel, además permítame hacerle notar que nosotros nos quejamos de que no haya bastantes tallarines.» «Bien, bien —dijo—. Es que no nos mandan más.» Y dio media vuelta. Los Acólitos me dijeron después que ellos preveían una agarrada de este calibre y les gustó que me tocara ir. «Porque eres el más sarcástico», me dijo Paul.
Otra cosa: los permisos se reinician mañana o pasado. Como usted sabe, habían interrumpido todos los desplazamientos de tropas. Pues bien, esta mañana se han reanudado. 4 radiotelegrafistas de aquí debían partir para la línea Maginot. Los pararon a todos durante dos días. Y hoy han partido y el quinto, que debía salir con permiso anteayer, fue enviado al centro de concentración de los militares con permiso, donde esperará a que se reanuden para marcharse. Por lo tanto, sólo perdemos un día o dos.
Y esto es todo, mi adorable pequeña, todo. La quiero con todas mis fuerzas y muero de ganas de verla. Pero soy juicioso, no quiero entusiasmarme mucho antes de estar seguro de partir. Amor mío, cuánto la quiero.
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