2 de abril de 2013

Prefacio


Cuando mi padre cayó a prisión, me prometí  a  mi mismo que no permitiría que ese hecho circunstanciara la vida de mi madre y de mi hermano, me hice sentir a mi mismo que no le odiaría por mucho que fuera el daño que nos había hecho durante todos esos años, me dije a mi mismo que mantendría a mi familia como era de ser. Me dije muchas cosas, de las cuales en este momento no sé si conseguí o no cumplir.

Mi crianza fue en una casa normal y con una familia aparentemente normal, aunque la realidad fuese completamente diferente; durante toda mi niñez crecí escuchando las discusiones de mis padres y siendo testigo directo del maltrato que sufría mi madre, ella siempre fue lo suficientemente cobarde como para hacer algo al respecto. Pienso que en esos momentos de terror, que fueron aumentando paulatinamente con los años, yo debí haber hecho algo, en vez de hacerme el sordo y ciego y esperar a que años después la tortura para mi familia acabase. Pude haberles ahorrado mucho sufrimiento y de verdad espero que ella y mi hermano puedan perdonarme por no cumplirles, por no haberles dado la vida que les prometí.

Me pregunto ¿cuánto  tiempo más tendré para seguir atormentándome con estas cosas? Quisiera poder observar lo que está ocurriendo a mi alrededor, pero mis ojos por alguna extraña razón ya no se abren; no es cierto, no es una extraña razón, la verdad es que en estos momentos estoy muriendo, por eso es que no veo más que la luz cegadora. Por eso es que no veo ni a mi madre, ni a mi hermano… Ni a ella. Sé que ninguno de los tres ha de estar aquí en este lugar físico, ninguno sabrá lo que ocurrió y ninguno sabrá que es lo que siento. Eso es lo más doloroso de todo, no la caída, no el golpe, no la sangre derramada por el suelo. Sólo duele saber que ya no los volveré a ver.  

No siento,
No escucho.
La luz cegadora me abandona y todo se torna negro. 

No hay comentarios: