"Aquel día, era martes; y los martes al igual que los jueves y viernes me correspondía hacer lo que mi madre llamaba vida social. Según ella debíamos mantener una reputación o al menos yo mantener la mía, porque como hija del nuevo pastor del municipio, había un ejemplo que dar a la comunidad. Todo aquello, no era más que mierda pura, considerando que hacía años mis creencias religiosas se habían ido a lo más profundo de las alcantarillas, considerando que mi madre, no era más que apariencias, que nuestra familia, era una vil mentira. Pero yo, la complacía; después de todo era mejor hacer oídos sordos, mantener una vida para ellos y ahorrarme sus posibles reproches sobre mi conducta por las noches, el día en que se enteraran de ella, claro está.
Y ahí estaba yo, en mi farsa de la que inmediatamente se dio cuenta el muy cabrón, intenté persuadirle, porque de hecho no deje pasar su mirada en mi aspecto. Yo había heredado gracias a Dios, irónicamente, los genes de la familia de mi madre y no podía quejarme de mi aspecto, era completamente deseable; aunque no me gustaba jactarme de ello. De seguro podría hacerle seguir mi juego y luego inventarle alguna escusa barata. Después de todo, ¿quién no caía ante mis palabras? Sabía de sobra que tenía bastante poder de convencimiento y él no se saldría con la suya. No obstante, había algo en él, me provocaba confianza. Ya averiguaría que era, aunque de eso, tampoco estaba muy segura de querer hacerlo".
Rebeca
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