1 de junio de 2013

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

3 de enero

Mi querido Castor

Hoy, dos cartitas suyas encantadas. Encantadas y encantadoras. He disfrutado de sus poéticos días y de su grata noche de año nuevo. Sí, querida pequeña, es usted completamente novelesca; cuánto me complace saberla feliz. En cuanto a mí, bien que desearía tener ocasión de parecerle, a cambio, poético o novelesco, pero en verdad que no soy ni una cosa ni la otra. La guerra ha quedado lejos de mí, como igualmente el «servicio militar» o las «grandes maniobras» que le sirven de sucedáneos, y asimismo el sentido de mi historicidad y mi moral y qué sé yo. Hay tan sólo un mecanismo administrativo algo desordenado pero aun así bastante regular, que marcha a los tumbos y yo estoy cogido en él, seco como un sarmiento. Me parece que soy un meteorólogo civil, que vivo una vida civil que el destino me ha rehusado y para la cual se necesitan aptitudes que no poseo y que intento, aunque remolonamente, adquirir: es terrible los errores que cometo en la comprobación de los sondeos. Pero se compensan unos con otros y apenas si se notan. Ahora, cuando veo papel milimetrado, la vista empieza a gastarme bromas, se para donde le da la gana y yo marco la posición del globo conforme sus caprichos. Es como un sucedáneo de la agorafobia: ante estos grandes espacios cuadriculados pierdo la cabeza y me arrojo como sea sobre un cuadrado cualquiera y casi lo perforo con la punta de mi lápiz para poner fin al atroz suplicio de planear sin punto de vista, como una conciencia desencarnada, por sobre la cuadrícula. De lo cual infiero, naturalmente, que para ser físico hay que ser muy mezquino. Así que en esta empresa soy chupatintas. Imagine, si quiere ver mucho mejor que por cronología lo que hago, un pequeño antro caldeado, orgánico y luminoso, repleto de olores íntimos y de humo de tabaco: es mi jornada diaria —con tres tajitos de aire helado, gris y macilento: los sondeos—. Y, entretanto, el desayuno en el Café de la Gare, confortable pero desprovisto de poesía. Y, al lado de mi función administrativa, actividades técnicas —dar el último toque a la novela— y pensamiento a secas.

Anteayer algo sobre la mala fe, hoy una pequeña tirada de 22 páginas sobre el Asco. Incluye esta frase que no me disgusta: «En ese caso, dirá usted, si la mierda nos da asco, ¿es que nos gustaría comerla?». Yo contesto: «Seguro». Todo esto es la felicidad, percátese usted, mi pequeña flor. Pero felicidad seca. Mis grandes alegrías proceden del cuaderno y la novela, en vez de ser vertidas en el cuaderno y la novela. Y me temo que la novela pague un poco las consecuencias de cierta incapacidad mía para emocionarme. Pero bah, puro romanticismo, se puede suscitar emoción sin sentirla uno, ¿no es cierto? Para ser justos, tengo que decir que, hace tres o cuatro días, me asaltó no la emoción sino una especie de aura vaticinante, con motivo del libro de Rauschning, que me había calado hondo; yo veía una cierta Alemania, comprendía su papel y su amenaza y sentía mi historicidad, lo cual me permitió comprender mejor a esos tipos de los que usted y yo hablamos a veces y que están todo el tiempo pensando en lo social. No carece de grandeza pero el revés de la medalla es que uno está todo el tiempo por debajo de los pensamientos que uno produce. Porque uno cree en ellos. No es que yo no crea en los míos, por lo general, pero a fin de cuentas sé perfectamente que son el producto de mi libertad. Creo en ellos «al infinito», es decir que creo en el sistema que formarían si los cerditos no me comieran. Pero ellos siempre se comen a los tipos un poco antes de que el sistema se haga. Bueno. En mi vida hay una sola estrellita de felicidad húmeda y de poesía, usted y su nieve. No veré su nieve pero la veré a usted, pequeña mía. Vayamos a eso: es seguro, tanto como puede serlo, con los militares, que estaré ahí entre el 25 de enero y el 1.° de febrero. Hubo montones de embrollos y al final se encontró el argumento ideal, el argumento irrefutable: 1.° No puede ser que se ausenten dos sondeadores a la vez, es decir, el 50 % del efectivo. 2.° Los últimos permisos tienen que iniciarse el 15 de febrero, ya que el primer turno debe terminar el 1.° de marzo. 3.° Por lo tanto, siendo Paul el último y marchándose éste entre el 10 y el 15 de febrero, yo debo hacerlo por fuerza entre el 25 de enero y el 1,° de febrero (se calculan 15 días debido a la longitud de los trayectos). Cuando reciba esta carta me separarán de usted, a lo sumo, unos quince o veinte días. A las Z. no hay que decirles nada, A T. le escribí que estaré cinco días, sin aclararle aún que a usted la veré dos días de esos cinco, o sea que nuestro primer plan sigue en pie.

¿Qué más, querida pequeña? Lévy no tuvo mejor idea que vomitar sobre las mesas del College Inn. La grosería me escandalizó; debido, estoy seguro, a todo lo que, desde este sitio, representa para mí ese College Inn en el que he vivido pequeñas citas sentimentales con usted, veladas de pasión con Olga y de solícita galantería con Tania —sin hablar de Bourdin— y, finalmente, gratos encuentros amistosos con la dama. Como ve, la guerra le vuelve a uno sentimental, fue un poco como si Lévy se hubiese limpiado el culo con mis viejas cartas de amor. A decir verdad, aun al contárselo de esta manera vuelve como un eco de puritanismo y de delicadeza de sentimientos, es más fuerte que yo.

Esto es todo, mi pequeña flor. Envíeme con urgencia, si no lo ha hecho aún: dinero, cartuchos de tinta, cuadernos. Y también muy rápido libros. Los suyos han sido despachados. Me podría comprar, Junto con Gilles y el de Romains, el pequeño volumen de De Rougemont titulado Journal d’Allemagne, quiero leerlo después del de Rauschning. Hasta mañana, amor mío, amor mío querido. La quiero con todas mis fuerzas y ardo en deseos de verla. Cuando llegue tendrá seis cuadernos para leer. Pero están escritos con letra grande.

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