15 de agosto de 2013

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

12 de enero
Mi querido Castor

Se acabó, hace un momento rompí las seis primeras páginas de Histoires pour l’oncle Jules, me avergonzaba escribirlas. Había una autocomplacencia y unas obsequiosidades, a decir verdad exigidas por el género, y unos sonsonetes que me daban escalofríos. Y además, como le dije, me sentía una valkiria caída. De modo que volví a mi proyecto de escribir una gran obra teatral con sangre, violaciones y masacres, me viera usted, la tarde entera tristón y con el puño en la boca —el gesto que hago cuando busco un tema, usted sabe— a tal punto que Paul, siempre al acecho de mis desmayos, me preguntó con irónica y compasiva superioridad si estaba deprimido o si tenía malas noticias de casa. Lo mandé tajantemente a ocuparse de sus cosas y de hecho me sentía contentísimo; me había lanzado de lleno y con entusiasmo a la confección de un Prometeo dictador de la libertad que acababa en los suplicios que usted se imagina. Esto me procuró mi ratito de entusiasmo, porque en literatura apunto a lo grande y en el sondeo canté The man I love, con lo que el teodolito se tambaleó todo. Después, tras pensarlo mejor, la nota simbólica de Prometeo me causó cierto rechazo. No es que en sí no pueda uno recurrir al símbolo, al menos si lo hace con discreción, pero en mi loca juventud abusé tanto de él que terminé indigestado. Sentí que iba a regurgitar todo un montón de metáforas de La Légende de la Vérité y al final aquí estoy. Temo enfrascarme uno o dos días más en la búsqueda de un tema para acabar volviendo honestamente a Septembre. Honestamente, pero con cierto pesar. Me parece que tengo el estilo dramático en la cabeza y quisiera utilizarlo de una vez. ¿Y qué mejor ocasión que ahora, cuando tengo tiempo? ¡Ah!, dirá usted, así que no se está congelando, ¿no era que estaba sin carbón? Pues bien, esta mañana, después de dos o tres horas bastante duras (sondeo a —15° con un viento de mil demonios), cansado de vegetar en una habitación encendiendo periódicos para mantener la temperatura a 4 grados sobre cero, supimos por boca de Mistler, que es nuestro espía, que los secretarios robaban carbón de coque en la casa de baños. Fuimos, y volvimos con tres sacos llenos. En realidad no era un robo, y lo que cogimos fue debidamente registrado por un guardián. Pero resulta que el coque es un extraño carbón cabezadura que, cuando prende, nos asa, después se apaga y a continuación se niega obstinadamente a prender. Pero en conjunto ha estado caldeado. No tengo más para decirle. A la una fuimos al café del Correo a tomar una copa y por primera vez en tres días comí otra cosa que pan seco: había crema de guisantes, que me gusta mucho.

No he recibido su cartita cotidiana, querido amor mío, y ello me produjo un pequeño vacío. Recibí una de T., que no me dice nada de usted, durante la función del Théâtre Français (pero la obra la encantó) pero que a la mañana siguiente volvió al «bar de los Campos Elíseos que descubrió el Castor», lo que denota, me parece, excelentes sentimientos.

Realmente, salvo usted, querido amor mío, mi pequeña flor, que se mataría por mí, para el resto del mundo ya no cuento (mi madre aparte). Y en mi caso es gracioso, porque estaba colmado. Pero hace falta la presencia. Lo digo sin ninguna clase de amargura, me divierte ser como un muerto, como un pequeño fósil para toda esa gente, porque lo que es yo, me siento bien vivo. Es una experiencia y, además, para el final de la guerra me prometo cambiar de vida, si me apetece, porque en definitiva ninguna de esas criaturas habrá adquirido los derechos de la fidelidad. ¿Qué le parece, juzga usted demasiado fácil y cómodo mi escepticismo? En cualquier caso, la causa estaría en que usted me colma con sus tiernas cartitas, con toda su manera de ser y cuando uno tiene eso se vuelve exigente con los demás. 

Cuánto la quiero, mi pequeño parangón. Existiendo usted, es muy fácil vivir y ser feliz.

No hay comentarios: