19 de junio de 2013

Mujerzuelas y el Cuervo Rojo.

Como dice el dicho, todo era demasiado bello para ser cierto. Si bien conseguimos llegar a la estación y abordar el condenado tren, Jerry no estaba allí. Tuve que arrastrar a Samuel hacía el vagón o de lo contrario se habría quedado allí y claro, habría regresado a por Jerry y yo, no habría sido capaz de largarme solo, sabía muy a mi pesar que no estaba listo para sobrevivir sin esos desgraciados; pero aún así, les quería. Al final todo se resumía en eso; aquella larga serie de acontecimientos, que podrían haber sucedido si Samuel no abordaba el tren, se resumían en que yo me sentía seguro con ellos.

Creo que nunca vi a Samuel más afligido o triste, por decirlo de algún modo, como esa vez. Pero al menos logré calmarlo con la esperanza de que dentro de tres días, Jerry estaría allí en la cueva del cuervo rojo.

La cueva del cuervo rojo era un lugar muy conocido y a la vez demasiado secreto. Sólo conocían su verdadera ubicación unos pocos, sólo los precisos, aunque todo el mundo sabía que en algún lado se ubicaba. Claramente yo no era uno de ellos, pero Samuel sí. Según mi punto de vista era el típico bar oculto al cual una mafia no especializada de drogadictos y prófugos de bajo calibre accedían. Era como uno de esos refugios de los suburbios para vagabundos, pero otorgándole un rango de cinco estrellas, aunque esa analogía claramente era nefasta si lo pensaba de esa forma; lo supe cuando llegamos al sitio. Una verdadera pocilga habría sido el calificativo que mi padre o cualquier persona de mi antiguo status le habría otorgado.

Eran cerca de las once de la noche cuando llegamos allí, la fachada era bastante simplona; no, en realidad dejaba entrever que el sitio era un típico club nocturno que de día ocultaba las apariencias. Había un tipo gigante en la entrada, una especie de guardia y me estremecí. Samuel, quien mágicamente había cambiado su estado de ánimo pocos minutos antes de llegar al lugar, me hizo esperar a una corta distancia y se adentró en una conversación con el grandulón. A los pocos segundos, estaba entrando allí y yo sólo escuché un rudo “Viene conmigo”.  No me atreví a preguntarle que le había dicho.

La luz roja que emanaba en todo el lugar nubló mi vista unos instantes, habían unas cuantas mesas y al fondo, por supuesto, una enorme y poco amigable barra con su cantinero; también se vislumbraba lo que yo llamaría un sector VIP, pues con sólo mirar a los sujetos que estaban sentados en butacas de una barata imitación de cuero, uno suponía que no eran iguales a ti, ellos no eran pobres diablos en busca de alojamiento. Samuel se dirigió hacía la barra y nos pidió unas cervezas, las cuales por supuesto pagaría yo más tarde. Se hecho un trago hasta la mitad de la jarra y entonces se puso de pie.

—Bien, nos  vemos en un rato. Y quita esa cara de mierda que traes, aquí estamos a salvo aunque no lo creas.

¿A qué se refería exactamente con eso? Bueno sí, no es que me sintiera como en casa, pero tampoco es que estuviera temblando, de todas formas Samuel se largo y le seguí con la mirada hasta que se fue con otro sujeto al cual saludo con gran confianza, según mi parecer. No conocía mucho a Samuel, pero si estaba seguro de que había ido a averiguar sobre Jerry, sin embargo, yo sabía que él no estaba allí, las coincidencias aún me parecían demasiado ilusorias. Samuel ya lo había dicho en constantes ocasiones, mi problema era que pesaba demasiado las cosas y que no dejaba espacio a la improvisación. Tal vez por eso, por estar pensando demasiado sobre Samuel, sobre Jerry, fue que no me percaté de la mirada que tenía encima hasta que una ligera risita me alertó de la presencia de la mujer a mi lado.

— ¿Es tu novio o algo por el estilo? —preguntó arrastrando las palabras al momento que bajaba el cigarrillo hasta un improvisado cenicero de madera. Automáticamente mi reacción conllevó a negarle las ideas que se estaba pasando por su mente; no porque quisiera provocarle una impresión equivocada al ser ella una chica, sino más bien porque yo no podía ser gay, jamás se me habría ocurrido y si Samuel pensará que yo estaba en una especie de enamoramiento hacía él, se habría largado no sin antes haberme propinado una buena golpiza.

— Claro que no, sólo somos amigos —dije ya más calmado.

— Pareces preocupado por él, deben ser muy buenos amigos entonces.

— Si, bueno hemos tenido unos inconvenientes antes de llegar aquí.

— Nada nuevo, todos aquí tienen inconvenientes —dijo resaltando la última palabra.

— Hemos perdido a alguien en el camino, a su hermano —explique.

— Oh, ¿Y qué le sucedió? —quiso saber ella con una extraña expresión que yo interprete como una extrema curiosidad.

—Bueno, supongo que no ha conseguido escapar después de todo… —me dije a mi mismo en un  bajo murmullo, era la primera vez desde la fuga, que me cuestionaba a fondo que podría haberle sucedido a Jerry para no llegar a la estación.

— ¿Escapar de dónde?

—De la cárcel. Freddy paga las cervezas, he conseguido un sitio para pasar la noche —dijo Samuel con voz autoritaria y seca, contestando por mí a la pregunta de la mujer. Parecía molesto y no fue necesario que dijera algo más porque yo ya había entendido el mensaje, o al menos parte de él. De todas formas, no me parecía adecuada la actitud que había tenido con la chica, después de todo ella parecía agradable. Saque un billete del bolsillo y lo deje en la mesa, Jerry ya iba unos pasos más adelante.  

—Lo de la cárcel, en realidad no es cierto —dije antes de marcharme.

— Me alegra saber eso — respondió ella con los ojos clavados en los míos de tal forma que tuve que bajar la vista. Luego volví a mirarla y noté que sonreía de lado — Espero verte luego por aquí— Yo me di la vuelta y seguí torpemente a Samuel por medio de la escasa multitud que había en el sucucho.

Subimos por unas escaleras en caracol y a medida que llegamos al segundo piso nos adentramos en un pasillo bastante estrecho y maloliente, la alfombrilla estaba sucia y gastada y varias botellas de licor, la gran mayoría rotas por la mitad, yacían en las afueras de cada puerta a lo largo de éste. Nos detuvimos en la sexta puerta de la derecha, dentro de la habitación no había más que un colchón mugriento y creí que en cualquier segundo una rata pasaría corriendo de extremo a extremo.

— Pasaremos aquí la noche, mañana me largo a buscar a Jerry, necesito enfriar mi cabeza o podría irse todo al carajo si me dejo llevar.

— ¿Y crees que en un par de horas te habrás calmado? Tu sabes Sam que yo te apoyo siempre, pero Jerry es un chico astuto, encontrará la forma de llegar aquí y deberíamos esperarle al menos los tres días pactados.

­— Tres días es demasiado tiempo.

— es un tiempo razonable

— Si, como digas. Yo me largo mañana por la mañana, tú quédate a que te roben algo más que tu valioso reloj 

—dijo a regañadientes tirándose a un lado del colchón de espaldas, como si fuese a dormir.


— ¿Ah? Que quieres decir con… — Allí fue cuando observe mi muñeca derecha y comprendí. De alguna forma la única posesión de valor que me quedaba había desaparecido en cosa de segundos, porque había entrado al recinto con él, de aquello estaba seguro, y entonces hilé los acontecimientos; no había duda alguna que aquella mujer en la barra del piso de abajo de alguna forma inexplicable, había conseguido quitarme la joya sin que yo siquiera pudiese notarlo, sin que pudiese sentir su tacto y yo que había creído ingenuamente que la mujerzuela era una buena persona. Supongo que la impresión me ganó porque tarde varios minutos en decidir ir a buscarla, aunque al momento en que me dispuse a dar la vuelta y salir en mi propósito Samuel me dijo que no fuera idiota, que ella ya no estaría allí y mi reloj tampoco.  

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