31 de agosto de 2013

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

19 de enero
Mi querido Castor

Hace media hora que tenemos un gato. Es grande como el gran eunuco de Toulouse y bastante noble. Keller le da unos enormes pedazos de carne y le dice: «Peléate con eso». En cuanto a Paul, dice: «Qué curiosas las reacciones de los gatos cuando se ven en un espejo», y lo persigue por los rincones plantándole delante su espejito de bolsillo. También tenemos café, cantimploras llenas de un buen café que nos preparan los cocineros (los cocineros de los oficiales, se entiende, no los de la cocina ambulante). En resumen, estamos instalados. Es el momento, desde luego, en que se habla de la partida. En cualquier caso, yo parto, mi amado Castor: el 1.° de febrero a más tardar, estoy junto a usted. Paul ha ido a ver al capitán Munier, quien telefoneó al C.G. La cosa está decidida. Piense que cuando reciba esta carta estaré a ocho días de usted, nueve a más tardar, mi pequeña flor. Qué dichoso soy, amor mío.

¿Qué he hecho hoy? He escrito sobre el ayudante y después sobre la soledad, lo he pasado bien. Verá usted, uno siempre se ha preguntado qué quería decir eso: estar solo (solo en medio de una muchedumbre, etc.). Esto es lo que traté de poner en claro.

No he tocado la novela, pero mañana no haré otra cosa porque me divierte. Pero no sé por qué, dedicando la misma cantidad de horas al trabajo, de todas maneras trabajo más lentamente. ¿Será el cansancio? ¿Un cansancio que no sería intelectual ni físico sino vecino más bien al hastío? No podría decirlo pero el hecho es ése: 150 páginas del 1.° de septiembre al 1.° de noviembre (de la novela) y 70 páginas del 1.° de noviembre al 15 de enero. Pero hay que decir que he escrito muchísimo en el
cuaderno. Dicho está, tendrá usted seis y el comienzo del séptimo. ¡Oh, querido amor mío, cuando pienso que mientras yo celebro nuestro reencuentro usted aún está recelosa e inquieta y que ni siquiera sabe que los permisos se han reanudado! Esta noche le he dado una clase de sexualidad a Mistler, delante de los Acólitos. Las pasó negras. Al margen de esto, almorcé en el local de Charlotte y en todo el día no he hecho nada desde el punto de vista estrictamente militar. Tampoco leí, el tiempo pasa sin que me dé cuenta. No hubo carta de usted. Esto es todo, pequeña mía, estoy alegre como unas castañuelas. Amor mío querido al que pronto veré, la quiero con todas mis fuerzas.
Escuche bien: 

1.° apenas le anuncie la fecha exacta de mi llegada, reserve una habitación en el Hotel Mistral.

2.° si por ventura mi madre le telefoneara para conocer la fecha exacta, dele la del día siguiente al de mi llegada real.

3.° no me espere en la estación, Rosette Pieter se desencontró con Pieter, es una batahola espantosa. Por ganar media hora corre el riesgo de perder una. Yo llego a las cinco de la tarde. Espéreme mejor en un café vecino a la Gare de l’Est. En su próxima carta comuníqueme el nombre y su situación exacta.

30 de agosto de 2013

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

18 de enero
Mi querido Castor

Qué cartita encantadora me ha enviado usted, parecía usted tan deseosa de verme que se me estrujó el corazón, hasta soltó una lagrimita y después, ¿de qué se enteraba al otro día? De que los permisos estaban suspendidos. Pero escuche, dulce pequeña mía, hoy mismo se han reanudado y con un porcentaje mayor. Mañana Paul hablará con el capitán Munier sobre mi caso .y conoceré la fecha exacta de mi partida: será a más tardar el 1.° de febrero. Amor mío, cuando reciba esta carta estaré a diez días de usted. Sólo que esto no arreglará la triste jornada que debió de pasar cuando le escribí que los permisos estaban suspendidos, es demasiado tarde. Esto es lo que me hacía dudar en decírselo, créame, pensaba que probablemente no tendría mucha importancia (aunque el otro día me resultó muy desagradable) pero que las palabras lo agrandaban todo. El primer día sólo dije: hay un ligero retraso, sin decir qué. Y después, al siguiente, me sentí muy molesto cuando le escribí porque no le había dicho la verdad, era insoportable y lo dije, fingiendo por otra parte una seguridad que no tenía del todo. Pero al otro día todo se arregló y entonces lamenté la pequeña conmoción que debí de haberle producido. Es un fastidio decir la verdad por carta, pues al poco se va corrigiendo mientras que la carta es un ínfimo instante coagulado que se lanza hacia el destinatario y amenaza caerle como una teja sobre la cabeza: al fin y al cabo, si no le hubiese dicho nada, usted no se hubiese percatado de nada. Sí, pero entonces nuestras relaciones habrían sido falseadas por unos días. Siempre estas historias de falsa seguridad: la suya hubiese quedado intacta pero sería falsa. Además, ¿y si la cosa resultaba seria? ¿Y si suspendían los permisos por un mes? Amor mío, no tema, le diré siempre la verdad (a lo sumo con 24 horas de retraso, como esta vez, el tiempo de plantear el problema de conciencia) sólo que es un disgusto pensar que usted ha recibido hoy mi carta del martes, y que ésta no la recibirá hasta el sábado. En cualquier caso, la de ayer era ya muy tranquilizadora y además los periódicos la habrán informado.

Al margen de esto, mi dulce pequeña, no me doy cuenta cómo: la noche me coge sin haber hecho casi nada. Hoy tenía que hacer tres sondeos y encima, esta mañana, el fuego no prendía y afuera estábamos a —23°, imagínese. Castañeamos los dientes hasta las 10 y media, en nuestro local estábamos a 3° o 4° y en eso, de golpe, el fuego prendió y en poco tiempo transformó la habitación en un horno. Naturalmente, no pude trabajar, tenía las manos heladas por el sondeo: dos agujeros en la punta de los brazos. Verá usted, el verdadero frío es una cosa sorprendente, es un poco terrible pero un poco voluptuoso. Yo sigo saliendo sin capote para tomar esos pérfidos baños, no conozco nada que lo penetre a uno más profundamente. El calor, en cambio, permanece exterior a uno. Pero se acordará usted de esos condenados del presidio de Kafka que leen sus condenas con su cuerpo, a través de la carne. Pues bien, uno tiene esa misma impresión, parece que hay algo exterior que uno aprende a conocer con los intestinos, el hígado, el bazo, etc. Y después, al volver del sondeo y entrar en una habitación no demasiado caldeada, es asombroso también cómo tiene uno la impresión de ser una pequeña dinamo fabricando su propio frío, el frío parece propagarse desde uno ondulando hacia el centro de la habitación y cada escalofrío tiene algo de metafísico. Para decirlo de una vez, me gusta. Ahora son las nueve de la noche, fuera hace —20°, mañana temprano hará —25°. Pero todo esto era para contarle que hasta las diez y media no hice nada. Entonces me puse a apuntar en mi cuaderno unas cositas sobre la inocencia. Luego de nuevo el sondeo y luego fuimos con Pieter a almorzar al restaurante de la estación, que ha vuelto a abrir. Por la tarde leí un poco Classe 22 de Glaeser en alemán. (Ayer entró un tipo sin llamar y tendiéndome un libro me dijo abruptamente: «Toma, te devuelvo esto». Y se marchó.) Y era Classe 22 en alemán, que, desde luego, en ningún momento le presté; después trabajé en «la inocencia» y en mi novela. Después sondeo y otra vez trabajo y después cena y Mistler se presentó con una botella de vino blanco (es el nuevo ritual, cada noche uno de nosotros paga la ronda de un litro de blanco) y ahora aquí estoy escribiéndole. Mañana no tengo nada que hacer y trabajaré más. Debo darme un poco de prisa si quiero que el capítulo esté terminado cuando se lo lleve.

He aquí mi vida, dulce pequeña. Siempre feliz, por supuesto, pero me muero de ganas de verla. Esta vez es seguro, puedo decírmelo y empezar a contar los días. En no mucho más de una semana, estaré con usted. Pero veamos, ¿cómo van las cosas? ¿Le llevará mi madre mi ropa civil? Persona muy avisada, es ella. Si por casualidad no lo hiciera tendría que reclamársela, porque no quiero pasearme por París vestido de payaso, ni siquiera la primera noche.

La quiero, mi dulce pequeña. Algo está concluyendo en estos días, nuestra primera separación larga. La veré con toda tranquilidad. Beso su querida carita.

29 de agosto de 2013

Entonces se enviaban suspiros en las rosas


Entonces se enviaban suspiros en las rosas, 
besos-palomas de balcón a balcón. 
Pero la sucia noche revolvía alfileres, 
sábanas, rezos, cruces, luto de amor. 

Caras agrias, en sombra, el deseo encendió. 
(Cuántos hijos tirados en paredes, 
pañuelos, muslos, manos, por Dios!) 

muro de agua, la angustia, se levantó. 
Humo rojo en mis venas. Transfigurado cielo. 
De polvo a polvo soy.

28 de agosto de 2013

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

17 de enero
Mi querido Castor

Figúrese que acabo de escribirle a la dama. Hace tiempo que deseaba hacerlo. Y también a Martine Bourdin, que me había enviado una larga carta brumosa típica de ella, con un único elemento sólido en esta nebulosa: su dirección. Se quejaba amargamente de que no le escribiera. Pero, ¿a dónde lo hubiese hecho? No le envío su carta porque carece de interés. Respondí en el estilo «amante» que usted conoce.

Recibí dos cartitas suyas, de lo más bonitas, una del 13 y una del 15, ayer había recibido la del 14. Ah, mi buena pequeña, no me tiene que hablar de nuestros recuerdos. Seguro que no, que no estoy seco con ellos ni con todo lo que me vuelve de nuestros lindos viajecitos. Aparte, los que usted me cita me han dejado frío, ignoro por qué, tal vez por espíritu de contradicción, pero aquí tiene el que despertaron y que me conmueve hasta las lágrimas de amor por usted: cuando volvíamos del centro de Nápoles (del Museo, por ejemplo) en tranvía, el tranvía paraba en una plaza al lado de una iglesia, era su parada final. Unos niños jugaban en esta plaza y nosotros volvíamos al hotel Umberto, del brazo, su manita en la mía.

¿Lo está viendo? Era una placita encantadora. ¿Recuperaremos eso, mi amor? No lo sé. No enseguida después de la Paz, en cualquier caso: supongo que estaremos muy pobres. Aquello era un lujo y yo sólo pido mis dos meses anuales de completa soledad con usted. Reiniciaremos nuestro viaje en los Pirineos, volveremos a los Causses, haremos muchas cosas, ya verá, y aún viviremos montones de pequeñas aventuras.

Hela ahora, pues, un tanto prendada de su pequeña Sorokine, ¿verdad, amor mío? No vaya a dejarla plantada, ¿no? ¿De qué se trata? ¡Vaya que se enreda usted en amores e historias, chiquita encantadora!

En cuanto a mí, he trabajado cumplidamente. He escrito sobre la guerra y la nueva concepción de las alianzas. También trabajé en mi novela. Lo que estoy haciendo (el pequeño Boris) me entretiene mucho. Me he deleitado describiendo la avenida Orléans: era la mar de poético y reencontré el tipo de emoción que el año pasado me inspiraban mis personajes, imaginando simplemente la esquina de la rue d’Alésia con la avenida Orléans una bella noche de junio. Al margen de esto, ayer Paul le protestó al capitán Munier porque no había suficiente comida. A mí me importaba un bledo, yo como pan tostado (lo tostamos sobre el carbón de nuestra estufa), y a partir de mañana el restaurante vuelve a abrir a mediodía, iré. De todas maneras, el capitán Munier mandó a un teniente a que le protestara al capitán Lemort. Y esta mañana, ¿quién recibió una buena bronca en la cantina?: yo. «Usted nunca viene a pelar patatas, por eso hay pocas en la comida», dijo el capitán Lemort. «Mi capitán, tenemos una dispensa del coronel, además permítame hacerle notar que nosotros nos quejamos de que no haya bastantes tallarines.» «Bien, bien —dijo—. Es que no nos mandan más.» Y dio media vuelta. Los Acólitos me dijeron después que ellos preveían una agarrada de este calibre y les gustó que me tocara ir. «Porque eres el más sarcástico», me dijo Paul.

Otra cosa: los permisos se reinician mañana o pasado. Como usted sabe, habían interrumpido todos los desplazamientos de tropas. Pues bien, esta mañana se han reanudado. 4 radiotelegrafistas de aquí debían partir para la línea Maginot. Los pararon a todos durante dos días. Y hoy han partido y el quinto, que debía salir con permiso anteayer, fue enviado al centro de concentración de los militares con permiso, donde esperará a que se reanuden para marcharse. Por lo tanto, sólo perdemos un día o dos.

Y esto es todo, mi adorable pequeña, todo. La quiero con todas mis fuerzas y muero de ganas de verla. Pero soy juicioso, no quiero entusiasmarme mucho antes de estar seguro de partir. Amor mío, cuánto la quiero.

27 de agosto de 2013

Podría ser peor.

No se sentía realmente bien, porque el dolor que le causaba el sedal en la espalda había rebasado casi el dolor y pasado a un entumecimiento que le parecía sospechoso. <>

E. Hemingway. "El viejo y el mar. Extracto. 

26 de agosto de 2013

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

16 de enero
Mi querido Castor

Hoy le escribo más temprano porque no he tenido nada que hacer en todo el día (cielo cubierto, no hubo sondeos) y he podido trabajar bien. Primero edificando esta pequeña teoría de la Nada que seguramente ha de despertar su admiración porque 1.° suprime el recurso de Husserl a la ulê, 2.° explica la unicidad del mundo para la pluralidad de las conciencias, 3.° permite trascender de veras el realismo y el idealismo. Todo esto está muy bien, pero no se lo explico porque quisiera que asistiese usted a su nacimiento, tal como se fue dando en los cuadernos; se divertirá.

Después, harto de correr en pos de un tema grandioso que se estaba haciendo de rogar, he vuelto modesta y juiciosamente a la novela. Quedaba por escribir un capítulo sobre Boris y lo he comenzado. En el fondo, ¿por qué no retomar y refundir ahora mi novela? Aún estoy de lo más caliente y no obstante lo suficientemente distanciado de los primeros capítulos como para reparar en sus defectos. Entonces le propongo lo siguiente: ¿qué le parece escribir a la dama para que envíe el manuscrito por correo certificado? (O tal vez alguien de La Pouèze viaje a París y pueda llevarlo, ocho días no son mucho.) Y entonces podría hacerlo mecanografiar, en 2 ejemplares, y yo me traeré uno al volver del permiso. O bien, si mecanografiarlo le parece muy caro, me traeré el manuscrito aquí: nuestra vida es tan sedentaria que no correría mayor peligro. ¿Qué opina de esto? Si está de acuerdo, escríbale a la dama cuando le apetezca. De lo contrario, presénteme sus objeciones.

En una palabra, he escrito sobre Boris y está saliendo bien, creo que gustará. Y además he leído a Heidegger y comenzado Mientras agonizo.4 (Envíeme los libros, mi amor, los de Romains, Gilles y, si no está demasiado escasa de dinero, podría incluir una o dos sorpresitas de entre los títulos de la lista. Gracias amable pequeña por su ofrecimiento de vituallas. Justamente he recibido un paquete de mi buena madre y además, si las necesitara, aquí hay.) He recibido una carta suya: esperaba dos, pues
ayer no me llegó nada. Era la del sábado.

Mi querida pequeña, entiendo muy bien que pueda sentirse de lo más seca sin dejar de ser feliz, y cómo ésta puede ser una manera de echarme de menos. Yo siento lo mismo. Finalmente nos hemos curtido, y están también todos esos pequeños fastidios (permisos suspendidos, etc.) a los que hay que oponer un rostro impasible, entonces uno se siente seco por dentro pero de una sequedad un tanto acongojada.

También yo, amor mío, quisiera sentir mi cuello rodeado por sus bracitos y besarla y hablarle. Por fortuna están estas cartas, de lo contrario no tendría nadie a quien 4 De Faulkner contarle lo que me interesa. Observe que digo esto con el mejor de los humores: tengo las cartas y tengo el cuaderno —y he olvidado un poco, por suerte para mí, lo que es tener cerca ya no digo a usted, sino a alguien que se interese por lo que uno piensa y siente y que pueda comprenderlo. Lo he olvidado igual que la existencia de las tortillas, y no tengo necesidad consciente de ello, me alegra escribir mis pequeñas ideas en el cuaderno y pienso que usted las leerá. Pero hay esto, la contrapartida es que estoy seco. No con usted, amor mío, entiéndame bien. Oh, no, recuerdo multitud de caritas que usted pone y me emociono. Sino ante cosas, gentes, paisajes y también ante lo que escribo; en otro tiempo, una especie de emoción se colaba un poco con la tinta por la pluma de mi estilográfica cuando escuchaba a Johnny Palmer en el Café des Trois Mousquetaires mientras escribía mi novela —y no puedo decir que ella me inspiraba directamente tal palabra o tal frase (aunque hasta sería posible) pero sí que me aportaba simpatía hacia mis personajes. Ahora, en cambio, todo es más conceptual. Veo lo que ellos tienen que pensar y hacer, pero con frialdad. Tengo curiosidad por saber (muy pronto me lo dirá) si la novela cambia con ello, si eso le quita una especie de densidad o no: es en cierto modo una experiencia crucial sobre el embuste que hay en los libros. Con respecto a los judíos, verá usted, no me ha convencido.

Usted escribe: en tal caso (si asumirse como judío consistiera en reclamar derechos para los judíos por ser judíos) asumirse como francés significaría hacerse chauvinista. Pues no. La expresión: derechos, que habré utilizado erróneamente y deprisa, la ha desorientado. El problema es el siguiente: el asumirse como judío, ¿es algo que apunte a la supresión ulterior de la raza y representación colectiva «judío»? (en este caso, la asunción se cumpliría teniendo en cuenta la historicidad inmediata del individuo, como por ejemplo asumirse burgués para suprimir a la clase burguesa, sabiendo perfectamente que, aun cuando uno ayude a suprimirla, lo hará como burgués y seguirá siendo un ex después de su supresión —sólo que luego no habrá más burgueses—) o bien cabe asimismo la posibilidad de que al asumirse como judío uno le reconozca al judaismo un valor cultural y humano, en cuyo caso el principio inspirador de la lucha contra el antisemitismo no sería el hecho de que el judío es un hombre, sino en rigor el de que es judío. Y, naturalmente, no debería uno detenerse en
su judería. Pero toda asunción es superación hacia el hombre, se lo explicaré. No concluyo nada ni me corresponde concluir, pero las dos actitudes me parecen igualmente posibles.

Hasta pronto, dulce pequeña, mi pequeña querida. Aquí tiene una carta bien larga y ni siquiera le he contado mi vida. Pero es que no hay nada que decir. Usted vive por mí.
Hasta mañana, mi pequeña flor, la aprieto muy fuerte entre mis brazos.

24 de agosto de 2013

III / El regreso

Fui real entre aquellos simulacros
y mi sombra, para gran maravilla de las sombras
que vagaban por esas cimas de redención,
volvía todavía más rojas a las llamas. Ahora
la gran fiesta final se ha disipado y camino
hacia las piedras borrosas de una ciudad
en la que nunca, de nuevo,
resonarán los pasos de la hija de Folco.

Ahora soy yo la sombra entre estos cuerpos reales.

23 de agosto de 2013

Siete verdades de ayer y hoy.

1- Jamás he derramado una lágrima por un hombre.
2- En el futuro me gustaría adoptar.
3- El primer libro que me leí de corrido y sin ni un segundo de interrupción fue El club de la pelea.
4- Conseguí mi licencia de conducir y de seguro se me olvidará cómo manejar antes de que tenga un auto.
5- No me canso de ver Dawson Creek.
6- He comenzado a practicar en patines roller semi profesionales y son una bala. Ya me caí por primera vez.
7- Me he percatado de que he vivido en 2 milenios, en 2 siglos y en 4 décadas. Y no me siento vieja.

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

15 de enero
Mi querido Castor

Otro día estudioso. Pieter y Keller fueron a buscar el hidrógeno, era su turno, y yo me quedé sin mi mañanita poética. Pero no tuvo mayor importancia y he trabajado bien. Filosofía, ay, ni teatro ni novela. No importa, tenía que ser. Esta mañana releí la conferencia de Heidegger ¿Qué es la metafísica?, y durante el día me dediqué a «tomar posición» con respecto a él sobre la cuestión de la Nada. Yo tenía una teoría de la Nada. Aún no estaba redondeada y de repente lo está. La verá cuando llegue a París.

Tal vez encontrará usted que mis cuadernos se están volviendo demasiado filosóficos, mi pequeño juez. Pero también es necesario hacer filosofía, y precisamente escribía hoy en mi cuaderno que la que hago ha de ser un tanto emocionante para otros, porque es interesada. Cumple un papel en mi vida, el de protegerme contra las melancolías, desazones y tristezas de la guerra, y además a estas alturas no procuro proteger mi vida a posteriori a través de mi filosofía, lo cual sería canallesco, ni acomodar mi vida a mi filosofía, lo cual sería pedante, sino que de veras vida y filosofía son una misma cosa. Al respecto he leído una bella frase de Heidegger que podría aplicarse a mí: «La metafísica de la realidadhumana no es solamente una metafísica sobre la realidadhumana;
es la metafísica viniendo... a producirse en cuanto realidadhumana». Lo cual nos impide que el «público culto» topará con pasajes plúmbeos. Pero, en cambio, comienzan a aparecer uno o dos sabrosos: uno sobre los agujeros en general y otro específicamente sobre el ano y el amor a la italiana. Esto compensará aquello.

Aparte, durante la tarde me obsequié con una pequeña distracción, leí El náufrago del Titanic. Me divirtió enormemente, ¿sabe? Sólo que a las cincuenta páginas me asaltó la estúpida impaciencia de mirar el final, y al enterarme de quién era el culpable ya no pude continuar. Al respecto, dulce pequeña, en cuanto reciba esta carta tiene que enviarme libros, no me queda nada. Y si no ha leído los de Romains, envíelos igual, se lo ruego. Los devolveré con el mayor escrúpulo. De manera que se ha enterado, pobre pequeña, de que han suspendido los permisos. No han dicho por qué pero no es difícil adivinar: hay nuevas amenazas contra Bélgica y Holanda. Lo supe anoche, poco antes de escribirle, y fue un golpe bastante duro. Yo que el día anterior le hablaba de los paseos que haríamos juntos y de las tortillas que iba a comer. Y sobre todo con las ganas que tengo de verla, querida pequeña. Pero mire, es sólo un minúsculo retraso. Una vez más, estas amenazas quedarán en nada y dentro de cuatro o cinco días los permisos reemprenderán su curso. Y, como es preciso que acaben, el ritmo se acelerará. De manera que me verá casi el día anunciado. Además, esta tarde han dicho por la radio que la tensión germanoholandesa está decreciendo. Pero anoche no se sabía nada de nada. Por mi parte, «asumí» y digerí el golpe de una manera que me honra. Esta mañana me hallaba perfectamente animoso. En cambio, sí estaban bastante alicaídos los pobres tres o cuatro tipos que tenían que marcharse ayer y que se quedaron. También le tocaba marcharse al coronel, que por esa causa sigue aquí. No tiene que preocuparse. Estoy seguro de que iré de aquí a unos quince días: es sólo un pequeño contratiempo desprovisto de gravedad. Ayer fue un golpe porque no se sabía absolutamente nada.

Hoy no ha habido correo. De nadie. Por lo tanto, mañana recibiré seis cartas, será un buen día. Aquí está. He comenzado mi noveno cuaderno. Es el segundo color azul noche que usted me mandó. Cuando llegue, le traeré seguramente siete, nunca habrá leído tanto al mismo tiempo. Y además nos redactaremos uno pequeño confidencial para nosotros dos acerca del permiso, no se lo mostraremos a nadie, ni siquiera a los íntimos, sobre la estancia en París.

La quiero tanto, pequeña mía. Ayer sentí hondamente cuánto necesitaba verla. Usted me escribe que me siente al «alcance de la mano», y es un deleite, sí, amor mío, estoy exactamente bajo su patita y la beso con todo mi corazón.

22 de agosto de 2013

Epica

Por qué será que se vuelve a intentar
aquello donde siempre se fracasa,
como la ropa vieja las sentencias
que ayer corrían altivas por las roncas
gargantas quisiéramos reanimar,
o no es a las frases sino a la gente
que se desbarranca de la historia
hacia el cuarto trasero de la casa,
y fracaso mediante se pudiera
fijar ahí el desorden o la creación
organizados por un momento
con su sello de plata, solidarios
como la mano de Dios.

21 de agosto de 2013

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

14 de enero
Mi querido Castor

He estado todo el día divagando sobre un tema teatral. Al final me sumí en el hastío más absoluto. Lo consideré todo y no me quedé con nada, desde Prometeo hasta aquel famoso barco lleno de judíos cuya historia me había tentado una vez. Y después nada. Nada de nada.

Escribí una escena de Prometeo y la rompí; usted sabe lo molesto que me pongo con los demás y conmigo mismo en estos períodos de alumbramiento. Para colmo, decidí releer un pasaje de mi novela por encontrarme de una vez con algo acabado y más o menos consistente, y me pareció execrable. Entonces me armé de todo mi valor y lo rehice, pero no creo que esté bien tampoco. A causa de esto, casi no trabajé en el cuaderno. Tal ha sido mi jornada, puro vacío caviloso. Preciso es decir que hace aquí una temperatura de sueño. 25° a 30°, como para dormir la vida entera, es un tanto atroz, uno siente el cuerpo entero en la cabeza. Es el maldito coque: o no arde, o arde demasiado. No cabe duda que la antracita es mejor.

Habrá un pequeño retraso en los permisos, dulce pequeña. No gran cosa, tal vez cinco o seis días, pero creo que será prudente no esperarme para antes del 1.° de febrero. Haga uso, dulce pequeña, de esa paciencia que es un don de guerra. Pero no se alarme. No es que le esté anunciando precavidamente que me quedaré sin permiso. Es nada más que lo que le digo. Recibí una carta suya con una posdata muy injusta. Me acusa de no haber enviado los libros a Bost y me llama: pequeño malvado. Pero resulta que hace como una semana que le envié doce. Seguramente los ha recibido ya. A propósito, a mí no me queda gran cosa, mándeme pronto los de Romains y ese Gilles que tanto la aburre. Pienso que leeré, si no escribo. No sé bien qué hacer conmigo. T. me ha escrito juiciosamente una larga epístola, pero me crispa, no sé por qué. Tengo la impresión de haberme obcecado gratuitamente en la idea de que seis meses de ausencia eran demasiado para una cabeza tan chiquita, y de que en consecuencia le guardo cierto rencor por haberme olvidado. Pero sin acceso pasional, caramba.

Tiene toda la razón, dulce pequeña, al decirme que soy tan sensible como usted a las incongruencias. No creo dejarlas escapar. Pero debo decir que en las primeras épocas soy sumamente indulgente con las de las mujeres. 

Esto es todo por hoy, querida pequeña, adorable Castor. La quiero con todas mis
fuerzas, es usted mi pequeña flor.

19 de agosto de 2013

Otra vez

La fiesta se acabó. Las mujeres más lindas se fueron primero, después se fueron los amigos.
Ebrio, tambaleante parado en el medio de la pista, reconocí los primeros acordes de una canción famosa en mi adolescencia y decidí salir al frío cristalino de la calle.
Ahora espero el 65 agarrado al caño de la parada, siempre lo mismo, sé que estoy en una noche clónica de aquella en que las emociones fueron esenciales.

18 de agosto de 2013

"Almafuerte", ¡Avanti!

Si te caes diez veces, te levantas
otras diez, otras cien, otras quinientas:
no han de ser tus caídas tan violentas
ni tampoco, por ley, han de ser tantas.

Con el hambre genial con que las plantas
asimilan el humus avarientas,
deglutiendo el rencor de las afrentas
se formaron los santos y las santas.

Obsesión casi asnal, para ser fuerte,
nada más necesita la criatura,
y en cualquier infeliz se me figura
que se mellan los garfios de la suerte...

¡Todos los incurables tienen cura
cinco segundos antes de su muerte!

17 de agosto de 2013

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

13 de enero
Mi querido Castor

Transcribo para usted un principio de carta que comenzaba con estas palabras: le escribo en un rato de calma: son las nueve y tenemos sed, acabo de mandar a Mistler y Pieter a comprar vino, pago yo. Cuando vuelvan, beberemos y gritaremos un poco, desde luego. La carta seguía y se la copiaré entera, pero debo decirle que Pieter entró con la cantimplora llena cuando ya había escrito dos páginas enteras, se lanzó sobre mi vaso para llenarlo en un arrebato de generosidad y volcó todo el vino sobre su pobre cartita. Ay, dulce pequeña, tendré que empezarla otra vez. Pieter quedó de lo más confuso, porque me tienen miedo. («No te podemos coger en grandes cosas cuando te cabreas con nosotros, me dijo. Entonces nos desquitamos con las pequeñas.

Pero no sirve de nada: cuando te molestan eres terrible. Las cosas que les dices a los pobres líos. ¡Eres terrible!») Pero después de tratarlo gustosamente de zoquete tomé rápidamente mis decisiones: no le escribiré a T., que no me ha escrito, ni a mis padres, que bien pueden quedarse un día sin carta. Esta noche hemos tenido tertulia, aquí. Vino Mistler y fue interésame oír hablar a Pieter sobre la vida y muerte de la colonia judía de la rue des Rosiers, pues parece que actualmente ha desaparecido. Entretanto, Keller, que a sus horas Se pone ladinamente juguetón, había deslizado un largo tubo de goma detrás de los libros de Paul haciéndolo desembocar a la altura de la nariz de éste, que no sospechaba nada.

Tras lo cual encendió una pipa y soltó torrentes de humo por el tubo. Paul, al recibir la humarada en plena cara (detesta el tabaco), entró en agitación y su puso a decir: «La habitación está sobresaturada de humo y se producen corrientes de convección». Nosotros, entretanto, no podíamos más de la risa; hasta yo, mi buen Castor, me había puesto rojo y contaba un cuento de ratas para justificar mi hilaridad. Debo decir que aquel humo era encantador, giraba en redondo a ras de la mesa como un gato persiguiéndose la cola ante la mirada atónita y científica de nuestro cabo. Nos proponemos volver a hacerlo todas las noches.

Fuera de esto, desde luego, día de calma absoluta. Aquí todo el mundo está saliendo con permiso y a mí me tocará seguramente dentro de diez o quince días. Además, Paul hará gestiones ante el capitán, pues su interés y el mío coinciden. La noche anterior tuve tanto frío (—7°) en mi dormitorio, que hoy dormí en el puesto de sondeo sobre un somier que habíamos encontrado en el corredor. Resultó voluptuoso. Hoy, hemos estado de cuarteleros Pieter y yo; la cosa consiste en matar el tiempo: barrer vagamente el puesto (Pieter), ir a buscar el café (yo) a las 7, ir a buscar la manducación a mediodía (Pieter) y el rancho por la noche (los dos juntos porque hay que llevar las linternas) de suerte que, como puede observar, de las 7 de la mañana a las 6 de la tarde estoy de lo más pancho. Keller y Paul hacen los sondeos.

Mañana nos toca a nosotros. Supondrá usted que he comenzado Prometeo o vaya a saber qué cosa grandiosa. Pues no, ni siquiera he pensado en ello. He escrito extensas consideraciones sobre el Destino. Historicidad, otra vez. Me impresiona y divierte ver cómo «bajo la presión» de los acontecimientos un pensamiento histórico se ha desencadenado en mí y ya no se para, en mí que hasta el año pasado vivía un poco en el limbo, era un abstracto, un Ariel. Finalmente, estoy obsesionado ahora no por lo social sino por el medio humano. Enorgullece un poco, considerando que soy aquí un soldado regular, que disfruto de una soledad perfecta (los ayudantes no cuentan) y que no padezco en absoluto la coacción social. Recuerda usted aquella impresión de guerra kafkiana cuando estábamos en la Gare de l’Est y usted tenía la impresión de que me marchaba al Este movido por una obstinación heroica y culpable sin que nadie en verdad me lo pidiese. (Ah, mi buena pequeña, cuánto la quiero, recuerdo aquella noche de paseo por un París desierto, qué cerca de mí la sentía, mi pequeña flor, eso es algo muy fuerte que hay entre nosotros.) Pues bien, palabra que aquí es igual. Cumplimos nuestro servicio pero con una extraña y constante impresión de ser voluntarios, no tenemos jefes, no necesito adoptar compostura alguna, no me lavo ni me cuido. (Paul me contó que en la cocina le dijeron: tu colega es una celebridad en la división —y no creo que esta celebridad sea de buena ley—. Y esta noche el pedazo de idiota de D’Arbon, ferretero de profesión, me dijo mientras yo lavaba las escudillas: «Dicen tonterías, a veces». «¿Cómo?» «Sí». Silencio, y luego una carcajada de D’Arbon: «¡Fíjate que decir que eres profesor!». «¿Ah, sí? ¿Y qué?» «Bueno, tú no eres profesor.» «Sí que lo soy.» Escupió lo que estaba comiendo creyendo que se atragantaba.) Y sin embargo, en este estado de libertad y soledad siento a mi alrededor una formidable presión humana, que es lo que me mantiene constantemente en estado de interés. Aquí termina el trozo de carta que he copiado (con floreos, claro). He recibido dos largas cartas suyas, pequeña flor. ¿A qué se debe que me hable de la señora Medvédeff? ¿Le pedí acaso noticias suyas? Le habrá hecho gracia observar que no he olvidado su apellido. Era una real moza y parece muy desgraciada según su esquelita. Pero quisiera que le corrija usted una o dos disertaciones, mi buena pequeña. A los futuros desmovilizados hay que reservarles distracciones.

Figúrese, esta tarde he pensado que pronto estaría con usted de civil en un restaurante de París, como antaño (iremos al Louis XIV y al Relais de la Belle Aurore) y que haríamos ruido con la boca ante una buena comida y me quedé patitieso, me costaba imaginar que algo así existiera. Oh amor mío, ¡cuánto anhelo este permiso! ¡Y las tortillas! Hoy me acordé de que existían las tortillas: hace tres meses que no las pruebo. En cambio, salchicha» he tenido a mi antojo.

Esto es todo por hoy, querida pequeña, amor mío. ¿Siente usted bien fuerte cuánto la quiero, cómo es usted mi pequeña flor? Somos una sola persona, mi dulce pequeña, una sola persona. Media, incluso. La quiero.

16 de agosto de 2013

A un ruiseñor

Canta en la noche, canta en la mañana,
ruiseñor, en el bosque tus amores;
canta, que llorará cuando tú llores
el alba perlas en la flor temprana.

Teñido el cielo de amaranta y grana,
la brisa de la tarde entre las flores
suspirará también a los rigores
de tu amor triste y tu esperanza vana.

Y en la noche serena, al puro rayo
de la callada luna, tus cantares
los ecos sonarán del bosque umbrío.

Y vertiendo dulcísimo desmayo,
cual bálsamo süave en mis pesares,
endulzará tu acento el labio mío.

15 de agosto de 2013

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

12 de enero
Mi querido Castor

Se acabó, hace un momento rompí las seis primeras páginas de Histoires pour l’oncle Jules, me avergonzaba escribirlas. Había una autocomplacencia y unas obsequiosidades, a decir verdad exigidas por el género, y unos sonsonetes que me daban escalofríos. Y además, como le dije, me sentía una valkiria caída. De modo que volví a mi proyecto de escribir una gran obra teatral con sangre, violaciones y masacres, me viera usted, la tarde entera tristón y con el puño en la boca —el gesto que hago cuando busco un tema, usted sabe— a tal punto que Paul, siempre al acecho de mis desmayos, me preguntó con irónica y compasiva superioridad si estaba deprimido o si tenía malas noticias de casa. Lo mandé tajantemente a ocuparse de sus cosas y de hecho me sentía contentísimo; me había lanzado de lleno y con entusiasmo a la confección de un Prometeo dictador de la libertad que acababa en los suplicios que usted se imagina. Esto me procuró mi ratito de entusiasmo, porque en literatura apunto a lo grande y en el sondeo canté The man I love, con lo que el teodolito se tambaleó todo. Después, tras pensarlo mejor, la nota simbólica de Prometeo me causó cierto rechazo. No es que en sí no pueda uno recurrir al símbolo, al menos si lo hace con discreción, pero en mi loca juventud abusé tanto de él que terminé indigestado. Sentí que iba a regurgitar todo un montón de metáforas de La Légende de la Vérité y al final aquí estoy. Temo enfrascarme uno o dos días más en la búsqueda de un tema para acabar volviendo honestamente a Septembre. Honestamente, pero con cierto pesar. Me parece que tengo el estilo dramático en la cabeza y quisiera utilizarlo de una vez. ¿Y qué mejor ocasión que ahora, cuando tengo tiempo? ¡Ah!, dirá usted, así que no se está congelando, ¿no era que estaba sin carbón? Pues bien, esta mañana, después de dos o tres horas bastante duras (sondeo a —15° con un viento de mil demonios), cansado de vegetar en una habitación encendiendo periódicos para mantener la temperatura a 4 grados sobre cero, supimos por boca de Mistler, que es nuestro espía, que los secretarios robaban carbón de coque en la casa de baños. Fuimos, y volvimos con tres sacos llenos. En realidad no era un robo, y lo que cogimos fue debidamente registrado por un guardián. Pero resulta que el coque es un extraño carbón cabezadura que, cuando prende, nos asa, después se apaga y a continuación se niega obstinadamente a prender. Pero en conjunto ha estado caldeado. No tengo más para decirle. A la una fuimos al café del Correo a tomar una copa y por primera vez en tres días comí otra cosa que pan seco: había crema de guisantes, que me gusta mucho.

No he recibido su cartita cotidiana, querido amor mío, y ello me produjo un pequeño vacío. Recibí una de T., que no me dice nada de usted, durante la función del Théâtre Français (pero la obra la encantó) pero que a la mañana siguiente volvió al «bar de los Campos Elíseos que descubrió el Castor», lo que denota, me parece, excelentes sentimientos.

Realmente, salvo usted, querido amor mío, mi pequeña flor, que se mataría por mí, para el resto del mundo ya no cuento (mi madre aparte). Y en mi caso es gracioso, porque estaba colmado. Pero hace falta la presencia. Lo digo sin ninguna clase de amargura, me divierte ser como un muerto, como un pequeño fósil para toda esa gente, porque lo que es yo, me siento bien vivo. Es una experiencia y, además, para el final de la guerra me prometo cambiar de vida, si me apetece, porque en definitiva ninguna de esas criaturas habrá adquirido los derechos de la fidelidad. ¿Qué le parece, juzga usted demasiado fácil y cómodo mi escepticismo? En cualquier caso, la causa estaría en que usted me colma con sus tiernas cartitas, con toda su manera de ser y cuando uno tiene eso se vuelve exigente con los demás. 

Cuánto la quiero, mi pequeño parangón. Existiendo usted, es muy fácil vivir y ser feliz.