La primera vez que Raúl confundió sus sentimientos
fue cuando Mónica descubrió que el padre de éste había fallecido. Cecilia era
una madre moderna, liberal, pero poseía su genio de furia y en más de una
oportunidad terminaba discutiendo con su hijo de par a par, como lo hacen dos
adultos. De las pocas veces que ella
había ido a su casa y conocido a su familia no se atrevió a hacer muchas
preguntas, como quién era el padre de Ignacio, el hermano pequeño de su amigo,
y agradeció a la vida no haberlo hecho nunca pues en medio de una conversación trivial
y sin querer se enteró que Raúl Vergara padre, había muerto a principios de aquel
año.
Su poder de improvisación fue tal que Cecilia nunca
supo que su hijo Raúl había mentido en algo como aquello invitándola incluso, a
una misa que se realizaría por los cuatro meses desde su defunción. Mónica no
fue capaz de negarse.
—No te sientas presionada, si no quieres ir no debes
hacerlo, al final de cuentas tu ni siquiera conseguiste conocerlo. Y yo sé cómo
es hoy en día la juventud sobre la religión y sobre Dios…
—Señora
Cecilia, no se preocupe. No me incomoda ir.
—Gracias querida, es sólo que Raúl parece estar tan
a gusto contigo y él no habla mucho sobre su padre desde que todo esto ocurrió.
Me preocupa un poco, ya sabes. Pienso que quizás a ti te haya contado algo más.
Me gustaría que se sintiera acompañado ese día, eso es todo.
—Descuide, estoy segura de que Raúl piensa mucho en
su padre, más de lo que aparenta.
Y algo de razón tenía Mónica en ello. Raúl pensaba
casi todos los días en su padre, por pequeños instantes de tiempo y cuando se
encontraba solo y sin nada más carcomiéndole la cabeza. Raúl no conseguía
superar la muerte de su papá, había escondido por mucho tiempo sus sentimientos
y había optado por el olvido pero no terminó resultando del todo bien, porque
allí siempre estaba su madre y el pequeño Ignacio para recordarle que hace poco
menos de medio año, su padre se había muerto.
Cuando Raúl supo que Mónica se había enterado de la
verdad, se sintió como el ser más horrible en la faz de la tierra. Se peleó con
su madre diciéndole que era muy entrometida y qué no era necesario que ella
anduviese divulgando lástima ante sus amigos; Raúl no era estúpido, bastó con
la forma en que las palabras salieron de la boca de su madre para darse cuenta
de que Mónica no lo había delatado. Pero aún así, ¿Quién mentía sobre la muerte
de su propio padre? Le había mentido a ella
con el ánimo de que se sintiera mejor por su propio drama familiar, pero
aún así, muy en el fondo sabía que lo había hecho más que por ella por él
mismo. Era un cobarde, siempre lo sería.
Después de caer en su propia mentira, Raúl no tuvo
más solución que darle una explicación a Mónica. El sintió la necesidad extrema
de hacerlo puesto que durante los dos días siguientes ella no sacó el tema a
colación ni hizo ademán de enterarse de lo que en verdad había ocurrido. Para
Raúl tal vez hubiese sido más simple que ella preguntase, y el que no lo
hiciera no tuvo más efecto que carcomerle el cerebro como si de una tortura se
tratase. Se armó de valor, y decidió que le diría la verdad; quizás así ella
reaccionase y lo mandara a la mierda, como se lo merecía, después de todo, si
no lo hacía por ella al menos debía de hacerlo por su padre, por su recuerdo y porque
era la primera vez desde hacía mucho que sentía unas ganas incuestionables de
explicar la verdad.
—Tenemos que hablar —dijo él dejando de escribir
repentinamente. Se giró sobre su asiento en el pupitre como para llamar su
atención. Mónica inalterable como siempre seguía con la mirada al frente
copiando lo que el maestro anotaba en el
pizarrón.
— ¿Ocurrió algo? Has estado muy raro desde ayer.
—No te hagas la desentendida. Sabes muy bien de lo
que tengo hablarte.
—Está bien, Raúl. —respondió ella dejando de
escribir por un instante y mirándolo por primera vez a la cara —Si quieres
hacerlo está bien, voy a escucharte. Sólo quiero que sepas que no estoy
esperando una explicación. No me la debes —. Raúl sólo se la quedó mirando
mientras ella volvía a tomar la lapicera para continuar escribiendo. Si se lo
preguntaban, Raúl no entendía muy bien lo que ella había querido decir, en
realidad la mayoría de las veces él no entendía muy bien las cosas que Mónica
decía, pero le agradaba quedarse escuchando sus largos argumentos y reclamos de
una u otra cosa. A veces, por las noches las frases de Mónica repercutían en su
cabeza y él intentaba darles una solución o una respuesta que no fuera propia
de él; casi nunca lo conseguía y ahí estaba nuevamente preguntándose porque
aquella chica, quién se suponía confiaba en él no estaba molesta de que le
hubiesen mentido en su cara sobre algo que precisamente no era una
pequeñez.
A cinco minutos de que el timbre de salida sonase,
Raúl comenzó a guardar sus cosas en su mochila e hizo lo propio con las cosas
de Mónica.
— ¿Oye, qué haces? —preguntó ella con cierta gracia
en el rostro.
—Ya va a sonar el timbre.
— ¿Y eso?
— Si no nos vamos a penas suene el timbre, de seguro
te vas a entretener con algunos de tus amiguitos de tercero y nos atrasaremos
más de lo debido.
— Suenas como un novio celoso.
—Vamos, Mónica… Sólo quiero… Quiero decirte la verdad
antes de la misa que preparó mi madre. Ya lo sabes.
—Lo sé,
tranquilo. Pero no puedo irme enseguida. Citaron a mi madre en la dirección. Ha
de estar esperándome en estos momentos —El timbre de salida sonó en ese
momento, Mónica tomo de las manos de Raúl su mochila y se la puso al hombro.
—Por qué han citado a tu madre ¿Pasó algo?
—No es nada grave. Nos vemos más tarde ¿sí? Estaré
en tu casa a eso de las cinco.
Y así se fue,
dejándolo con las palabras en la boca. No sabía cómo expresar o canalizar lo
que estaba sintiendo en ese momento, lo que había comenzado a sentir durante
las últimas 48 horas. ¿Por qué razón no podía quedarse así sin más? Después de
todo ella ya le había dicho que no esperaba ninguna explicación, para él sería
condenadamente fácil olvidarse del asunto quedándose con las palabras de ella,
justificándose en ellas. Pero no podía. ¿Quién era esta chica que de pronto se
había infiltrado en su vida, desde cuándo le preocupaba todo lo que a ella le
pasara? Derrotado tomó sus cosas y se marchó a casa. Hacía semanas que no se
había sentido tan confundido y solo.
Tres horas después, Mónica ingresaba a la casa de
Raúl. Cecilia le había convidado a pasar mientras le decía que en cosa de unos
minutos se marcharían a la Iglesia y un sinfín de cosas más a las cuales Mónica
asentía y sonreía más por protocolo que por otra razón. En ese momento Raúl
emergió de su habitación y tomó por un brazo a Mónica arrastrándola con él de
vuelta a su cuarto. A penas hubieron ingresado, cerró la puerta y le puso
pestillo. El grito de Cecilia diciendo que en diez minutos llegaría el taxi se
ahogó lentamente tras la puerta.
—La tarde del 5 de Febrero me peleé con mi papá. Se
llamaba como yo, Raúl. Teníamos buena relación en general, pero los últimos
meses no habían sido los mejores. Se molestaba a menudo porque decía que yo era
un vago y que jamás sería alguien en la vida si no cambiaba. Ya sabes, lo que
todo el mundo dice de mí. Esa tarde discutimos específicamente porque le dije
que no quería seguir trabajando en su empresa durante lo que restaba de
vacaciones. Se molestó un montón. Luego de unas horas recibimos la noticia.
Accidente automovilístico.
—Raúl no es necesario…
—Le dije que lo odiaba. De verdad lo odiaba —Raúl hizo
una pausa y la habitación se llenó de silencio. Mónica jugueteaba con sus dedos
y lo miraba de forma cautelosa, sinceramente lo que ella menos quería en ese
momento era ver a Raúl desmoronarse o algo por el estilo; ella pensó que si de
pronto Raúl perdía los estribos o se ponía a llorar no sabría qué hacer. Quizás
le abrazaría e intentaría calmarlo, pero si lo pensaba cuidadosamente, jamás le
había gustado mucho consolar a otras personas. —La razón por la que no quise
seguir trabajando con él fue porque le descubrí siéndole infiel a mi mamá.
Nunca supo que yo lo sabía, pero creo que se lo imaginó en algún momento y
supongo que se arrepintió. No es fácil hablar de esto, eres a la primera
persona a la que se lo digo.
—Al parecer nuestros padres son demasiado
complicados.
—Pero aún así no debí haberte dicho que no lo había
conocido… Ni siquiera yo mismo sé muy bien por qué no te dije que se había
muerto, no… no tiene lógica. Yo supongo que estaba tan enfadado con él que… No
sé cómo explicarlo.
—No es necesario que me expliques nada, ya te lo he
dicho. Cuando estés listo para hablar sobre ello, simplemente será el momento,
no deberías forzarte a desenterrar esos malos recuerdos, sobre todo si no estás
listo para enfrentarlos —dijo Mónica cuando Raúl había intentado explicarle
algo que ni él sabía cómo hacer y a pesar de que estaba sumamente confundido
sobre lo que trataba de decir con palabras, se cuestionaba internamente el
hecho de que no podía comprender la actitud de su amiga, ella cada día se
mostraba más y más perfecta y eso era demasiado para una persona como él, lo
único que esperaba de ella era que se comportase como una persona normal; que
le llenase de preguntas estúpidas y sin sentido; que le recriminara el hecho de
haber traicionado su confianza; que lo creyera un maniático con serios
problemas mentales; que reaccionara con actitudes propias de sus edades, como no
dirigiéndole la palabra durante días o llorando por la mentira de tal magnitud
como aquella; Raúl no estaba acostumbrado a tanta comprensión y eso le
desesperaba, porque no lograba determinar qué era lo que provocaba Mónica Godoy
en su persona, jamás había sentido algo que no pudiera comprender y estaba
seguro que no quería que fuese el típico amor de quinceañeros. No quería.
— ¡Mierda! ¡Ese es tu problema Mónica! ¿Acaso no me
dirás nada por haberte mentido? Por qué tienes que ser tan… ¿Por qué logras
confundirme? ¿Por qué logras hacerme sentir que soy especial?
— ¡Porque eres especial! Lo eres para mí y quiero
que confíes en mi Raúl. Y para eso no puedo obligarte a que me cuentes todo, no
creo tener ese derecho y si tú no sabes la respuesta a algo cómo se supone que
voy a exigírtela. Yo, yo también tengo mis secretos.
—Eres patéticamente tan perfecta, que me desesperas,
jamás consigo entenderte.
—No exageres porque sabes que no... —Ella no pudo
terminar aquella frase, porque él no espero más y se dio vuelta para besarla,
justo en el centro de la habitación, en secreto entre esas cuatro paredes y sin
ningún testigo de por medio más que ellos mismos. Raúl tomó entre sus manos el
rostro de Mónica atrayéndolo hacía él y la besó sin remordimientos, porque él
necesitaba saber qué era lo que le pasaba y aunque aquel fue el primer beso de
Mónica, él no lo supo hasta años después. Un beso cargado de confusión, de
rabia e impotencia. Un primer beso que jamás ella pensó sería de esa forma, un
beso que al final de cuentas no era un primer beso.
Una vez separados los labios y mientras que
Raúl retomaba su respiración -ya que
estaba más agitado por su enojo hacía si
mismo, que por el inocente beso- guardó silencio intentando formular una
respuesta ante tan repentino suceso. Ella
sólo se quedo observándolo, por un lado lo suficientemente confusa y
sorprendida por lo ocurrido, por otro obligándose a no confundirse ella misma
por aquel beso y todo mientras gravaba en su memoria cada detalle en la
expresión de ese ser confundido quien resultaba ser en ese entonces su mejor
amigo. La nariz de Mónica en ese
momento comenzó a picarle en un leve cosquilleo y sintió como de pronto sus
ojos se humedecían. Se remordió los labios obligándose así misma mostrarse
indiferente.
—Entonces, ¿Aclaraste algo con esto? —preguntó ella
mirándole fijamente de pie mientras la
gota de amargura cruzaba con dificultad por su garganta al ver, que simplemente
él hundía su cabeza entre sus brazos al momento en que se sentó al borde de la
cama, desesperado, sin decir nada; sin atreverse a mirarla —, será mejor que
salgamos de una vez, tu madre nos debe estar esperando —recitó intentando no
mostrar la angustia que nació en su interior al no recibir una respuesta. Decidida
se acercó al pomo de la puerta, quitó el seguro y se dispuso a abrirla.
—Cuando se trata de ti, jamás puedo aclarar las
cosas —pronunció muy bajo Raúl, pero lo suficientemente fuerte para que Mónica
escuchase. Ella respiró con valor obligando a sus acuosos ojos no derramar
lágrima alguna.
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