31 de mayo de 2013

Y yo me quedo aquí.

A veces me pongo a pensar de lo lindo y genial que se siente no estar pensando en nadie ni mucho menos sufrir por ellos. Pero mis celos resurgen con un simple comentario, una foto e incluso su mera ausencia. 

Ellos siguieron adelante y yo, sigo intentando avanzar en mi camino de tierra. 

17 de mayo de 2013

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

2 de enero

Mi querido Castor

Hoy, una cartita suya, del 29. ¡Oh, cuánto tiempo hace, pequeña mía!, nosotros, los soldados, estamos a 2. Pero da gusto el aire presumido que tiene usted sobre sus esquís. En suma, todos los años es igual, grandes progresos y una buena diversión tras alguna plancha al comienzo. Me encanta oírla hablar de todas esas bajadas que conozco. Comprendo tan bien cuando me dice que con la nieve fresca son más fáciles y con el hielo tremendamente difíciles. Estoy todo el tiempo con usted. Apenas sí me puedo figurar que esta carta, la que le estoy escribiendo, la alcanzará en París. Piense que mañana recibiré todavía una —o dos, espero— de Megève, me suena raro. 

Usted está aún en Megève, y yo le escribo a París, donde usted no está, y a donde llegará sin embargo al mismo tiempo que esta carta. Y el 4 la encontrará usted en París y yo todavía estaré recibiendo cartas de Megève. Me recuerda —ribete siniestro aparte— aquella historia de mi tía Marie Hirsch cuando perdió a su hijo, alférez de navío, muerto en Shangai en un accidente; supo de su muerte por un telegrama y un mes después recibió una carta en que él le contaba lo feliz que era —debe haber muerto esa misma noche—. Siempre estoy temiendo que, mientras yo disfruto leyendo su carta, se haya roto usted sus pobres piernitas. Es un temor ligerísimo pero, en cambio, no se imagina lo placentero que resulta saberla tan intensamente feliz, hoy quedé deslumbrado. Respecto del permiso, habrá que tener paciencia, se ha distanciado un poquitín —no más allá del 20 de enero— como finalmente dijimos. Pero qué son veinte días. Lo importante es que antes de un mes estaré en París. 

Tania me ha enviado El monje, del que se ha prendado, naturalmente: hay violación, satanismo y lúbricos monjes, y en segundo plano surrealismo, con la figura de Artaud que la fascina un poco desde que lo vio loco. Tania posee, al lado de una real fuerza de sensación, un curioso demonismo de pacotilla solamente aparente (¿por qué su atracción por la sangre si no soporta verla? ¿por qué las violaciones, si se desmayaría en cuanto un tipo le demostrara su deseo con alguna brutalidad?), y sin embargo profundo. No sé cómo decirlo. En cualquier caso, estuve hojeando El monje y me decepcionó un poco. Se nota la mano de Artaud pero ni con eso se salva. Y además los horrores me parecieron muy intelectuales, a la manera surrealista. Con todo, tendré que decirle que es espléndido. En cambio, El diablo enamorado que también me envió, pero sin cortarlo siquiera, es una auténtica joyita, lo leí esta tarde de un tirón. Este tipo narra que es una maravilla, tiene ya muchos recursos para el siglo XVIII y hay una criatura singular: una muchacha deliciosa llena de pudores y de encantos que es el Diablo, o sea, un horrendo monstruo con cabeza de camello. Y el héroe se acuesta estupendamente con la chica. Todo se prepara a fuerza de coqueterías, de lánguida modestia, la muchacha provoca al lector tanto como a Don Álvaro y, una vez que lo tiene en sus brazos, le dice con tierno gesto de pasión: «Soy el Diablo, Álvaro, soy el Diablo». Se lo enviaré pero antes tiene que leerlo Mistler. 

Doy los últimos toques a la novela —el final— y estoy sintiéndome un poquitín hastiado. Es que me asalta otra vez el deseo de escribir teatro. Al final no sé lo que haré y es bastante gracioso, estoy de lo más excitado, he recobrado mi libertad. Cuando esté en París, cogeré todos los ParisSoir de septiembre del 38 para documentarme. 

Al margen de esto, calma chicha: desayuno en el Café de la Gare, donde Mistler se reúne ahora conmigo, lo cual me causa tan sólo un placer moderado, trabajo, sondeo, almuerzo en el Café de la Gare, donde Courcy se reúne conmigo para el café, lo cual me resulta francamente desagradable, vuelta al trabajo pero remoloneando, suena a final y a querencia. Después ayuné. Mistler vino un rato a que le diera una lista de libros (incluí Faulkner y Dos Passos). Me hallaba de excelente humor. Estoy solo con Keller porque Paul tiene un agujero en el pantalón y prefiere coserlo en su dormitorio a 5° y no delante de nosotros al calor, por pudor o más bien por una vergüenza muy rara (en suma inmerecida) de su cuerpo.

Amor mío, tendrá que enviarme dinero, estoy viviendo con 100 francos prestados. Mañana le envío libros (Kierkegaard y Shakespeare). Todos los demás (y hay bastantes) suman dos paquetes que Mistler ha preparado esmeradamente, que llevan la dirección de Bost y que mandaré en cuanto tenga dinero. Reserve los 1.500 francos para mi permiso y aparte un poco para su viajecito de febrero. 

Cuánto la quiero, mi dulce pequeña, tengo muchas ganas de verla. Beso toda su querida carita.

12 de mayo de 2013

Ya me lo habían dicho antes...

Su conciencia de sus emociones es razonablemente alta, pero tiene sin duda margen de mejora.
En primer lugar, puede tener emociones negativas sin darse cuenta de ellas. Usted también puede tener un problema en entender por qué ciertas situaciones o personas desencadenan emociones particulares. 
En segundo lugar, también es consciente de sus pensamientos y de cómo habla consigo mismo. Todavía puede tener pensamientos negativos durante bastante tiempo sin darse cuenta de ellos.
En tercer lugar, usted es razonablemente consciente de sus fuerzas y debilidades. 
Por lo general, usted es capaz de expresar sus emociones fuertes de una manera sana, pero a veces, puede restringir las expresiones emocionales. Esto puede ser apropiado en ciertas situaciones y puede demostrar que tiene un alto nivel de auto control. Sin embargo, a largo plazo, debe tener cuidado para no interiorizar las emociones fuertes. La supresión de las emociones fuertes pueden tener consecuencias negativas en su salud.
La expresión emocional es fundamental en cualquier relación humana. De hecho, la expresión emocional es el rasgo que nos hace parecer "humanos" ante los demás. Si no expresa sus emociones, puede resultarles frío a otras personas, y puede impedir que establezca relaciones profundas y duraderas.
Sus habilidades de comunicación son razonablemente alto. Por lo general, es capaz de adaptar su forma de comunicarse adecuadamente, en las distintas situaciones. Usando sus habilidades de comunicación, suele ser capaz de alcanzar sus objetivos, y al mismo tiempo desarrollar vínculos humanos.

7 de mayo de 2013

A SIMONE DE BEAUVOIR - 1940

Primero de enero

Mi querido Castor

Le escribo al calor de la lumbre, bien arrimado a la estufa, aunque el tiempo sea ahora mucho más clemente. Esta noche, incluso, hubo deshielo, y como la antevíspera las tuberías habían reventado, a eso de las dos un rugido despertó a Paul —yo dormía como un bendito—. Creyó que era el fuego, pero era el agua. Se vistió a toda prisa y se lanzó al pasillo, ya inundado. Hubo un tremendo ajetreo y finalmente cortaron el agua. No tenemos ni una gota para lavarnos —sabe usted que esto no me preocupa mucho—. Sólo es un fastidio por los retretes, que ahora no podemos limpiar, y en los que excrementos de diversas procedencias se interpenetran íntimamente al capricho de las heladas y deshielos hasta constituir un budín inmundo y voluminoso. «Hacemos» en el campo. Creo que Paul sufre las consecuencias y está estreñido por vergüenza de mostrar el culo.

Hoy, pues, era Año Nuevo. No se tradujo en nada fuera de lo común, salvo que hubo un excelente choucroute y mucha gente en el restaurante de la estación. Y ayer, Nochevieja, tampoco sucedió gran cosa, excepto que una ignota bestia puso a todo volumen la radio de los oficiales, tras marcharse éstos, y acompañó la música aporreando al azar el teclado del piano, hasta medianoche. Yo, por mi parte, escribía
tranquilamente en nuestro pequeño local.

El paisaje es siempre el mismo, un tenue polvillo de nieve, un poquito de blanco por todas partes, bastaría rascar apenas con la uña y aparecería el negro de la tierra helada y de los árboles. Estuve todo el día retocando pasajes de mi novela, en cuanto acabe me pondré a trabajar en Septembre; estoy contentísimo. Espero poder publicar los dos volúmenes a la vez, sería mejor, se vería mejor a dónde apunto. Aquí el mundo es idéntico a sí mismo: Paul siempre alarmado; Mistler me presta mil pequeños servicios a cambio de mis enseñanzas. Fue él quien hizo los paquetes de libros que les enviaré a Bost y a usted en cuanto me haya mandado algún dinero y, como un soldado me había pedido El muelle de las brumas1 (por error, creyendo que iba a encontrar entera la historia de la película) y yo le había pedido a Mistler que me lo recordara, esta mañana vino a hacerme acordar pero el libro estaba en uno de los paquetes de Bost y entonces deshizo el paquete y después lo ató de nuevo. Además hará que me envíen los Nocturnos y Preludios de Chopin para que los estudie al piano.

Entre los secretarios y nosotros hay envidias de familia. Por supuesto, los envidiados somos nosotros. Parece que es mi suerte despertar envidia por todas partes, desde la Ciudad Universitaria hasta aquí. Pero, sobre todo, hablan. Es una clase de envidia débil e impotente que sólo conocía de oídas y que ni siquiera llega a la maledicencia. Por ejemplo, todas las mañanas, cuando vuelvo de desayunar, paso delante de sus
ventanas y ellos comentan: «Vaya, es Sartre volviendo del café. Sí. Ha estado con la linda Charlotte. Los otros habrán hecho el sondeo sin él», etc. No difiere de la constatación de hecho más que en la intención de censura amistosa que le ponen, pero en el fondo es una simple constatación de hecho, porque no consiguen
determinar exactamente lo que hay que censurar: ¿que yo disponga de bastante dinero, tiempo, puerilidad para permitirme un desayuno en el café? Todas las mañanas el objeto les parece vagamente escandaloso, y todas las mañanas lo señalan al pasar, sin más, se ha vuelto un menudo escándalo habitual del que no podrían prescindir. Están en el grado inferior de la escala. Naturalmente, todo esto me lo comunica el bueno de Mistler, quien hasta querría que dé un rodeo para evitar sus miradas, pero como ya se puede usted figurar, sería demasiado cansador. Y eso es todo. El Diario de Stendhal me encanta, estoy leyendo el tercer tomo, su historia con la señora Daru, es muy divertido. También leo el libro de Rauschning, realmente instructivo, incluso haré un resumen en el cuaderno; y además un poco las Provinciales y también un poco Jacques le Fataliste. Tania me escribe: «Estoy leyendo un libro estupendo que debo enviarte». Me pierdo en conjeturas. ¿Será El diablo enamorado?

Hoy no ha habido carta suya. Pero como ayer tuve tres, no me quejo demasiado. Tengo muchísimas ganas de verla, querido amor mío. Éste es el período un tanto crispante en que el permiso se aleja o se aproxima de día en día, según las diferentes informaciones y el humor del cabo que hace las listas en el C.G. Pero voy a defenderme. Quisiera partir en quince días, si fuera posible. Hasta pronto, dulce Castor, que duerme ya tras haber esquiado tanto. Ya sabe que me levanto tempranísimo, como usted. Cuando usted se está calzando sus pequeños esquís, yo hace tiempo me he puesto mis polainas y he bajado a medir el viento para telefonear un panorama general al puesto meteorológico del cuerpo de ejército. Duermo poco pero estoy animoso. Hasta mañana, mi pequeña flor, la quiero con todas mis fuerzas.